Crónica de la singular visita del octogenario poeta nicarguense Ernesto Cardenal a la selva peruana
Un reluciente Airbus de la compañía LAN domina la pista de aterrizaje del miércoles 21 de setiembre. Ernesto Cardenal Martínez baja suavemente las escalinatas que lo comunican con el asfalto descascarado del aeropuerto Francisco Secada Vignetta, de la mano de Juan Bosco Centeno, asistente personal, confesor, amigo y cómplice, poeta y ex guerrillero, residente del legendario archipiélago de Solentiname, cuna de la primera comunidad poética campesina y revolucionaria de Nicaragua y de las más importantes del continente.
Uno de los poetas vivos más importantes de Latinoamérica llega a la ciudad, invitado especialmente por Tierra Nueva. No están presentes agentes de prensa, funcionarios públicos, intelectuales o figuras académicas, mucho menos los ochenta niños portando un clavel que prometió la Municipalidad de Maynas de labios de uno de sus culturosos burócratas de turno. Sólo un pequeño pero compacto amasijo de singularidades: el escritor Percy Vílchez, el fotógrafo Augusto Falconí, la esposa del presidente regional Silvia Arbildo, los chicos del taller de periodismo escolar de “La Restinga” y un grupo de docentes del colegio Maria Reiche. El Poeta aparece en medio de los flashes solitarios de Falconí y de quien estas líneas escribe.
El Poeta se muestra fuerte, aunque dominado por el cansancio usual de sus ochenta años. Su pequeña boina negra y su camisa de hilo de algodón ligero, su barba absolutamente crecida y blanca le dan el aspecto de un anciano bonachón, un viejito pascuero. Pero nada de ello, pues el venerable invitado dice las cosas claras y directas. A Cardenal no le gusta el protocolo, detesta las palabrerías y los comentarios vacíos. El Poeta no habla cuando come, mucho menos contesta inquisiciones intrascendentes. Agobiado por las interminables fotos y retratos que todos quieren sacarse junto a él, entre ellos la crema y nata de la política y la intelectualidad locales (borregos, al fin y al cabo), calla, sin asentir.
El Poeta es cortés, pero aquello no le quita la valentía para opinar luego sobre dichas reuniones Por ejemplo, un diplomático tiene la peregrina idea de invitar a un desayuno en honor del visitante enviando a los privilegiados una tarjeta, con algunas tachaduras. Craso error, pues Cardenal se siente indignado por esas muestras de burguesa y frívola cordialidad y decide declinar esta y otras “expresiones” de simplonería, aún cuando sean de muy buena fe. Asimismo, en otra cena, se siente abrumado por los funcionarios académicos que hablan de banalidades y comen como auténticos burócratas. Mucho menos puede ocultar su rubor cuando una distinguida lideresa le indica que tiene un afiche con uno de sus poemas en su casa, el cual le recuerda a su familia (¡pobre Cardenal, trágalo Tierra¡).
El viaje a Nauta, previo paso por el Maria Reiche, es su primer encuentro con el gran río Amazonas, así que más vale estar preparado. En la capital de la provincia de Loreto se le hará un gran homenaje y se le darán las llaves de la ciudad. Jaime Vásquez y Luis González-Polar, que lo acompañan, sienten que se les pone la piel de gallina, porque este tipo de ceremonias ponen de mal humor a Cardenal, por más cariño que se le pueda dar. En todos los momentos, las madres Ángeles y Margarita están muy presentes, desde el CENCCA y desde su corazón vinculado a la Teología de la Liberación. Más ríos, menos ceremonias; más Amazonas, menos palabrería, es el pedido expreso del gran visitante.
El Poeta es auténtico. Llega a la Biblioteca Amazónica, saluda y se va, mientras Gino Ceccarelli pasa apuros para entregarle un presente del INC-Loreto. En “La Restinga” los alumnos del taller de periodismo escolar y el equipo de filmación y edición ultiman detalles sobre el video homenaje que le rendirán. La Universidad Particular de Iquitos le entrega el Doctorado Honoris Causa y en una ceremonia sobria y muy elegante, donde la única nota discordante es alguien que funge de experto en literatura y es capaz de destruir la poesía del vate. Cardenal acepta emocionado dicha distinción, y habla con revolucionaria y enérgica ternura. Recita el desbordante “Economía del Tahuantinsuyu” y se emociona con el video que le hicieron los chicos de Puchín. Lo sé porque se le nota en el rostro y porque se lo pregunto sin atenuantes, y porque recibo un lacónico pero concreto asentimiento.
