Hacer demasiado ruido siempre funciona como buen gancho publicitario. Media hora antes de la última función (11. p.m.) de estreno de El Código da Vinci, la sala del conocido multicines miraflorino a donde acudí para ver la anunciadísima proyección era precedida por una larguísima cola de casi dos cuadras. Obviamente, demás está decir que todas las entradas de todas las funciones se habían agotado de antemano (hombre precavido, ingenuo sin remedio, yo las había comprado tres días del magno día). La sala más grande del local estaba abarrotada por un variopinto público, en el que predominaban mucha gente joven (no necesariamente de los que escuchan a Daddy Yankee, sino los que están más en la onda James Blunt).
Luego del furor y la perplejidad de ver una sala cinematográfica llena, mis impresiones del filme. Creo que habíamos esperando tanto y nuestras expectativas eran bastante altas que al observar el producto final, hemos tenido una gran decepción. No porque la película sea mala con ganas (diríamos que el balances es decididamente irregular), sino porque, lamentablemente, el trabajo hecho por Ron Howard (quien siempre nos pareció un hombre de la segundilla hollywoodense, demasiado valorado por aquellos que ven una película cada bimestre) es inferior a la novela de Dan Brown (que, siendo entretenida y cautivante, tampoco llega a ser gran cosa). Ya ven ustedes los resultados.
Siempre he dicho que en las adaptaciones fílmicas, el mejor modo de atrapar al espectador que ya leyó el libro y le gustó, son tres aspectos: el inicio, la parte cumbre y el desenlace. La primera escena es posiblemente la más torpe que hemos visto en los últimos tiempos. Hasta se siente el patetismo de la forma cómo ha sido filmada. Así, la película, durante unos quince minutos naufraga en su intento de generar el enroque preciso para colocar al espectador dentro de la trama paranoica, cosa que sí lograba Dan Brown, sin muchas sutilezas literarias, pero con una efectivísima destreza.
En cuanto a los momentos de climax, sentimos que le va mejor a Howard cuando proyecta algunas escenas de acción (en los que también se le va de las manos algunas persecuciones, que suelen ser muy esquemáticas, sin fuerza ni la pasión que debería darle). Y es que, como nunca, es el movimiento de cámaras lo que termina colocando sin fuerza a los contrapunteos dramáticos, que luego de ello se convierten en meras declaraciones líricas. Los flashbacks, salvo algunos momentos, terminan dando una idea muy equivocada de la trama y más bien parecen colocados con un afán muy decorativo, para ilustrar – pobre y mal – a los neófitos que no leyeron aún el libro.
El final, que termina siendo irregular, porque hay momentos muy intensos (la búsqueda del secreto final que realizan los protagonistas en Londres), pero hay otros en los que se nota el apuro y, además – lo peor – una edición que fue caprichosa. La escena final, con Tom Hanks buscando el secreto final sobre París, que empieza a ser voluntarioso y te llama la atención por la forma de manejar el suspenso y, además, por la partitura de un Hans Zimmer que no está en su mejor nivel pero en este momento la atina, el cual, una vez más es arruinada por una revelación que traiciona el sentido de la novela, además por una sobreactuación de Hanks (la cual no es corregida por Howard, que no es precisamente buen director de actores), y te dejan la impresión de que, aún siendo una versión sin estirpe literaria, de igual modo se siente que algo le falta (cosa que las palabras de Brown ocultan, pero la manía de Howard por tratar de ser demasiado gráfico sin ser sutil ni inteligente te dejan un sabor de ceniza en los labios).
Las actuaciones, empezando por la de Hanks, son flojas. Desde el punto de vista físico, no era el más adecuado para hacer de Robert Langdon (yo incluso hubiera preferido al Russell Crowe de The Insider o A Beautiful mind). Pero más allá de ello, Hanks luce apagadísimo. Lo mismo diríamos de Audrey Tautou, que no llega a dar la talla adecuada como Sophie. Lo de Paul Bettany como el mercenario Silas sólo llega a ser cumplidor, lo mismo que Jean Reno y Alfred Molina, quienes terminan apareciendo como simples segundones decorativos. Quizás lo más rescatable de la película es la presencia imponente de Ian Mc Kellen que le pone el exacto contrapunteo actoral y salva varias escenas con algún gesto o alguna frase ya leída pero en cuyo fraseo termina siendo insustituible. Aunque, claro, no se puede hacer tanto con tan poco inspirado guión adaptado, por más que seas uno de los mejores actores del mundo.
Al Código, con toda justicia le faltan unos 15 o 20 minutos (sino 30) para hacerla entendible plenamente o para generar el efecto buscado por Dan Brown. O quizás mucho menos. Pero aún así, sentimos que la película quiso ser grandilocuente y gloriosa. Sólo terminó siendo pomposa y muy genérica, decididamente mediocre, un divertimento de Hollywood que seguramente adorarán quienes no van al cine nunca, quienes no leen un libro – ni siquiera best sellers – y no tienen otras preocupaciones que su propia mente común y silvestre. Y bueno, aunque Brown no es genio, Howard este vez hace esfuerzos sobrehumanos para empequeñecerlo aún más como autor. Mal tiro la grita la histérica del Opus Dei y la Iglesia Católica. Dispararon todas sus municiones al aire y perdieron la presa, cuando resulta que ésta sólo era un ave de papel periódico. Pobrecitos...
