1.- No creo que sea una buena idea contrariar la voz de los críticos, sobre todo cuando se reúnen en un aquelarre literario para celebrar al tótem mayor de la literatura latinoamericana, el archifamoso Gabo García Márquez. Sin embargo, aunque El amor en los tiempos del cólera pueda ser considerada la gran novela de los últimos 25 años, superior a ese espléndido retrato del totalitarismo llamado La Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa, con el enorme respeto que tengo por los dioses paganos, la mejor obra de este tiempo es aquella que los expertos nominaron tercera: Los detectives salvajes, del chileno Roberto Bolaño.
2.- Deberíamos leer un poco más a Bolaño en la amazonía (en vez de estar haciéndole tanto eco a una novelita tan desfasada como La Vorágine). Murió hace cuatro años, cuando estaba en la cresta de la ola, cuando ya había ganado el premio Rómulo Gallegos por una obra que se describió como apasionante, excepcional, bizarra y altamente novedosa. Digamos que fue el padre mayor y anhelado - después de Vargas Llosa - de todos esos chicuelos del insolente Mc Ondo: Alberto Fuguet, Edmundo Paz Soldán y Ray Loriga (con todo lo talentosos que pueden ser, para desconcierto y furia de los críticos argolleros y estreñidos). Pero Bolaño no vivió una vida feliz, sufrió, mucho más de lo que uno puede sufrir en el camino de labrarse un oficio y un nombre. Genio y talento puestos al servicio de sus neuras más radicales, de sus dolores más intensos, de sus afecciones más lacerantes. Los detectives salvajes es parte de una obra que abraca libros excepcionales como Putas asesinas, Antología de la literatura nazi en América Latina, Estrella distante, La pista de hielo, El gaucho insufrible, Monsieur Pain y un libro inclasificable y babélico como 2666. El legado de Bolaño debería ser puesto como lectura obligatoria en las clases de docencia de la UNAP, en la facultad de comunicaciones de la UPI, en todos los sitios donde haya un alumno ávido de conocer de verdad lo que es literatura, en vez de perder el tiempo con huevadas “telúricas”, llenas de dislates y harto contrabando ideológico.
3.- Desde la última vez que nos reunimos en una Semana del Libro de Tierra Nueva, el 2005, no había reabierto una novela tan interesante como Al Piano, del célebre escritor francés Jean Echenoz. Me gusta porque esté bien escrita, pero sobre todo porque trata una historia alucinante: la de un pianista promiscuo y pródigo que de un momento aparece pagando sus pecados en un purgatorio terrenal. Ese purgatorio se ubica en Iquitos, con sus encantos y desencantos actuales. Aunque muchos creamos que en esta ciudadela hay muchos problemas, jamás nos habíamos a fabular sobre ella como el limbo del placer y el dolor, del sufrimiento y la redención. Búsquenlo y léanlo, no se van a defraudarse.
4.- No recuerdo haber leído hasta el momento una excepcional obra literaria escrita y editada en Iquitos, por un loretano desde, por lo menos, el año 2002, con Inquilinos de las Sombras, de Percy Vílchez (a pesar de la solidez poética de Retorno al Parque de los pescados de Carlos Reyes; el valor periodístico y testimonial de Todo tiempo pasado fue mejor, de Jaime Vásquez y la osadía encaminada de Media vida de “Puchín” González-Polar). De lo último, más de lo mismo. Incluso en los últimos tiempos el mercado editorial nos ha ido inundando de librillos descartables, pésimamente diagramados, con errores de ortografía deplorables y, lo peor, pésimamente escritos (uno de los casos más patéticos fue la colección de libros del Gobierno Regional del año pasado, summum de todos los despropósitos, con muy poco respeto por los autores). De todos los libros que he ido leyendo, con alarma, asombro y desilusión, quien salva de la mediocridad es la novela de Cayo Vásquez, Hostal Amor. Aunque con fallas de estructura, algunos problemas de trama y ciertos claroscuros formales, sin embargo, Hostal Amor se impone con una narración sencilla que atrapa, y que retrata superficialmente los vericuetos de la soledad, sexual y sentimental de personajes tan citadinos y excéntricos de nuestra cotidianidad (un despistado incluso escribió epítetos absurdos contra el libro en un diario local, demostrando que de literatura sabe lo que yo de física cuántica). La propuesta es arriesgada y auque no sea del todo lograda (una gran obra demora años en ser creada) sin embargo es la clarinada de alerta que algo puede pasar con la nueva literatura iquiteña. Vásquez es joven y tiene más cosas que decir, como varios miembros de su generación (incluyendo el infelizmente fallecido y talentoso Igor Panduro). El tiempo de la posta ha llegado. Es tiempo también que los editores y la comunidad estén atentos antes que la ola los inunde.
