18 julio 2008

La luna negra de Matildo

Por: Gino Ceccarelli



Yo no lo creo, pero hay gente que asegura que algunos nacen con la “luna negra”. Esta es una manera de calificar a aquellas personas que tienen muy mala suerte o que su vida está llena de desaciertos, accidentes y penurias de toda índole.

Matildo nació en el seno de una familia muy pobre en Guatemala y desde muy joven su vida estuvo regida por todo tipo de desgracias. A los catorce años, sin ser travieso, ya tenía demasiadas cicatrices en el cuerpo por accidentes, algunos de ellos verdaderamente ridículos como romperse la cabeza jugando a quien tira más alto una piedra...

Un día se juró que tenía que cambiar de lugar para mejorar su suerte. Deseaba con vehemencia viajar por el mundo y todas las noches, antes de dormir, soñaba despierto con ciudades y lugares extraños.

Trabajó desde muy pequeño en cuanto trabajo se le presentaba (con accidentes y todo) y muy pronto se convirtió en un verdadero “mil oficios”.

A los quince años vio por primera vez un circo. Se quedó deslumbrado del espectáculo y de lo virtuosos que eran los trapecistas y payasos. Sin pensarlo dos veces decidió embarcarse en esa aventura. Le dieron trabajo como limpiador de jaulas a cambio solamente de un plato de comida al día. Esto no le importó ya que estaba acostumbrado a pasar hambre.

El circo se desplazaba por todos los pueblos Guatemaltecos, Salvadoreños, Nicaragüenses y por el sur de México. Se hizo amigo de todos los flacuchentos animales quienes, como él, también comían poco. De quien sentía desconfianza era de la leona.

Un día, creyendo que la leona dormía entró a su jaula para ponerle agua. El animal se despertó y de un salto se abalanzó sobre él, le puso sus patazas encima sin sacar las garras y se sentó sobre él con sus ciento cincuenta kilos y estuvo así como media hora. Matildo casi asfixiado, no atinaba a gritar por miedo a enfurecer a la bestia. Le leona le lamió la cara, le orinó, le cagó encima y se retiró a un lado a seguir durmiendo.

Pidió que le cambien de chamba. Le pusieron como ayudante de los trapecistas. Eso le encantaba. Todos los días, él solito tenía que templar y destemplar la red que servía para que los voladores no se estrellen contra el suelo si caían. Un día decidió probar. Se subió, se balanceó con temor en el trapecio, le gustó y, cuando se cansó, se dejó caer sobre la red. En algún lugar esta red tenía un hueco de cincuenta centímetros aproximadamente. Curiosamente, él pasó por ahí y se estrelló sobre la tierra rompiéndose un brazo y cuatro costillas.

Cuando sanó probó de payaso (el circo era tan pobre que los payasos trabajaban de civil). El dueño decidió darle una oportunidad para que demuestre su capacidad histriónica. Se trataba de un sketch en el que tres payasos se disputaban una banana y al final uno de ellos terminaba comiéndola. No lo hizo mal y los días fueron pasando, pero, ya había transcurrido como un mes y cada vez que actuaban eran los otros payasos que terminaban comiendo la banana y a él nunca le tocaba tragársela. Reclamó airadamente, ya era tiempo que le toque comer, que él también tenía hambre y que una banana era una banana, carajo. Los otros payasos tuvieron que aceptar pero, antes de la función tuvieron la paciencia de inyectar bastante ají molido con una jeringa en la banana. Ya se imaginan lo que pasó: lágrimas, alaridos y asfixia que el publicó disfrutó porque pensaba que todo ellos era parte del show y que Matildo estaba actuando.

