26 agosto 2007

LA VOCACION


Antonio Lozán se ordenará sacerdote este jueves 30 de agosto, en el Iglesia San Agustín, su querida alma mater, el patio de sus sueños más importantes, y siento que tengo que decir algunas cosas en lo que a mí respecta.

Desde luego, es una noticia total, en esta época en que las vocaciones religiosas andan tan en contradicción y cuestionamiento, que un joven elija adoptar y abrazar la causa no solo es, como diría el gran, Toño Cisneros, objeto de maravilla, pero también de rencor. Y quizás el rencor pueda ser entendido porque en este mundo, infelizmente, no hay muchos quienes se pasen todo por la pelvis y decidan hacer lo que más les nace, lo que sale desde las erupciones mismas del deseo y de la razón.

Hay pocos utópicos que deciden ir por el mundo caminando infatigables senderos, empinados, enmarañados, fangosos, con tal de llegar al extremo mismo de la territorialidad espiritual, del sentido mismo de porqué estamos aquí. Cuando uno llega a olfatear la meta, es cuando precisamente ha entendido los sacrificios e incertidumbres que se expresan. Si no duele, no vale. Sin transpiración, la inspiración es un ente inerte y virtual. A eso le llamamos vocación, y en muchos casos ésta es un aliciente para la vida misma. Como hubiera escrito T.S Eliot “por esto y solo por esto hemos nacido”.

La verdad, no nacemos solo para la vocación, pero es cierto que ella nos mueve profundamente y modula nuestra travesía. La de Toño Lozán es una vocación cimentada desde los años agustinianos, desde la enorme misión de equilibras las hormonas desbocadas en el grupo juvenil JAX, desde las épocas en que existían un Mauricio Bernardo Paniagua (carajeador, osado, inteligente, franco y siempre honesto) o cuando un Eugenio Alonso Román le daba cuerpo y vida a un movimiento que, con el tiempo, ha quedado en la memoria y los corazones de muchos jovencitos del ayer (caray, díganmelo a mí, agnóstico confeso desde los 15, que sin embargo, tuvo un fugaz pero inolvidable paso por los Jóvenes Amigos en Cristo). Toño es el comunicador que ha tenido éxito modulando y luchando por causas enaltecedoras desde Pro & Contra, LVS, Kanatari y otros, desde el atrevido y justiciero Diario de Jonás que se imprimía en Nauta, desde el compromiso social con Iquitos (aún estando en España), o en Santa Rita de Castilla donde nació el grito estruendoso de la columna y posterior libro En la otra orilla. Pero ante todo, una constancia de que el compromiso con un ser divino o superior - cualquiera fuera éste - no te convierte en un ser inanimado y doblegado por los prejuicios, las incongruencias ni la cucufatería, sino un instrumento dinámico para la creación, para hacer algo hermoso o solidario y, de paso, para intentar transformar el mundo aunque en el camino termines transformándote tú mismo y a algunos más que nunca te olvidarán.

La vocación, desde mi modesto punto de vista, significa poder alcanzar al fin la certeza de que algo es posible y darías gran parte o todo lo que eres por poder seguir haciéndolo. Las razones varían, pero el sentido es el mismo. Y Toño Lozán, humilde y modesto, nos da una lección, y es aquella de que nunca es tarde para descubrir lo que amamos, ir en su búsqueda y acaso poder disfrutarlo en su plenitud. Sin ser necesariamente religiosos o profundamente dogmáticos, y entendiendo que todos alguna vez debemos seguir nuestro destino, creo que el ejemplo de este muchacho loretano que se convierte después de tiempo en cura (rara avis en el firmamento), su sola ordenación ya es un síntoma positivo de que la vocación, felizmente y a pesar de todos los pronósticos, goza de muy buena salud.

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