Discoteca Noa. Hay que aceptar que “Noa”, cuando la onda “fashion” era una huachafería con muchas pretensiones pero poco contenido, era una mala palabra. Pero más allá de algún inevitable desatino, el Noa significó un camino que ha sido transitado ininterrumpidamente por 12 años, con abismos y cimas características de este negocio. Para bien o mal, el Noa ha sido y es la mejor discoteca de IQT (hay muy pocas razones para dudar de ello). Nadie que quiera conocer un poco nuestra ciudad puede dejar de asistir y dejarse llevar por su fingida distinción, por su frivolidad con aire aspiracional, por las chicas bonitas que pululan (tanto las santas como aquellas de la “cuestión”), mientras se ríe de todos eso tíos y tías que quieren pagar un poco más para bailar las pandilladas y las cumbias que no pueden en el Complejo o el Agrico (o quizás sí, pero de modo muy caleta). Finalmente, aunque parezca mentira, el Noa ahora representa un signo de rebeldía contra el stablishment, encarnado en ese lamentable e inútil Plan Zanahoria que nos ha enchufado la peor administración municipal de nuestra historia.
Café Teatro “Amauta”. La figura de Mario Celi Alemán merece una segunda oportunidad. Algunos, incluso, fuimos severos con una época en la cual el ruido había ganado a sus fastos. Sin embargo, dada la perspectiva, suena como una infamia haberle quitado las mesas donde prestaba sus servicios en las afueras del local de la calle Nauta (cuando había locales mucho más impresentables que realizaban mayores tropelías contra la ley y nunca fueron tocados por la extraña ley de otra administración edil olvidable). A pesar de que sus precios nunca fueron de lo más baratos y a pesar de que la intransigencia - a veces - ha sido un signo distintivo de su propietario, ningún bar como el Amauta ha decidido apostar e invertir en cultura, con entusiasmo y con frenesí. En sus mejores momentos fue uno de los sitios de diversión más agradables, en los que la bohemia se mezclaba con discusiones intelectuales que ahora, dado el acelerado proceso de barbarización que nos quieren vender algunos (con la complicidad de los envidiosos, la mala leche de los mediocres y la indiferencia de los tontos útiles de siempre), se reclaman con urgencia.
Adonis. No sé cómo le irá, hace años no he vuelto a ir. Sin embargo, para recordar tiempos antiguos, los cuales – imagino – deben ser iguales ahora, reproduzco un extracto de mi libro IQT (Remixes) sobre la discoteca de ambiente más representativa de la ciudad: “El ingenio de los diseñadores permite cruzar un túnel de concreto, pintado e iluminado con tonalidades violáceas. Un lento crujir electrónico, latino y amazónico golpea mi cerebro y mi corazón con afán monocorde. Tum, tum tum, tum. Se abre la puerta principal y la imagen empaña mi visión. Los flashes y luces rojizas, naranjas, amarillentas, verdosas; las cortadoras; las esferas retro que reflejan platino en cada resquicio del local. Un chiquillo menea su cuerpo como una batidora al compás de un techno salvaje. Asistentes: fácilmente superan los 350. El aire es viciado, espeso, caliente. Las prendas se te adhieren al cuerpo, el profuso sudor de los invasores te retiene. La zona es un solo de jadeos y sofocos implacables.”
Plaza Serafín Filomeno. Siempre fue una arteria llena de vida, incluso cuando su estela se llenaba de humo y olores extraños (o personajes perniciosos y ladronzuelos de medio pelo). Puerta de entrada a la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, en algún momento fue agredida con la abrumadora imagen de un amorfo loro mal de concreto mal pintado, signo mayor de la huachafería “artística”. Sin embargo, sus terrenos cercados por chicas y chicos que descansan/conversan/vegetan, entre clases/exámenes/susurros/días que se suceden invariablemente, han sido testigos de escenas personales impagables. ¿Esas noches conversando de Goethe y cagándonos de risa del Maestro Chochito con Aigor Guitar? ¿Esas tardes guareciéndose de la lluvia en el departamento de Lengua y Literatura con la chica más bonita de IQT? ¿Esos distraídos atardeceres escuchando imperfectos acordes guitarreros de aspirantes a émulos de Daniel F? Claro; los chicos/las chicas caminan/corren aún por esas maltratadas aceras, esperando encontrar su momento ideal. Pero la vida también consiste en eso: la simple conjunción de una risa, una mochila y un cigarrillo apagándose en tus dedos.
Puente del CNI. En sus horas-punta, cientos de mototaxis/motos/omnibuses/automóviles van y vienen por la Avenida Quiñones, atosigándonos con ruido y dióxido de carbono. Encima - solo levemente encima - entre el glorioso Colegio Nacional de Iquitos y la calzada que conduce a la sede del Gobierno Regional de Loreto, reposa un puente peatonal que descubre las incertidumbres más radicales del tráfico. Nunca he dejado de levantar la mirada cuando paso por debajo de él. A veces cierro los ojos y hago mentalmente un ejercicio: imagino que Alicia Silverstone, el sueño húmedo de muchos adolescentes de mi generación, vuelve a escenificar los momentos cumbres del videoclip de “Cryin’’” (del grupo de rock Aerosmith). La Silverstone mira el horizonte, deja que su cuerpo se bambolee y, con total desapego, se deja caer hacia la vía atestada de vehículos. Sin embargo, extrañamente flota, empieza a volar y se pierde por los aires. Una mañana del 2005 subí a ese puente, con un equipo de filmación. Quise ver si ella estaba arriba, esperándome. Solo encontré semillas de aguaje desperdigadas en el suelo y el mismo caos visto desde arriba. Hice un par de tomas y planos de pisadas que bajan por las escaleras. Después las inserté en una de las escenas de un video sobre la visita de Ernesto Cardenal. Fue mi última vez detrás de cámaras. Fue mi última vez sobre el puente. Me da miedo subir y no encontrar otra vez a la Silverstone.
