27 abril 2007

EN LA NOCHE...

Stop. Detente un ratito, visitante estelar. Abre los ojos. Suena el grupo Calypso desde los parlantes del único carro decente estacionado enfrente del Hotel Real de Iquitos. La iluminación es mortecina, difusa, dominada por el astigmatismo. Un cigarrito, un paquete de Caribe, sin filtro, altamente contaminante y altamente barato, también, te acompaña. Unas gotas de lluvia disipadas por el vapor intenso de la noche, unas minis apretaditas que van y vienen repartiendo tarjetitas, invitaciones, pases dobles para el negocio de la carne, una, dos, tres, Bananas, Rica Fa, Gata Salvaje. Fija tu mirada en los hippies cochinos que desafían la atención de nuestras pupilas con sus bolitas saltarinas, con sus fuegos sagrados envolviendo la nada en sus imágenes, movimientos doblemente graves. El Arandú siempre es un buen lugar. El Infierno siempre es un buen lugar. Dante quiere bailar una danza salvaje con su memoria. No hay Cielo posible. No hay medias tintas.

Porque no definas la palabra “noche” sin visitar antes Iquitos. Porque no te dejes llevar por el rumor intenso de la ciudad sin antes recorrer sus pliegues, sin acomodarte sobre sus esquinas, sin codiciar antes el perfume barato de sus tentaciones. Beatriz te aconseja una larga travesía. Pero Beatriz es hincha del rouge rojo grosella-grosería. Beatriz es una diosa de piel canela, de largas piernas, de ojos como la miel más intensa que te seduce por 150 dólares en la jaula indomable del Alfil Mañoso. Beatriz es amiga de Rosa, que camina sin almas que le dicten la travesía por la vereda del estadio Max Augustin, por el Norte doloso de la calle Putumayo. No definas la palabra “pasión” sin antes recibir un beso de los labios de Rosa en el oscuro silencio de la Urba Lores, en el cemento injuriante de la Plaza Sargento Lores cayéndose a pedazos de vergüenza por la política y sus cerdos, por los periodistas y sus chacales, por los ladrones y sus mastines.

No definas la palabra “vida” sin emocionarte un segundo ante la perfección de la figura de Juanita enfundada en un topcito multicolor que dice “Life is beautiful”, mostrando un tatuaje demente debajo del ombligo y que te invita a sentarte en alguna mesa del Refugio con el aire de una mujer salvaje que le daría de cachetadas a todas esas viejas que se preocupan por el ruido y la hipocresía con el furor de sus senos perfectos. No, el Refugio no es un reflejo de esta ciudad, no es el paraíso de los infieles, tampoco el corazón de las tinieblas: es el Purgatorio que creyó ver Jean Echenoz en su novela “Al piano”; es el lugar dañino, insano, maligno que profetizó Javier Reverte en “El río de la desolación”; es más intolerable que placentero según lapidaria frase de Alberto Fuguet. Y es la Tierra del Dios del Amor, según la cojudísima frase de Raúl Vásquez.

Porque de noche no existe el amor. O supervive agobiado por el pecado, los tragamonedas y las lolitas, travestis y fletes de la Plaza de Armas. En la noche Iquitos, visitante estelar, tiene mil rostros. No sólo vive de Noa, de Berimbau o de Parranda. Es la contorneante caderita cimbreante de Ferni que busca un momento para amar y ser amado, enfundado en sus camisitas strecht, es Martín que mueve el culo como licuadora en la disco más fashion y te mira con los ojos más conmovidos de la civilización, deseando ser un bagre más que recala en el Adonis y es levantado en vilo por todos los machos del barrio. En la noche, Dana, antes conocido como Coco, se transforma totalmente, esperando el ánimo caliente de las buenas gentes, de los aspirantes a sacristanes de todas las comuniones, de las joyitas del micrófono y la maledicencia que se apearon al Spectrum, a la Luna Roja o al Alaska, que hacen su agosto en octubre en videos caletas de la prolongación Calvo u hoteles al paso en Pampachica.