Renunció al circo y se hizo zapatero. A las pocas semanas tenía los dedos de la mano destrozados porque a menudo le fallaba la puntería con el martillo. Se metió de obrero y una pared se le derrumbó encima, en otra construcción un chorro de soldadura le cayó en la espalda. Probó de guachimán, le dieron un perro y a los pocos días el mismo perro le atacó. Trabajando en una carpintería se rompió las dos piernas con unos tablones que le cayeron encima. Un tipo le dio trabajo como empleado en una tienda y a los dos días terminó en la cárcel porque su patrón era traficante de armas. En una playa mexicana un tablista le rompió la cabeza mientras nadaba y tuvieron que sacarlo del mar medio muerto. Una moto le atropelló en Managua, la ambulancia que lo llevaba al hospital chocó y se incendió; tuvieron que sacarlo a rastras del vehículo antes que se queme por completo y cuando por fin lograron internarlo todo magullado y quemado, los médicos apresurados le pusieron anestesia sin hacerle pruebas y tuvieron que resucitarlo con electroshocks. Pintando el segundo piso de una casa se rompió el andamio. Caminando por una vereda un árbol le cayó encima y cuando quiso trabajar en una granja, el primer día fue atacado por un enjambre de abejas asesinas.

Un día, también en Managua, por evitar una manifestación fue arrollado por un batallón de policías antimotines y una bomba lacrimógena le rompió la cabeza. Se metió de pescador y se cayó de la lancha cuando jalaba la red. Nadie se dio cuenta. Tuvo que nadar como dos kilómetros hasta una playa. Arreglando una lámpara en una casa se rompió la escalera: dos costillas rotas y la lámpara le cayó en la cara. Mirando un partido de fútbol en un parque le cayó un pelotazo que le rompió el tabique de la nariz y tres dientes. Quiso poner una bodega y consiguió que el banco le preste algo de plata. Un día antes de abrir, los ladrones le vaciaron el local. Le estafaban a menudo, no le pagaban y casi todos los cheques que llegaban a sus manos no tenían fondos.

Un día conoció una chica y se enamoró. A los pocos días, el padre de ella le metió una pateadura que lo mandó al hospital. Resulta que ella estaba embarazada de otro tipo y lo culparon a él. Cuando entró a Colombia lo metieron seis meses a la cárcel porque tenía los mismos nombres y apellidos que un guerrillero. En una calle de Tegucigalpa los hinchas de un equipo de Fútbol lo masacraron porque lo confundieron con un árbitro.

He conocido mucha gente en mi vida, pero nadie tan desafortunado como Matildo. Su cuerpo es un concierto de magulladuras y cicatrices. Cuando lo conocí y me contó su historia terminó diciéndome que no me contaba todo... que había mucho más.

Sé que se metió a un monasterio para tratar de tener una vida tranquila y sosegada, trabaja como jardinero. No quiere salir a la calle, nunca más.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre Matildo, Gino. Me pregunto si no será que él, de tanto pensar que es salado, se ha quedado traumado con éso y de una forma inconciente atrae los problemas como un imán a los metales.

Me imagino que aquello de la luna negra o la mala suerte se lo han venido diciendo desde quién sabe cuánto tiempo atrás y ya él se ha quedado con éso. Ojalá que en el monasterio encuentre la paz que busca y que, sobretodo, algún cura comprensivo y conocedor del alma le haga ver que toda su mala suerte solamente está en su cabeza.

Gracias por compartirnos la historia de Matildo.

La Maga dijo...

Me parece que he leido eso en alguna parte. Igual no deja de ser divertido.
Ultimamente , no muchos comentan sobre tus publicaciones, que paso?

Enrique Dávila dijo...

antes de luna negra debe llamarse nube negra, (de esas que parece que fuera a lloverte torrecialmente encima)por que pareciera que uno (caso Matildo) anda con es abendita nube a punto de lloverle todo el tiempo, como si el rayo esperase una sonrisa para caerte encima.

cosas asi suceden, uno no puede evitar sentirse identificado ^^

Anónimo dijo...

si, pobre Matildo aunque franco franco, no creo q alguien nazca con la luna negra, prodría ser cincunstancial pero quien sabe!!.