Lo correcto en estos días es escribir sobre política y ser jodidamente punzante con el nazi-onalismo – mi derecho al pataleo, porque antialanista soy desde hace mucho tiempo atrás - tan jodido que los editores de este insigne diario Pro&Contra (cuasi convertido ahora en involuntario y candoroso vocero del humalismo menos siniestro) ya miran mal y con cierto encono a mis humildes columnas. Así que, en nombre de las reglas de la amistad de Pilsen, por segunda semana consecutiva, no les voy a tocar a su “comandante” ni con el pétalo de una frase.
Pero algo ha cambiado en el panorama. El fenómeno que nos trajo este mes mariano y virginal (aunque no tanto). May day, cuando te encontraron en las desniveladas calles de Iquitos, caminando en zigzag, retorcido el rostro, empañada la mente por el alcohol y quizás otras hierbas-polvos. Angie, linda mujer, llegaste cuando menos te esperábamos.
Déjame, decirte, antes de querer recriminarte (porque los racistas del barrio así lo exigen), que te adoro desde la primera vez que te vi. Pero bueno, aquí viene el Cipriani en que me convierten los censores y te digo que nos parece muy mal, señorita, que hagas ese tipo de espectáculos a vista y paciencia de este culto y sensible pueblo que te acoge con los brazos abiertos y los corazones que vuelven a cantar. No, pues, Angicita. You did a bad bad thing, con los ojos entreabiertos. Travesuras de una niña muy mala, caray.
Cómo no, dicen que eres mala, que respiras, pero quizás no sepan del abril de este mayo (debes saber también que abril es el mes más cruel, no sólo porque lo escribió Eliot, sino porque decidimos, en democráticos comicios, que el peor presidente de la historia peruana nos vuelva a gobernar). Te dibujaron como el punto negro del cuadro, como la mala semilla del jardín de rosas. Así somos de hipócritas y autoindulgentes (siempre buscando la paja en el ojo ajeno). Y, claro, pues, tú también te la buscas. Porque en esta querida ciudad, de gente feliz y contenta - con fondo musical de R.E.M.- podemos ser crueles, a nuestro modo. No más que en Lima, es cierto, pero también podemos hacernos daño. Te soltamos la rienda, te dejamos que seas humana y luego te lapidamos por el recuento de los daños que, mi top model favorita, quizás contribuiste a expandir con malvada radioactividad.
Vivimos en un mundo extraño y bizarro. Nadie entiende por qué una mujer famosa y linda puede tener una vida tan agitada, tan insomne, tan colisionada con los muros de la razón. En el Boulevard te vieron y en el Boulevard te lapidaron. Te dispararon luces, flashes, te apalearon con micrófonos y cámaras. Te hicieron sentir que, reluciente y todo, también eras presa del trago y el jaleo, que tu rostro destruido por la mala noche no era el del último desfile de modas de Sisley, que tus balbuceos impregnados de pastosa y amarga saliva eran la patética coronación de un despropósito, que tus gritos y caídas en plena fuga hacia la nada eran el show mediático que los medios necesitaban. Estaban hambrientos de mierda, estaban sedientos de sangre. Tú, con toda la concha del mundo, se las diste, en cantidades industriales. Difícil que presumas inocencia (aunque ellos se sobrepasaron por mucho).
No eres una semidiosa y esa es una certeza con la que debes aprender a convivir. Algunos te preferíamos fuera de foco, inalcanzable. Pero igual tus notas caen lentamente hacia nosotros, y tus lamentables franceses (que pueden tener pepa pero parece que no tienen corazón) te han dejado exhausta, humillada, con el culo literalmente al aire (¡qué escena para más Venganza-de-los-nerds aquélla de la comisaría!), golpeada, demacrada: la sombra de quien nos encandiló más de una vez. No más mujer sensual, no más ángel negro, no más fintera piraña de los barrios altos, no más cuerito A1 con aspecto heroinómano. Sólo una cruz negra tatuada en el brazo como símbolo de tiempos-radioactivos mejores.
Ojalá leas esto, indomable Angie, y recuerdes lo que eres, lo que no puedes ser capaz de ser y lo que aún anhelas ser. Y quizás no necesites arrepentirte de nada. Quizás sólo camines otra vez por el Boulevard, con la chompita que te prestó aquella generosa tombita que te invitó a comer en su casa también y veas a los niños de la calle, a los maromeros, a los chupeteros que te miran con ganas y miedo. Allí sentirás que aunque no estamos en el mejor de los mundos, tampoco esto es insuperable. Y si decides quedarte, no porque sea perfecto, sino porque crees encontrar un momento para la paz y la tranquilidad, entonces el viaje habrá valido no sólo la pena, sino también el esfuerzo.
Sé el pasajero que viaja a la nada. El eterno resplandor de una mente que pugna por que los recuerdos sean pasado enterrado. Quédate, Angie, aunque todo sea contradictorio (la vida suele serlo), incluida esta carta. Quizás juntos, Iquitos y tú, terminen por descubrirse mutuamente. Avísanos cuando ello suceda. Allí estaremos para cruzar el río de la ignominia y alcanzar, al fin, la ansiada utopía.