Porque la noche iquiteña, compadrito de otras esferas, es así: salvaje, inmoral y abiertamente brillante. Porque es muy justo que te tomes unos tragos en el Musmuqui, que sientas el brillo intelectual y open mind, el glamour en forma de tambo del Níkoro, que te sumerjas en la decadencia amorosa de La Gota Fría, homenaje charapa a Carlos Vives y a las parejas que hacen de las suyas en el puente de madera que transita entre la Plaza Castilla y la Plaza Clavero. Porque no te olvidas nunca de chupar en el Arde Papi, en el Copacabana, porque no le haces ascos tampoco al Anubis, mucho menos al Ritmo de la Noche, que se cierra y se abre por encanto de magia. Y puedes tener a tu costilla a tu lado y sentirte un hombre de aficiones canoras en todos los karaokes de la ciudad, que no llegan a los dedos de tu mano. Comes harta grasa en el Antojitos, tomas caldo de gallina por la Alfonso Ugarte, te mandas con un chaufa con cucarachita en un chifita de la prolongación Moore, o sí no, claro está, te encargas de enrumbar al fiestón total, a la consecución del auténtico espíritu de esta selva de minifaldas envolventes.

Chapas tu carro, tu moto, tu motocarro, tomas tus setenta céntimos de nuevo sol o te loqueas a pata, nomás, y llegas al fin de la diversión, al génesis de todo esto que somos. Defines “Iquitos” con atravesar, sin necesidad de bastón, el Agricobank; abrumarte, sin necesidad de una pequeña guía, El Monte; cuando recuperas el aliento y miras atontado a tres mil almas bailando, como en un ritual de la carne, en el Complejo del CNI. Porque para esto existe Explosión, Kaliente, el nuevo Dinamita que se presenta en sociedad en el Parthenon Hotel. Porque las siluetas impresionantes de una Kameetza, de una Orquídea Salvaje, de una Shutaca te envuelven en sus brazos, en sus caderas invencibles o en el burbujeante aliento de la cerveza, mientras todas las voces impactantes, mientras todos los músicos inspirados, mientras todas las bailarinas de diminutas prendas te comen el deseo, te lo lubrican, te lo sacian, te enervan y te lo vuelven a incrustar en su exacta dimensión.

Y tienes que darte cuenta, finalmente, querido amigo, que no puedes vencer a la rueda del destino. No puedes quejarte de que puedes ir y venir tan fácilmente del Teletroca hasta Masusa, pasando por la Plaza 28 en un abrir y cerrar de párpados. Y que la pequeña cotidianidad del erotismo, de la sensualidad, del porno en vivo y directo o del amor con emoción y condón se repite en todos los hoteles, hostales, hospedajes, mataderos de esta mi ciudad natal, desde el de cinco estrellas hasta el escondido detrás del mercado de Belén. Porque la noche, visitante foráneo, doblegado aventurero de las circunstancias, le pertenece a Iquitos y a nadie más que a ella. Porque de noche tú sólo eres una anécdota más entre sus múltiples historias privadas, entre el sudor impregnado de las sábanas que alquilan por un módico precio y un determinado espacio del reloj de arena que ha detenido el tiempo a las 7.10 en la Iglesia Matriz. Si no eres capaz de sentir, de experimentar, de condensar este conocimiento en tu disco duro mental, entonces jamás de los jamases debes confesar que has vivido, sacha Neruda barato, patético aspirante a avecilla de ventana. Chau, compadre, nos vemos en el Purgatorio (Si es que antes no morimos en el intento).

Fotos: Pedro Mayor; archivo personal.

1 comentario:

Anónimo dijo...

fue uno de los mejores post que he leído; sin afán de ofender a nadie, jamás pensé que un paisano mío tendría esa prosa al menos por la red. ahhh una pregunta como puedo hacer que este post aparezca en mi cuenta de facebook o twitter..?? quisiera recomendarla a otros a través de estos medios.. gracias