03 abril 2007

MI VIDA EN UN CINE


Acabo de salir de la proyección de Little miss sunshine, debut cinematográfico de la dupla de videastas Jonathan Dayton-Valerie Faris (locos que, entre otras lindezas, dirigieron Tonight Tonight, el inolvidable video-clip de la canción de los Smashing Pumpkins). Me queda claro, entre locuras y personajes disfuncionales y entrañables de la peli, que pasada la medianoche y culminadas las últimas funciones – aquellas que suelo acudir, casi religiosamente - el aire de las ciudades siempre es menos opresivo y tiene un aura de complicidad irresistible. En el cine, la vida es mucho más intensa; en la calle, sin bocinas y con el viento tratando de colarse por tus ropas, siempre será más apacible.

Asisto por lo menos dos o tres veces por semana al cine. Procuro ver siempre una película diaria en la tele. Me encargo de buscar un soundtrack por Internet o en las discotiendas –legales y piratas – cada 24 horas. A veces, a pesar de estar en lugares de difícil acceso cinematográfico (como Iquitos), trato de conseguirme algunas cintas imprescindibles que después las corro en mi DVD Player: En esta semana me he puesto al día con Vuelo 93, Transamérica, Volver, Hard candy, El aura y, sin duda, esa cumbre mayor de la cinematografía llamada Oldboy - del coreano Chan-wook Park – demostración palpable de que, hoy por hoy, el cine asiático es el más interesante del mundo. Además, y aunque suene a confesión culposa, también he podido ver María Antonieta, bizarro experimento sobre la revolución francesa de Sofía Coppola; y, claro está, Infamous, otra vuelta de tuerca a la biografía del enigmático genio de la literatura de no-ficción Truman Capote; ambas cintas que no han llegado a cartelera y, por lo que veo, dudo que lleguen.

Y en cualquier lugar de este planeta, esté donde esté, siempre me doy un tiempo para ir a los cines. Prefiero perderme las maravillas del urbanismo o grandiosos monumentos, pero no me pierdo jamás un estreno de alguna película que aún no he visto. Las siete maravillas del mundo no se comparan con una obra extraordinaria de Pasolini, Godard, Tarantino, Scorsese, Kubrick, Burton, Lars Von Triers, Clint Eastwood, Kusturica o Jim Jarmusch. La dolce vita de Fellini siempre tendrá el punto exacto de la mejor vista de la romana Vía Veneto, como no se puede encontrar en la actualidad (tampoco en el flojo guiño-homenaje de Elsa y Fred, que salva sólo por las actuaciones de China Zorrilla y Manuel Alexandre). Y porque jamás había sentido tanto dolor como cuando a Bjork la ajustician en Dancer in the dark o en la carta narrada por Fernanda Montenegro en la escena final de Central do Brasil (“tengo nostalgia de todo, incluso de lo que no viví”). Porque nunca el amor ha sido tan emocionante como en Casablanca y El joven manos de tijera, porque nunca el duelo ha sido más conmovedor como en Madre e hijo de Sokurov; porque nunca ha sido la muerte tan doliente como en Quinto mandamiento de Kieslowski y en Dead man walking; porque nunca el ser humano ha sido tan imperfecto como en Irreversible ni el destino tan implacable como en Hora 25 ni El bebé de Rosemary. Porque es imposible dejar de ver con ilusión esa fábula para adultos incompletos llamada El Laberinto del Fauno, del friki Guillermo del Toro; imposible dejar de sentir que Los infiltrados tiene una banda sonora incomparable y pensar que Babel, peli interesante pero irregular, fue dirigida por el mismo González Iñarritu que hizo dos imprescindibles como Amores perros y 21 gramos. Y aunque también he visto 300, El descanso y Letra y música y Un loca película épica (una película mala o irregular es algo que soporto sin ningún problema), recuerdo también que la única película en donde me he quedado profundamente dormido se llamaba Himalaya.

El cine muchas veces ha sido mi vehículo de escape de la soledad, del miedo, la angustia, el aburrimiento o de la gente, tan absorbida por sus pequeñeces y absurdos. Me ha salvado de la rutina, me ha permitido vivir las aventuras que no he podido o no me han dejado realizar (you shity people!); me ha dado la confianza necesaria para siempre volver a él. A pesar de cafés, discotecas, pubs, librerías, fast food, besos furtivos, amores eternos que duraron sólo semanas, estadios, conciertos, países ajenos y ciudades extrañas, inundado de etiquetas con nombres dispersos, sólo en el cine he sido tan feliz, sólo en el cine he estado más cerca de aquello que puede considerarse un indoblegable espacio personal; un verdadero hogar.

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