Ayer he podido ver, gracias a la magia de internet, siete minutos de la última entrega de la trilogía de Spiderman, dirigida por Sam Raimi. Y en verdad, me he emocionado. Porque el Hombre Araña ha sido desde siempre uno de mis superhéroes favoritos y porque, sin duda, me voy amanecer esperando el estreno en cines, que se prevé para este jueves 03 de mayo en todos los cines del planeta.
Quien alguna vez en su vida no ha admirado, amado, venerado a un superhéroe, no ha tenido infancia; no sabe lo que es existir en el más amplio y descomunal sentido de la palabra. Quien no ha conocido ni ha sentido cosquilleos en la piel ante alguna hazaña de los superhéroes, definitivamente tiene el sentido de la emoción atrofiado.
Lo digo con convicción y con pleno conocimiento de causa. Porque no puede haber en ningún momento descubrimiento del bien y el mal sin haber tomado posición definitiva sobre la dimensión del superhéroe que adoptaste. Además, tu pequeño o gran mundo se encadena con la capacidad que tienen para aborrecer al eterno villano que se presenta ante ti con la mirada endurecida y las cejas arqueadas, con la sonrisa más terrible que puedas imaginar y con todas las posibles e inimaginable armas, trucos y mañas que nunca hubieras imaginado (pero, con el paso inexorable del tiempo tratas infructuosamente de emular, ah, hipócrita y malvado lector).
Si eres un niño que empieza a descubrir que la tele existe, y a veces existe como nodriza, entonces necesariamente tendrás que escoger un superhéroe. Y necesitarás que sea inteligente, que tenga poderes especiales que van más allá de lo evidente, que sea solidario, noble y que tenga afinados en extremo los sentidos de la sensibilidad, de la justicia, de la libertad. Que esté dispuesto a todo por salvar al mundo, aún cuando no necesariamente sea humano, tenga origen extraterrestre o el alma se le replete de puros circuitos integrados. Además, que este dispuesto a darlo todo, aún cuando sea su familia, el amor o un futuro apacible en pos de darlo todo, sin esperar nada a cambio.
Acaso no has tenido alguna vez una escena que nunca se ha borrado de tu mente, y te remite a un superhéroe. Claro, y lo has dicho, lo has clamado, has querido guardar los recuerdos de ese momento cumbre, sea en un póster sobre la cabecera de tu cama, en un libro de historietas, en una vieja cinta de VHS, en un disco compacto o en tu mp4, en álbumes con figuritas o con los muñequitos de plástico que te regalan la Cajita Feliz de Mc Donalds. Y te conviertes a veces en fanático desesperado por no crecer, por suspender el tiempo en un segundo, por esperar que esos 30 minutos en la tele, esas dos horas en el cine, esa noche en vela leyendo tu cómic permanezcan perennes si es posible hasta tu próxima descendencia, que seguramente también tomará la antorcha del culto y la prolongará. Porque un superhéroe es el gran amigo que hubieras querido tener, el hermano que tu hubiera gustado contarle sobre tu primer beso o tu primera mataperrada.
Mi vida no hubiera sido la misma si no hubiera conocido a mis superhéroes favoritos: Astroboy, Batman, Superman, el Capitán América, Acuamán, el Cuy de Juan Acevedo, Gilgamesh el inmortal, Meteoro, Mazinger Z, Ultra Siete, Los Transformers, Los Gobots, Cobra (el de la prótesis-ametralladora y las chibolas en bikini), Ghost rider, los X-Men, los Thundercats (sin el roñoso de Snarf, aunque siempre me cayeron bien los villanos como Mum-ra y Reptilio), He-man, Luke Skywalker y tantos, tantos más.
Y, claro está, todo el mundo tiene superhéroes en su vida. Y también existen los muy humanos, que no tienen la esencia especial de los otros, pero cuya capacidad de luchar contra toda adversidad y salir victoriosos. Esos son los héroes, hombres ordinarios que hacen cosas extraordinarias en momentos extraordinarios. No hay muchos, pero de todos modos siempre habrá alguno alrededor de cada uno de nosotros. Pero ese ya es otro cantar. Nos vemos en el cine, muchachos, en el duelo final de Peter Parker contra los malos.