Pero algo ha cambiado en el panorama. El fenómeno que nos trajo este mes mariano y virginal (aunque no tanto). May day, cuando te encontraron en las desniveladas calles de Iquitos, caminando en zigzag, retorcido el rostro, empañada la mente por el alcohol y quizás otras hierbas-polvos. Angie, linda mujer, llegaste cuando menos te esperábamos.
Déjame, decirte, antes de querer recriminarte (porque los racistas del barrio así lo exigen), que te adoro desde la primera vez que te vi. Pero bueno, aquí viene el Cipriani en que me convierten los censores y te digo que nos parece muy mal, señorita, que hagas ese tipo de espectáculos a vista y paciencia de este culto y sensible pueblo que te acoge con los brazos abiertos y los corazones que vuelven a cantar. No, pues, Angicita. You did a bad bad thing, con los ojos entreabiertos. Travesuras de una niña muy mala, caray.
Cómo no, dicen que eres mala, que respiras, pero quizás no sepan del abril de este mayo (debes saber también que abril es el mes más cruel, no sólo porque lo escribió Eliot, sino porque decidimos, en democráticos comicios, que el peor presidente de la historia peruana nos vuelva a gobernar). Te dibujaron como el punto negro del cuadro, como la mala semilla del jardín de rosas. Así somos de hipócritas y autoindulgentes (siempre buscando la paja en el ojo ajeno). Y, claro, pues, tú también te la buscas. Porque en esta querida ciudad, de gente feliz y contenta - con fondo musical de R.E.M.- podemos ser crueles, a nuestro modo. No más que en Lima, es cierto, pero también podemos hacernos daño. Te soltamos la rienda, te dejamos que seas humana y luego te lapidamos por el recuento de los daños que, mi top model favorita, quizás contribuiste a expandir con malvada radioactividad.
Vivimos en un mundo extraño y bizarro. Nadie entiende por qué una mujer famosa y linda puede tener una vida tan agitada, tan insomne, tan colisionada con los muros de la razón. En el Boulevard te vieron y en el Boulevard te lapidaron. Te dispararon luces, flashes, te apalearon con micrófonos y cámaras. Te hicieron sentir que, reluciente y todo, también eras presa del trago y el jaleo, que tu rostro destruido por la mala noche no era el del último desfile de modas de Sisley, que tus balbuceos impregnados de pastosa y amarga saliva eran la patética coronación de un despropósito, que tus gritos y caídas en plena fuga hacia la nada eran el show mediático que los medios necesitaban. Estaban hambrientos de mierda, estaban sedientos de sangre. Tú, con toda la concha del mundo, se las diste, en cantidades industriales. Difícil que presumas inocencia (aunque ellos se sobrepasaron por mucho).
No eres una semidiosa y esa es una certeza con la que debes aprender a convivir. Algunos te preferíamos fuera de foco, inalcanzable. Pero igual tus notas caen lentamente hacia nosotros, y tus lamentables franceses (que pueden tener pepa pero parece que no tienen corazón) te han dejado exhausta, humillada, con el culo literalmente al aire (¡qué escena para más Venganza-de-los-nerds aquélla de la comisaría!), golpeada, demacrada: la sombra de quien nos encandiló más de una vez. No más mujer sensual, no más ángel negro, no más fintera piraña de los barrios altos, no más cuerito A1 con aspecto heroinómano. Sólo una cruz negra tatuada en el brazo como símbolo de tiempos-radioactivos mejores.
Ojalá leas esto, indomable Angie, y recuerdes lo que eres, lo que no puedes ser capaz de ser y lo que aún anhelas ser. Y quizás no necesites arrepentirte de nada. Quizás sólo camines otra vez por el Boulevard, con la chompita que te prestó aquella generosa tombita que te invitó a comer en su casa también y veas a los niños de la calle, a los maromeros, a los chupeteros que te miran con ganas y miedo. Allí sentirás que aunque no estamos en el mejor de los mundos, tampoco esto es insuperable. Y si decides quedarte, no porque sea perfecto, sino porque crees encontrar un momento para la paz y la tranquilidad, entonces el viaje habrá valido no sólo la pena, sino también el esfuerzo.
Sé el pasajero que viaja a la nada. El eterno resplandor de una mente que pugna por que los recuerdos sean pasado enterrado. Quédate, Angie, aunque todo sea contradictorio (la vida suele serlo), incluida esta carta. Quizás juntos, Iquitos y tú, terminen por descubrirse mutuamente. Avísanos cuando ello suceda. Allí estaremos para cruzar el río de la ignominia y alcanzar, al fin, la ansiada utopía.
2 comentarios:
se quedo lo que le duró la merca
ahhhhhhh es lendaaa la tiaa t amuu jibaja best 4ever :d
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