Lo que más me gusta de volver a Arequipa, a la par de su deliciosa comida, sus hospedajes de precios baratos, su vida nocturna y su arquitectura urbana, es el Centro Comercial Yanahuara. La primera vez que lo visité, recién inaugurado, me sorprendió que aquello mismo que en Lima - el monstruo voraz centralista - se hacía, es decir pasarla en malls sistemáticos de venta y consumo, con patio de comidas, multicines, tiendas especializadas y su gran súper-almacén, era posible hacerlo, pagarlo con tarjeta de crédito y en cómodas cuotas. En aquella ocasión, me la pasé comiendo fast food como loco, viendo películas en su Cineplanet, devorando libros en el book store, así como aprovisionándome de ropa para toda la temporada veraniega que se vendía en el Saga Falabella, al mismo precio que sus pares de San Isidro, San Miguel o el Jockey Plaza. Les hablo de finales del 2002.
Cinco años después, se ha desatado una explosión de centros comerciales en las provincias de gran concentración demográfica del país, la cual amenaza con ser el gran punto de despegue y desarrollo. Un reciente informe del suplemento dominical de La República reseña grandes casos en los que la inversión privada, siguiendo el exitoso antecedente arequipeño, se han concentrado en levantar monumentos dedicados a clases sociales emergentes que buscan alternativas de diversión y con alto componente aspiracional, los cuales no necesiten desplazarse hasta la misma capital para ver la película de su vida, comer esos fried chicken y esas donuts, adquirir al fin ese polito Abercrombie o esa faldita University Club originales o comprar electrodomésticos y tecnologías de avanzada sin problemas de contrabando, sobreprecio o clamorosa ausencia.
De este modo, en Piura ya existe el Plaza del Sol shopping center (10 mil metros cuadrados, 300 mil visitantes al mes y una facturación de $ 18 millones anuales). En Chiclayo, ciudad comercial por excelencia, existe el Real Plaza (40 mil metros cuadrados, 400 mil visitantes mensuales, $ 35 millones de ganancia), además de otro proyecto en marcha del Grupo Falabella con inversión de $ 20 millones, Tottus y Sodimac como tiendas ancla. En Trujillo se construye el Real Plaza y el Grupo Falabella también tiene previsto edificar otro centro comercial muy parecido al Jockey Plaza limeño. En Cajamarca se abrió no hace mucho El Quinde, diseñado con elementos andinos, escalera mecánica, 500 mil visitantes y ventas de $ 2 millones. En Arequipa, en tanto, se prepara la construcción de un segundo mall de 84 mil metros cuadrados y $ 30 millones en inversión y en Ica aparecerá este año el Plaza Sol, sobre un área de 14 mil metros cuadrados.
Lo novedoso de estos nuevos polos de progreso provincianos es que generan trabajo para sus conciudadanos, abaratan los costos de adquisición de productos, democratizan el acceso al consumo por la cercanía material de los servicios y permiten que el mercado se modernice con las nuevas tendencias mundiales. Obviamente, en estos lugares hay trabajo, pero también hay exigencias, hay calidad, pero también rigor, se perciben capitales, pero también se hace todo legalmente, con pago de impuestos y vigilancia de las condiciones de lo que se brinda o exhibe, así como lo que permite el Estado en cuanto a condiciones de sus dependientes. Se siente el apoyo de las autoridades y los líderes locales, porque, al fin y al cabo, se beneficia al colectivo. Una huelga o actividad saboteadora iría en desmedro de todos y, por cierto, es vista con malos ojos por el grueso de la población. Lo más loable del asunto es que, aunque el gran dinero proviene de grandes consorcios, el liderazgo y empuje lo hacen los empresarios de la zona, los profesionales y la clase obrera. En el caso empresarial, no se andan con prebendas mercantilistas, miserabilismos populistoides o convocatorias a la haraganería cívica ni usan su Cámara de Comercio para beneficiarse ellos mismos sin hacer absolutamente nada por el grueso del sector.
