15 mayo 2006

Por qué no votaré por Humala

La presencia de Alan García en la contienda electoral me parece una afrenta a la conciencia difícilmente tolerable. En este sentido, votar por él en segunda vuelta no es un asunto de taparse la nariz, el mal menor o creer en segundas oportunidades (que, en todo caso, y la historia lo refrenda, siempre son mejores que aquellas desastrosas experiencias primigenias). Es un asunto de dignidad y de imposibilidad de creer que el mismo cirujano borracho y parkinsoniano que te hizo una operación de marcapasos y te puso al borde la muerte vuelva a realizar la misma acción. ¿Le tendrías confianza? Yo no, al menos.

Sólo que, en las actuales circunstancias, votar por Ollanta Humala es una alternativa peor que la del ex presidente. Y lo digo con absoluto desapasionamiento, sin los furores de una campaña en que la violencia verbal y física desatada sistemáticamente por los nacionalistas (que tuvieron respuestas similares en la universidad Ricardo Palma y en algunos otros lugares) han amainado. Si fuera por alguna corazonada, diría que Humala es una alternativa nociva para el país. Si aplicamos la razón, esta corazonada se vuelve certeza.

En toda este proceso electoral, más allá de todos los exabruptos subversivos, racistas, xenófobos, clasistas, homofóbicos y derivados expresados por el candidato y sus allegados (reiterados aún ahora en los pasquines Antauro – ex Ollanta, ojo – y La Olla), el movimiento humalista no ha planteado ningún ofrecimiento programático realmente concreto para la salud nacional. Apenas ofrecimientos vagos, tremendismos sin ton ni son, guiños a recetas populistas demagógicas que ya probaron su ineptitud, búsqueda incesante de emular y contentar a sus padrinos Hugo Chávez y Evo Morales. A eso, agreguémosle poses marciales para la galería, un discurso autómata sin medianía intelectual, maltrato a quienes le cuestionan en las entrevistas sus zigzagueos y lagunas ideológicas (y no lo tratan echadamente, con mimos o “sí, mi comandante”) y, claro está, una vocación casi patológica por el lloriqueo y la queja poco frecuente en un candidato presidencial (sobre todo porque el candidato de UPP es experto en la táctica de tirar la piedra a la ventana del vecino, esconder la mano derecha que la tiró, apuntar con la izquierda al transeúnte circunstancial que pasaba y gritar desaforadamente “el culpable, el culpable”)

Escucho tanto del nacionalismo de Humala y me pregunto en qué consiste. ¿En atacar a Chile por que su pápale dijo pero olvidarse del Ecuador y un Tratado de Paz que aún sigue siendo una piedra en el zapato para Loreto? ¿Ponerse machito con el “imperalismo” norteamericano pero dócil y cariñoso con los planes expansionistas de Venezuela y Bolivia? ¿En creer que las empresas nacionales son mejores que las extranjeras al momento de competir e invertir? ¿En poner huaynos en sus mítines? ¿Atacar a los sectores sociales que le encantaría emular? Ninguno de aquellos axiomas me parece razonable y más bien desnuda el aparatoso andamiaje mental del candidato, el mismo mal olor de siempre.

Humala no es honesto, políticamente hablando. Tiene todos los vicios de la vieja política que tanto dice combatir. Desde su alzamiento en Locumba (que ahora todos sabemos, por boca de sus propios allegados, que fue sólo una juergaza), desde la forma tan poco decente de dejar a su suerte a su hermano Antauro en Andahuaylas el día de su “insurrección” contra el gobierno de Toledo a pesar de ser él presunto autor intelectual, desde su pretendida prédica etno-cacerista que contrasta con su lujosa vida burguesa, desde el pretendido copamiento de tecnócratas ideologizados que ven con buenos ojos la nacionalización de los hidrocarburos, desde operadores políticos que negocian con Vladimiro Montesinos o Genaro Delgado Parker, desde alterados personajes expertos en tirar barro con ventilador y agraviar gratuitamente a las personas, desde negociantes sombríos y mercantilistas siniestros, Humala está inundado de impostura y de actitudes nada santas.

Pero, aún más, el “comandante” no es democrático. Es autoritario. Violentista. Petardero. Acusado por crímenes de lesa humanidad. Y lo peor es que lo sabe (por eso coloca a un increíble Carlos Tapia como vocero, como si una persona pudiese limpiarle la fachada a toda una catedral). Quiere coactar la libertad de prensa. Quiere, por boca del impresentable Abugattas, perseguir a los chateros, a los gordos, a los artistas. Y además pretende que se olviden las denuncias de Madre Mía y sus amenazas al Estado de Derecho.

Humala aplicará un plan económico nefasto (porque lo hará en el camino y con los peores) y esperará que el Perú se cuadre ante él, como si fuera un cuartel y los demás sus subordinados, mientras él descansa en el Hotel El Pueblo, se toma sus daiquiris de durazno junto a su familia al borde de la piscina, mientras sus amigotes y echa-vientos preparan otra vez el experimento continuo de la improvisación, la corruptela y el amiguismo, con la anuencia de Evo, los petrodólares de Chávez, la tutela de don Isaac, los mimos hardcore de doña Elena, la chequera negra de Siomi, las casitas del arequipeño Gutiérrez, los contactos de Torres Caro, el brazo armado de Antauro y las pretensiones “progres” de Nadine Heredia, la nueva María Antonieta, el poder detrás del trono, quien pudiera resumir en una frase su presencia en el entorno parafraseando a Flaubert : “Humala soy yo”.

Imposible votar por una candidatura de esta especie. Yo no, al menos.

2 comentarios:

xxx dijo...

Yo vengo siguiendo los mismos eventos y mi lecturas es taan distinta.

xxx dijo...
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