05 agosto 2007

EL TALENTO EN LA OTRA ESQUINA


La noche del sábado, durante un recital de poesía del grupo Urcututu, se presentó un intermedio musical que probablemente vaya a recordar en mucho tiempo. Quien estaba enfrente era William Llerena Murayari, hombre de mediana edad, sencillo, sin lujos ni poses, quien agarró su guitarra y, con mucha humildad, interpretó dos melodías. No soy músico, ni tengo demasiados conocimientos al respecto, pero sí puedo decir lo siguiente: he visto el futuro de la música instrumental amazónica y probablemente se llame William Llerena.

Con un dominio insuperable del instrumento, en las antípodas del conocido y ya cansino valsecito, con un estilo que lo mismo se nutre del blues, la trova, guiños al folk, icaros ayahuasqueros como también de la tradición mística local, Llerena nos demostró que el talento es una circunstancia innata que debe practicarse constantemente. Pero lo más peculiar de todo esto es que este músico que el nutrido auditorio que lo escuchaba absorto y premió con una ovación de pie, había tenido su primera oportunidad gracias a la visión del escritor y cineasta colombiano Juan Carlos Galeano, quien lo escuchó una noche en el bar “Amauta” e inmediatamente lo invitó a incluir dos tracks en la banda sonora de su documental Los árboles tienen madre, presentado en estreno nacional hace unos días en el cine-club de Audiovisual.

Llerena Murayari, como la gran mayoría de los capos de su respectivo oficio que no tienen la suerte de contar con un cartel o padrinos, padeció para hacerse unos cachuelos tocando la guitarra y otros instrumentos, fue hasta Pucallpa para gastarse todos loa ahorros y debido a la generosidad de un amigo, pudo grabar un disco de modesta factura técnica, llamado “Semilla”. Había un prodigio allí, y tuvo que venir alguien desde afuera para reconocerlo, darle el trato que se merece y mostrarnos lo que no éramos capaces de ver desde nosotros mismos.

Esta miopía para recuperar el talento y para valorarlo no es un asunto nuevo. Los mejores artistas, intelectuales, científicos, profesionales que han nacido o crecido aquí han terminado recalando en otros lares, donde su trabajo y su contribución a la difusión de la esencia del ser amazónico son muchísimo mejor retribuidas y promocionadas. Aquellos hombres y mujeres que, a pesar de su capacidad, reciben la indiferencia, la apatía, la hostilidad o la mezquindad de quienes en teoría son los líderes públicos y privados de nuestro destino - ¡vaya porvenir el que nos espera! -, simplemente, como cualquier ser humano con algo de dignidad y respeto por sí mismo, salen de aquí, apoyados por difusores o empresarios astutos. Y eso pasará siempre, porque si alguien pregunta a un joven por su futuro en estos menesteres, siempre te va a decir que prefiere irse, pronto, antes que ser ninguneado. Quienes tratan de empujar el coche (promotores, editoras, asociaciones o personalidades), descubriendo lo nuevo y lo bueno, deben inevitablemente transitar por penurias propias de una sociedad donde el ruido destruye nuestros tímpanos, las calles parecen bombardeadas, los teléfonos celulares no funcionan (ineptitud cortesía de Movistar) y el legado artístico o ecológico se derriba de un solo combazo o corte de motosierra.

Este último Festival del Libro ha permitido descubrir gratamente, además de William Llerena, a Benzo Reátegui y constatar la madurez pictórica de Miguel Saavedra, entre otros. La amazonía, su cosmovisión y su ecosistema, su mundo, sus vericuetos y su cotidianidad tienen muchísimo interés y demanda tanto a nivel nacional como internacional. Hay un nuevo y genuino entusiasmo por lo que desde acá se genera y crea. Pero lo que significa un aliciente, también es un lastre, porque encuentra a una casta política y empresarial irresponsable, sin visión, que no permite que la ciudadanía mayoritaria contemple lo bueno que sale desde acá y, de paso, se genere una conciencia colectiva más crítica y educada. Por inercia, estos esperan que la naciente elite que puede manejar bien nuestras riendas se vaya, se autoexilie, haga su chamba afuera, genere orgullo para su propia tierra, para luego, cuando ya son reconocidos, se les adule o contemple como si fueran marcianos o pordioseros. En tanto, a los que tienen el valor de quedarse aquí, se los fuerza a que se resignen a hacer otra cosa, enloquezcan o – peor – se mueran en el esplendor de la edad y la ebullición productiva.

El talento, para mercantilistas y politicastros, es un animal exótico que se ubica en la otra esquina. La cultura, el progreso y el saber amazónico son asunto de foráneos o excéntricos. Esta es la única dura y sombría lección de esta inefable y desdichada historia.

Foto: Luis Salazar Orsi recibe Premio Paucar en Festival del Libro de Iquitos. Salazar es loretano, pero no radica allí, sino en el departamento de San Martín, donde es considerado como un personaje influyente en el circuito artístico y cultural.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente la radiografia que haces sobre la realidad artistica cultural de Iquitos. Suscribo cada linea de tu analisis. La realidad es todavia mas cruda y frustrante cuando tienes oportunidad de ocupar un cargo para la cultura. Ojala Dios (aunque sea el Diablo) ilumine a las autoridades politicas para que entiendan que la cultura es el verdadero motor de un pueblo.
Hay que cambiar parametros, referentes y, sobre todo educar mas. Lamentablemente el poder no entiende.
Saludos.

Anónimo dijo...

Hola, soy francesa, y conocí a William cuando fuí a Iquitos. Es un a persona maravillosa y un músico muy talentoso (aunque creo que su cd no lo demuestra mucho).
saludos!