30 mayo 2007

TIPISHCA BEACH (SOLO PARA VIP)


Lindo domingo. Sol abrasador, nivel del río en su punto más bajo. La ciudad entera se encuentra sumida en una severa crisis de agua potable. Los baños se encuentran hacinados por la penetrante pestilencia. Los casos de leptopirosis abarrotan Belén y se espera un rebrote infame de paludismo en todo Iquitos. Entre tanto, los promotores de la más esplendorosa emoción social preparan sus implementos, sus ropajes coloridos, su panza, sus estrías y su provisión de cerveza, carne y afilada maledicencia para dirigirse a uno de los inventos más recientes de la huachafería loretana para autocomplacerse: Tipishca Beach.

Tipishca podría pasar por un refugio tranquilo y sosegado en medio de la selva, al que las inclemencias de la naturaleza le han dotado de una característica particular, consistente en arena firme, relativamente blanca, verde edénico y un río que navega en la frescura sin llegar a ser entregarse a la térmica calentura. Buen sitio, sólo que como siempre, los huachafos lo han poblado y se han encargado de arruinarlo todo, una vez más, confiriéndole categoría de “exclusivo” y “A-1”.

El lugar es bonito, sí, estamos de acuerdo; no así muchos de quienes la pueblan especialmente. No son “gente bonita” ni “encantadora”. Terminan siendo tan fingidos en su presunta forma de divertirse que provoca mucha risa y conmiseración. En este lugar lo que más prima es falsa modestia y la simpatía mostrenca. Y hay categorías definidas de huachafos que vale la pena enumerar.

Porque huachafísimo es señalar que en nuestra ciudad tenemos una clase social “alta” o una presunta “nice people” cuando la realidad es que nuestros exiguos ingresos no alcanzan ni siquiera para llegar al rótulo de clase media en otras latitudes del mundo. Lo interesante de toda esta perversión de valores estéticos y esa ceguera de la realidad que francamente ya aturde.

Sabemos que es medio tonto creer que estamos en Punta del Este, St Tropez, Mallorca cuando solo estamos en Iquitos. Sin embargo, preparar toda la parafernalia y sentir que la vivimos, con argumentos y disfuerzos propios de alguien que ya quemó cerebro viendo – y envidiando – las juergas que se transmiten por el canal “E” es cuando empieza la verdadera diversión.

Divertido es conocer al huachafo (o la huachafa) que recuerda viejos tiempos cuando no había tantos “cholos” poblando la inmarcesible, distinguida y decente urbe. Claro, pensar que la distinción se medía por la cercanía que tuviese la vivienda de cada uno con la Plaza de Armas suena medio irónico, pero en realidad es testimonio de un síndrome realmente aterrador. De esa humorada han aparecido linajes, descendencias; a través de esa garrafal equivocación se han compuesto matrimonio, modificado apellidos y creado sociedades que terminan todas buscando desesperadamente lugares donde sentirse “exclusivos”.

Uno de los lugares que puede servirnos de ejemplo para esta situación es Santo Tomás. Durante un tiempo relativamente largo, este sitio fue tomado como el paradigma del buen vivir de los iquitenses urbanos que iban a mostrar o vanagloriarse de sus deslizadores, sus esquíes acuáticos, sus barcazas flotantes y su manera de exponer todo lo que pudieron haber ganado, en buena o mala lid (hay muchos casos de que los más ostentosos precisamente son aquellos que todo se lo consiguieron de manera ilegal o anti ética). Pero Santo Tomás era una desgraciada y cruel ironía, porque mientras algunos jugaban a la Corte de Versalles con hojas de bijao y plátano asado, sobre las orillas, en medio de la colina, una población pobre, sin oportunidades, absolutamente abandonada por el Estado y el sector privado, se sentía absolutamente ajena a este tipo de chiquilladas insulsas. La estupidez y la frivolidad se habían hecho fácil presa de las necesidades de la gente, de la verdadera gente que debía soportar este festival de fanfarrias.

Pero Tipishca no cambia en nada estas condiciones. Sólo las ha potenciado en niveles modernos y actuales. La huachafería ahora tiene nombre de “fashion” cuando antes tenía nombre de “gagá”. La huachafería se traslada al sentido de lo abigarrado de las páginas de Sociales de los “columnistas” exaltados y delicadísimos, que al fin y al cabo, sólo son instrumentos de esa vieja afición acomplejada del iquitense promedio, que se muere por salir en el periódico, que le gusta mirar su cara o su nombre reflejados en un pedazo de papel a toda costa, y para ello no duda en hacer lo posible y a veces lo imposible.

Sabemos que muchos de los “tipishqueros” emocionados, que se alucinan de última, son en realidad de lo peor en este aspecto, inclusive se les ocurre pagar por salir retratados. Claro, y sobre todo se sienten con el deber moral de hacerlo, porque una presentación en medio de la playa, con la ropa de baño brasileña, con la barriga mofletuda pero la cadena de oro y el vaso con ron Bacardí y Coca Cola a medio llenar es impensable. Y porque no importa si el cuerpo no se pueda resistir a los embates de la gravedad. Ni tampoco importa si en realidad las arcas estén un poco vacías, sobre todo en estas épocas de vacas flacas y poca publicidad, lo importante es que se pueda resistir a pie firme el raje maldito de que uno es objeto entre estas brisas subyugantes, con tal de dejarse ver, dejarse lucir y dejarse comentar. Como se dice, sin la cultura de las apariencias algunos no serían nada (en realidad, siguen siendo nada aún con ella).

Claro, pueden seguir inventándose más cosas para ocultar nuestra inseguridad y la poca fortuna que la supuesta “clase distinguida” presenta al momento de divertirse y de copular su relación se refiere. Sin embargo, no hay duda que si hay algunos que acusan de huachafería a otros y no se dan cuenta que son los dueños de la fábrica más grande de mal gusto, impertinencia y frivolidad de la ciudad. Vamos, pues, a Tipishca Beach, pero les recomiendo el lugar cuando sea lunes, a las tres de la tarde, y disfrutando de la belleza que da contemplar de la naturaleza, antes que suba el río, en soledad, sin la presencia de algunas joyitas churriguerescas y absolutamente huachafas; las de antaño, las de ahora y las de siempre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente relato. Vivi en esa playa 3 meses, mi ''casa'' la habiamos contruido en la esquina de la playa. Y si, la semana era paraiso y los fines de semana algo muy distinto. Aguardabamos todo el dia a que se iniciara la retirada de los visitantes...