2.- Deberíamos leer un poco más a Bolaño en la amazonía (en vez de estar haciéndole tanto eco a una novelita tan desfasada como La Vorágine). Murió hace cuatro años, cuando estaba en la cresta de la ola, cuando ya había ganado el premio Rómulo Gallegos por una obra que se describió como apasionante, excepcional, bizarra y altamente novedosa. Digamos que fue el padre mayor y anhelado - después de Vargas Llosa - de todos esos chicuelos del insolente Mc Ondo: Alberto Fuguet, Edmundo Paz Soldán y Ray Loriga (con todo lo talentosos que pueden ser, para desconcierto y furia de los críticos argolleros y estreñidos). Pero Bolaño no vivió una vida feliz, sufrió, mucho más de lo que uno puede sufrir en el camino de labrarse un oficio y un nombre. Genio y talento puestos al servicio de sus neuras más radicales, de sus dolores más intensos, de sus afecciones más lacerantes. Los detectives salvajes es parte de una obra que abraca libros excepcionales como Putas asesinas, Antología de la literatura nazi en América Latina, Estrella distante, La pista de hielo, El gaucho insufrible, Monsieur Pain y un libro inclasificable y babélico como 2666. El legado de Bolaño debería ser puesto como lectura obligatoria en las clases de docencia de la UNAP, en la facultad de comunicaciones de la UPI, en todos los sitios donde haya un alumno ávido de conocer de verdad lo que es literatura, en vez de perder el tiempo con huevadas “telúricas”, llenas de dislates y harto contrabando ideológico.
3.- Desde la última vez que nos reunimos en una Semana del Libro de Tierra Nueva, el 2005, no había reabierto una novela tan interesante como Al Piano, del célebre escritor francés Jean Echenoz. Me gusta porque esté bien escrita, pero sobre todo porque trata una historia alucinante: la de un pianista promiscuo y pródigo que de un momento aparece pagando sus pecados en un purgatorio terrenal. Ese purgatorio se ubica en Iquitos, con sus encantos y desencantos actuales. Aunque muchos creamos que en esta ciudadela hay muchos problemas, jamás nos habíamos a fabular sobre ella como el limbo del placer y el dolor, del sufrimiento y la redención. Búsquenlo y léanlo, no se van a defraudarse.
4.- No recuerdo haber leído hasta el momento una excepcional obra literaria escrita y editada en Iquitos, por un loretano desde, por lo menos, el año 2002, con Inquilinos de las Sombras, de Percy Vílchez (a pesar de la solidez poética de Retorno al Parque de los pescados de Carlos Reyes; el valor periodístico y testimonial de Todo tiempo pasado fue mejor, de Jaime Vásquez y la osadía encaminada de Media vida de “Puchín” González-Polar). De lo último, más de lo mismo. Incluso en los últimos tiempos el mercado editorial nos ha ido inundando de librillos descartables, pésimamente diagramados, con errores de ortografía deplorables y, lo peor, pésimamente escritos (uno de los casos más patéticos fue la colección de libros del Gobierno Regional del año pasado, summum de todos los despropósitos, con muy poco respeto por los autores). De todos los libros que he ido leyendo, con alarma, asombro y desilusión, quien salva de la mediocridad es la novela de Cayo Vásquez, Hostal Amor. Aunque con fallas de estructura, algunos problemas de trama y ciertos claroscuros formales, sin embargo, Hostal Amor se impone con una narración sencilla que atrapa, y que retrata superficialmente los vericuetos de la soledad, sexual y sentimental de personajes tan citadinos y excéntricos de nuestra cotidianidad (un despistado incluso escribió epítetos absurdos contra el libro en un diario local, demostrando que de literatura sabe lo que yo de física cuántica). La propuesta es arriesgada y auque no sea del todo lograda (una gran obra demora años en ser creada) sin embargo es la clarinada de alerta que algo puede pasar con la nueva literatura iquiteña. Vásquez es joven y tiene más cosas que decir, como varios miembros de su generación (incluyendo el infelizmente fallecido y talentoso Igor Panduro). El tiempo de la posta ha llegado. Es tiempo también que los editores y la comunidad estén atentos antes que la ola los inunde.
3 comentarios:
Coincido con la falta de respeto que significa la colección apoteósicamente intrascendente de Rivadeneira, pero el futuro es alentador desde una rendija iquiteña , esperamos con optimismo la producción de este año no?, ahora fuera de todo llámame pe pacori no te pierdas…
Dorian
oe llama pe....
Ya, cuando regrese de viaje
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