A orillas del Amazonas, cerca de Leticia, vivía una muchacha que iba a lavar ropa por las mañanas. Allí veía jugar y saltar a los delfines rosados. Tenían el mismo color de la cara del muchacho de la guitarra que últimamente se le aparecía en los sueños: “María, si tú quisieras, vendrías para mi ciudad donde siempre te querré. En nuestra boda tendrías las joyas más finas y tu vestido brillaría más bonito que las escamas del tucunaré”.
Un día, uno de los delfines que había estado saltando en el agua con los otros comenzó a pasarle muy cerca. La muchacha quiso jugar con él y le dijo como en broma: “Joven, ¿por qué no me regalas una gamitana?”
El delfín saltó y le trajo el pescado que le había pedido. Luego le trajo otro y otros más. Mientras tanto a María le parecía escuchar la música de sus sueños viniendo de alguna parte del río. Le dijo al delfín que no le trajera más pues ya había llenado su cesta con las gamitanas.
En adelante, cada vez que iba a lavar, el delfín la esperaba en la orilla del río. Y el muchacho que se le aparecía en los sueños comenzó a rondar su casa por las noches. Era guapo, con dientes muy blancos, y llevaba un vestido elegante y cadenas de oro en el cuello. Muchas veces ella pudo verlo en la oscuridad bajo el árbol de yarumo llevando en sus manos flores de la orilla.
Al papá de María no le gustaba para nada que el muchacho la pretendiera sin pedirle permiso. Y cada vez que salía a echarlo, se desaparecía. Después notaba que las huellas del pretendiente se iban hasta el río, y cuando viajaban en la canoa durante el día, muchos delfines saltaban a su alrededor para saludar a la muchacha.
Ella continuó escuchando la misma música saliendo del río, y soñaba con el muchacho de la sonrisa y piel rosadas. Así perdió su interés en llevarles cantinas de masato a los jóvenes que trabajaban en las chacras. Como el muchacho seguía rondando la casa cuando su papá se encontraba de viaje, la madre le dijo a María que no volviera más al río. Un brujo le había advertido sobre las muchas jóvenes que los delfines se robaban: “Vienen, se aparecen como hombres muy guapos y se llevan a las muchachas a vivir en las casas bonitas que tienen bajo los ríos”.
Para evitarlo, los padres se la llevaron a vivir bien lejos a un caserío selva adentro. “Gracias a Dios”, decían sus padres, “ningún delfín volvió a molestarla”. Daban gracias de que en ese lugar, si un muchacho quería enamorarla, primero se acercaba a pedirles permiso. Pero ella no quería casarse con ninguno de por ahí, y un día desapareció sin dejar rastro. La buscaron por todas partes y pensando que se había perdido en la selva, sus padres les pagaron a unos cazadores para encontrarla.
Pero ni ellos dieron con el paradero.
En esos días la gente hablaba mucho de ella y uno de sus enamorados decía: “Apuesto que María se casó con ese delfín rosado que le sonreía, y ahora vivirá con él en el fondo del Amazonas por los lados de Leticia”.
Tomado de “Cuentos Amazónicos” del escritor colombiano Juan Carlos Galeano
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