Luego del furor y la perplejidad de ver una sala cinematográfica llena, mis impresiones del filme. Creo que habíamos esperando tanto y nuestras expectativas eran bastante altas que al observar el producto final, hemos tenido una gran decepción. No porque la película sea mala con ganas (diríamos que el balances es decididamente irregular), sino porque, lamentablemente, el trabajo hecho por Ron Howard (quien siempre nos pareció un hombre de la segundilla hollywoodense, demasiado valorado por aquellos que ven una película cada bimestre) es inferior a la novela de Dan Brown (que, siendo entretenida y cautivante, tampoco llega a ser gran cosa). Ya ven ustedes los resultados.
Siempre he dicho que en las adaptaciones fílmicas, el mejor modo de atrapar al espectador que ya leyó el libro y le gustó, son tres aspectos: el inicio, la parte cumbre y el desenlace. La primera escena es posiblemente la más torpe que hemos visto en los últimos tiempos. Hasta se siente el patetismo de la forma cómo ha sido filmada. Así, la película, durante unos quince minutos naufraga en su intento de generar el enroque preciso para colocar al espectador dentro de la trama paranoica, cosa que sí lograba Dan Brown, sin muchas sutilezas literarias, pero con una efectivísima destreza.
En cuanto a los momentos de climax, sentimos que le va mejor a Howard cuando proyecta algunas escenas de acción (en los que también se le va de las manos algunas persecuciones, que suelen ser muy esquemáticas, sin fuerza ni la pasión que debería darle). Y es que, como nunca, es el movimiento de cámaras lo que termina colocando sin fuerza a los contrapunteos dramáticos, que luego de ello se convierten en meras declaraciones líricas. Los flashbacks, salvo algunos momentos, terminan dando una idea muy equivocada de la trama y más bien parecen colocados con un afán muy decorativo, para ilustrar – pobre y mal – a los neófitos que no leyeron aún el libro.
El final, que termina siendo irregular, porque hay momentos muy intensos (la búsqueda del secreto final que realizan los protagonistas en Londres), pero hay otros en los que se nota el apuro y, además – lo peor – una edición que fue caprichosa. La escena final, con Tom Hanks buscando el secreto final sobre París, que empieza a ser voluntarioso y te llama la atención por la forma de manejar el suspenso y, además, por la partitura de un Hans Zimmer que no está en su mejor nivel pero en este momento la atina, el cual, una vez más es arruinada por una revelación que traiciona el sentido de la novela, además por una sobreactuación de Hanks (la cual no es corregida por Howard, que no es precisamente buen director de actores), y te dejan la impresión de que, aún siendo una versión sin estirpe literaria, de igual modo se siente que algo le falta (cosa que las palabras de Brown ocultan, pero la manía de Howard por tratar de ser demasiado gráfico sin ser sutil ni inteligente te dejan un sabor de ceniza en los labios).
Las actuaciones, empezando por la de Hanks, son flojas. Desde el punto de vista físico, no era el más adecuado para hacer de Robert Langdon (yo incluso hubiera preferido al Russell Crowe de The Insider o A Beautiful mind). Pero más allá de ello, Hanks luce apagadísimo. Lo mismo diríamos de Audrey Tautou, que no llega a dar la talla adecuada como Sophie. Lo de Paul Bettany como el mercenario Silas sólo llega a ser cumplidor, lo mismo que Jean Reno y Alfred Molina, quienes terminan apareciendo como simples segundones decorativos. Quizás lo más rescatable de la película es la presencia imponente de Ian Mc Kellen que le pone el exacto contrapunteo actoral y salva varias escenas con algún gesto o alguna frase ya leída pero en cuyo fraseo termina siendo insustituible. Aunque, claro, no se puede hacer tanto con tan poco inspirado guión adaptado, por más que seas uno de los mejores actores del mundo.
Al Código, con toda justicia le faltan unos 15 o 20 minutos (sino 30) para hacerla entendible plenamente o para generar el efecto buscado por Dan Brown. O quizás mucho menos. Pero aún así, sentimos que la película quiso ser grandilocuente y gloriosa. Sólo terminó siendo pomposa y muy genérica, decididamente mediocre, un divertimento de Hollywood que seguramente adorarán quienes no van al cine nunca, quienes no leen un libro – ni siquiera best sellers – y no tienen otras preocupaciones que su propia mente común y silvestre. Y bueno, aunque Brown no es genio, Howard este vez hace esfuerzos sobrehumanos para empequeñecerlo aún más como autor. Mal tiro la grita la histérica del Opus Dei y la Iglesia Católica. Dispararon todas sus municiones al aire y perdieron la presa, cuando resulta que ésta sólo era un ave de papel periódico. Pobrecitos...
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