Café Teatro “Amauta”. La figura de Mario Celi Alemán merece una segunda oportunidad. Algunos, incluso, fuimos severos con una época en la cual el ruido había ganado a sus fastos. Sin embargo, dada la perspectiva, suena como una infamia haberle quitado las mesas donde prestaba sus servicios en las afueras del local de la calle Nauta (cuando había locales mucho más impresentables que realizaban mayores tropelías contra la ley y nunca fueron tocados por la extraña ley de otra administración edil olvidable). A pesar de que sus precios nunca fueron de lo más baratos y a pesar de que la intransigencia - a veces - ha sido un signo distintivo de su propietario, ningún bar como el Amauta ha decidido apostar e invertir en cultura, con entusiasmo y con frenesí. En sus mejores momentos fue uno de los sitios de diversión más agradables, en los que la bohemia se mezclaba con discusiones intelectuales que ahora, dado el acelerado proceso de barbarización que nos quieren vender algunos (con la complicidad de los envidiosos, la mala leche de los mediocres y la indiferencia de los tontos útiles de siempre), se reclaman con urgencia.
Adonis. No sé cómo le irá, hace años no he vuelto a ir. Sin embargo, para recordar tiempos antiguos, los cuales – imagino – deben ser iguales ahora, reproduzco un extracto de mi libro IQT (Remixes) sobre la discoteca de ambiente más representativa de la ciudad: “El ingenio de los diseñadores permite cruzar un túnel de concreto, pintado e iluminado con tonalidades violáceas. Un lento crujir electrónico, latino y amazónico golpea mi cerebro y mi corazón con afán monocorde. Tum, tum tum, tum. Se abre la puerta principal y la imagen empaña mi visión. Los flashes y luces rojizas, naranjas, amarillentas, verdosas; las cortadoras; las esferas retro que reflejan platino en cada resquicio del local. Un chiquillo menea su cuerpo como una batidora al compás de un techno salvaje. Asistentes: fácilmente superan los 350. El aire es viciado, espeso, caliente. Las prendas se te adhieren al cuerpo, el profuso sudor de los invasores te retiene. La zona es un solo de jadeos y sofocos implacables.”
Plaza Serafín Filomeno. Siempre fue una arteria llena de vida, incluso cuando su estela se llenaba de humo y olores extraños (o personajes perniciosos y ladronzuelos de medio pelo). Puerta de entrada a la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, en algún momento fue agredida con la abrumadora imagen de un amorfo loro mal de concreto mal pintado, signo mayor de la huachafería “artística”. Sin embargo, sus terrenos cercados por chicas y chicos que descansan/conversan/vegetan, entre clases/exámenes/susurros/días que se suceden invariablemente, han sido testigos de escenas personales impagables. ¿Esas noches conversando de Goethe y cagándonos de risa del Maestro Chochito con Aigor Guitar? ¿Esas tardes guareciéndose de la lluvia en el departamento de Lengua y Literatura con la chica más bonita de IQT? ¿Esos distraídos atardeceres escuchando imperfectos acordes guitarreros de aspirantes a émulos de Daniel F? Claro; los chicos/las chicas caminan/corren aún por esas maltratadas aceras, esperando encontrar su momento ideal. Pero la vida también consiste en eso: la simple conjunción de una risa, una mochila y un cigarrillo apagándose en tus dedos.
Puente del CNI. En sus horas-punta, cientos de mototaxis/motos/omnibuses/automóviles van y vienen por la Avenida Quiñones, atosigándonos con ruido y dióxido de carbono. Encima - solo levemente encima - entre el glorioso Colegio Nacional de Iquitos y la calzada que conduce a la sede del Gobierno Regional de Loreto, reposa un puente peatonal que descubre las incertidumbres más radicales del tráfico. Nunca he dejado de levantar la mirada cuando paso por debajo de él. A veces cierro los ojos y hago mentalmente un ejercicio: imagino que Alicia Silverstone, el sueño húmedo de muchos adolescentes de mi generación, vuelve a escenificar los momentos cumbres del videoclip de “Cryin’’” (del grupo de rock Aerosmith). La Silverstone mira el horizonte, deja que su cuerpo se bambolee y, con total desapego, se deja caer hacia la vía atestada de vehículos. Sin embargo, extrañamente flota, empieza a volar y se pierde por los aires. Una mañana del 2005 subí a ese puente, con un equipo de filmación. Quise ver si ella estaba arriba, esperándome. Solo encontré semillas de aguaje desperdigadas en el suelo y el mismo caos visto desde arriba. Hice un par de tomas y planos de pisadas que bajan por las escaleras. Después las inserté en una de las escenas de un video sobre la visita de Ernesto Cardenal. Fue mi última vez detrás de cámaras. Fue mi última vez sobre el puente. Me da miedo subir y no encontrar otra vez a la Silverstone.
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