Link: Mira 7 minutos de Spiderman 3
Quien alguna vez en su vida no ha admirado, amado, venerado a un superhéroe, no ha tenido infancia; no sabe lo que es existir en el más amplio y descomunal sentido de la palabra. Quien no ha conocido ni ha sentido cosquilleos en la piel ante alguna hazaña de los superhéroes, definitivamente tiene el sentido de la emoción atrofiado.
Lo digo con convicción y con pleno conocimiento de causa. Porque no puede haber en ningún momento descubrimiento del bien y el mal sin haber tomado posición definitiva sobre la dimensión del superhéroe que adoptaste. Además, tu pequeño o gran mundo se encadena con la capacidad que tienen para aborrecer al eterno villano que se presenta ante ti con la mirada endurecida y las cejas arqueadas, con la sonrisa más terrible que puedas imaginar y con todas las posibles e inimaginable armas, trucos y mañas que nunca hubieras imaginado (pero, con el paso inexorable del tiempo tratas infructuosamente de emular, ah, hipócrita y malvado lector).
Si eres un niño que empieza a descubrir que la tele existe, y a veces existe como nodriza, entonces necesariamente tendrás que escoger un superhéroe. Y necesitarás que sea inteligente, que tenga poderes especiales que van más allá de lo evidente, que sea solidario, noble y que tenga afinados en extremo los sentidos de la sensibilidad, de la justicia, de la libertad. Que esté dispuesto a todo por salvar al mundo, aún cuando no necesariamente sea humano, tenga origen extraterrestre o el alma se le replete de puros circuitos integrados. Además, que este dispuesto a darlo todo, aún cuando sea su familia, el amor o un futuro apacible en pos de darlo todo, sin esperar nada a cambio.
Acaso no has tenido alguna vez una escena que nunca se ha borrado de tu mente, y te remite a un superhéroe. Claro, y lo has dicho, lo has clamado, has querido guardar los recuerdos de ese momento cumbre, sea en un póster sobre la cabecera de tu cama, en un libro de historietas, en una vieja cinta de VHS, en un disco compacto o en tu mp4, en álbumes con figuritas o con los muñequitos de plástico que te regalan la Cajita Feliz de Mc Donalds. Y te conviertes a veces en fanático desesperado por no crecer, por suspender el tiempo en un segundo, por esperar que esos 30 minutos en la tele, esas dos horas en el cine, esa noche en vela leyendo tu cómic permanezcan perennes si es posible hasta tu próxima descendencia, que seguramente también tomará la antorcha del culto y la prolongará. Porque un superhéroe es el gran amigo que hubieras querido tener, el hermano que tu hubiera gustado contarle sobre tu primer beso o tu primera mataperrada.
Mi vida no hubiera sido la misma si no hubiera conocido a mis superhéroes favoritos: Astroboy, Batman, Superman, el Capitán América, Acuamán, el Cuy de Juan Acevedo, Gilgamesh el inmortal, Meteoro, Mazinger Z, Ultra Siete, Los Transformers, Los Gobots, Cobra (el de la prótesis-ametralladora y las chibolas en bikini), Ghost rider, los X-Men, los Thundercats (sin el roñoso de Snarf, aunque siempre me cayeron bien los villanos como Mum-ra y Reptilio), He-man, Luke Skywalker y tantos, tantos más.
Y, claro está, todo el mundo tiene superhéroes en su vida. Y también existen los muy humanos, que no tienen la esencia especial de los otros, pero cuya capacidad de luchar contra toda adversidad y salir victoriosos. Esos son los héroes, hombres ordinarios que hacen cosas extraordinarias en momentos extraordinarios. No hay muchos, pero de todos modos siempre habrá alguno alrededor de cada uno de nosotros. Pero ese ya es otro cantar. Nos vemos en el cine, muchachos, en el duelo final de Peter Parker contra los malos.
Link: Mira 7 minutos de Spiderman 3
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