En Iquitos, ninguno de los empresarios ha decidido embarcarse realmente en este tipo de proyectos exitosos, riesgosos pero productivos, y prefieren abanderar “paros indefinidos” (a costa de dinero y horas-hombre desperdiciadas) o esperar, con triste persistencia del error, que Papá Gobierno les solucione la vida que ellos son incapaces de vivir. Mientras el mundo corre a la velocidad de Visa Electrón, ellos condenan al pueblo a seguir en el infame trueque de hierbitas por centavitos, en una demostración de egoísmo y falta de visión tan evidentes que a estas alturas del tiempo ya resultan inexplicables
Cinco años después, se ha desatado una explosión de centros comerciales en las provincias de gran concentración demográfica del país, la cual amenaza con ser el gran punto de despegue y desarrollo. Un reciente informe del suplemento dominical de La República reseña grandes casos en los que la inversión privada, siguiendo el exitoso antecedente arequipeño, se han concentrado en levantar monumentos dedicados a clases sociales emergentes que buscan alternativas de diversión y con alto componente aspiracional, los cuales no necesiten desplazarse hasta la misma capital para ver la película de su vida, comer esos fried chicken y esas donuts, adquirir al fin ese polito Abercrombie o esa faldita University Club originales o comprar electrodomésticos y tecnologías de avanzada sin problemas de contrabando, sobreprecio o clamorosa ausencia.
De este modo, en Piura ya existe el Plaza del Sol shopping center (10 mil metros cuadrados, 300 mil visitantes al mes y una facturación de $ 18 millones anuales). En Chiclayo, ciudad comercial por excelencia, existe el Real Plaza (40 mil metros cuadrados, 400 mil visitantes mensuales, $ 35 millones de ganancia), además de otro proyecto en marcha del Grupo Falabella con inversión de $ 20 millones, Tottus y Sodimac como tiendas ancla. En Trujillo se construye el Real Plaza y el Grupo Falabella también tiene previsto edificar otro centro comercial muy parecido al Jockey Plaza limeño. En Cajamarca se abrió no hace mucho El Quinde, diseñado con elementos andinos, escalera mecánica, 500 mil visitantes y ventas de $ 2 millones. En Arequipa, en tanto, se prepara la construcción de un segundo mall de 84 mil metros cuadrados y $ 30 millones en inversión y en Ica aparecerá este año el Plaza Sol, sobre un área de 14 mil metros cuadrados.
Lo novedoso de estos nuevos polos de progreso provincianos es que generan trabajo para sus conciudadanos, abaratan los costos de adquisición de productos, democratizan el acceso al consumo por la cercanía material de los servicios y permiten que el mercado se modernice con las nuevas tendencias mundiales. Obviamente, en estos lugares hay trabajo, pero también hay exigencias, hay calidad, pero también rigor, se perciben capitales, pero también se hace todo legalmente, con pago de impuestos y vigilancia de las condiciones de lo que se brinda o exhibe, así como lo que permite el Estado en cuanto a condiciones de sus dependientes. Se siente el apoyo de las autoridades y los líderes locales, porque, al fin y al cabo, se beneficia al colectivo. Una huelga o actividad saboteadora iría en desmedro de todos y, por cierto, es vista con malos ojos por el grueso de la población. Lo más loable del asunto es que, aunque el gran dinero proviene de grandes consorcios, el liderazgo y empuje lo hacen los empresarios de la zona, los profesionales y la clase obrera. En el caso empresarial, no se andan con prebendas mercantilistas, miserabilismos populistoides o convocatorias a la haraganería cívica ni usan su Cámara de Comercio para beneficiarse ellos mismos sin hacer absolutamente nada por el grueso del sector.
En Iquitos, ninguno de los empresarios ha decidido embarcarse realmente en este tipo de proyectos exitosos, riesgosos pero productivos, y prefieren abanderar “paros indefinidos” (a costa de dinero y horas-hombre desperdiciadas) o esperar, con triste persistencia del error, que Papá Gobierno les solucione la vida que ellos son incapaces de vivir. Mientras el mundo corre a la velocidad de Visa Electrón, ellos condenan al pueblo a seguir en el infame trueque de hierbitas por centavitos, en una demostración de egoísmo y falta de visión tan evidentes que a estas alturas del tiempo ya resultan inexplicables
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