A Cardenal no le gusta posar en fotos, tampoco que le tomen las mismas cuando come o bebe. Y hay que decir que el Poeta come cuatro veces al día y tiene un extraordinario talante para recibir de todo y sentir en el paladar todos los sabores regionales. Además, bebe como un auténtico experto, sea un buen ron de caña, una cerveza helada o un whisky on the rocks, sin agua. Cardenal recuerda mucho eso y lo dice en la ceremonia donde se presenta el libro “Antología Esencial”, que reúne lo mejor de su poesía y es resumido en forma deslumbrante por Percy Vílchez. Cardenal, ese mediodía, está enorme, genial, totalmente desbocado en sus afectos y en su elocuencia. Recita con emotividad poemas de los Epigramas, Cántico Cósmico, Salmos y además el singular Viaje muy jodido, que recita, al final, esta sentencia impresionante: “Me vale verga la muerte”. Cardenal quiere ser recordado finalmente como el “Poeta del Amazonas”. Juan Carlos del Águila le entrega las llaves de Iquitos y Jaime Vásquez se emociona sobre manera al recordar cómo pudo lograr que el “Alejandro Sanz de la poesía” esté entre nosotros.
Y efectivamente, eso es lo más importante y no valen más las estupideces de una gestión corrupta como la de la UNAP de Collazos o las excusas insostenibles de la inexplicablemente atemorizada Selva Morey para negarle presencia a Cardenal en el comedor universitario. La censura y el veto de esa casa de estudios (digamos que de quienes detentan el poder) es cierto. Selva Morey le dice al representante de la visita “Por mí, no quisiera que se realice este encuentro, porque puede soliviantar a los alumnos contra la universidad”. Y efectivamente, un poco más y querían entregar la logística pero para hacerlo en otra parte. Se quedan con los crespos hechos todos esos alumnos y alumnas que trabajaron para que se realizara el encuentro, como Igor Panduro, Juan Sicchar Vílchez, Hellen Hemeryth, Elbita Flores, entre otros. La indecencia y la imbecilidad se reproducen siempre, sobre todo cuando el poder va acompañado de ineptitud y ayayerismo. La noticia da la vuelta al mundo a través de la agencia Efe y más de un intelectual, nacional y extranjero, ha proclamado públicamente su absoluta oposición a este acto de inaceptable censura.
Al margen de ello, el Poeta sigue creyendo que lo mejor de todo fue su encuentro con la Selva. Y el encuentro con la gente sencilla, que le da lo mejor de sí. La gente de Belén que le decía “Padrecito”; la tranquilidad del Heliconia Lodge; la visita a “La Restinga” donde Puchín lo recibe, le pide que estampe su firma en una de las paredes, le muestra un video de homenaje y lo sienta en una mesa larga y llena de niños que comen junto a él patarashca, juane y huevos de taricaya preparados especialmente por ellos; la visita a los Yaguas, la pesca en la quebrada Tarapoto; la inmensidad emocionante del río Amazonas.
Y así llega el momento de la partida. 5 de la tarde, miércoles 27 de setiembre. Frío intenso, corriendo por las calles en un motocarro de trayecto supersónico que me transporta en 20 minutos del Hospital Regional hasta el Aeropuerto. Persigo el carro de Silvia Arbildo que lleva a Jaime Vásquez, Javier Dávila, Juan Bosco Centeno y al Poeta rumbo al epílogo de esta historia. Hace frío en Iquitos, y la tarde esta aplatanada, color panza de burro. Será que las despedidas son tristes. Los que nos quedamos sabemos que nos volveremos a ver, pero no estamos seguros si volveremos a ver a la dupla ilustre que entra a sala de espera del LAN que los transporta con rumbo final Managua, con rumbo final Solentiname. Un “muchas gracias, Paco” es el mejor testimonio que puede haberme dejado este hombre parco, difícil, tajante, pero al mismo tiempo tierno, sabio y sobre todo humano como testimonio de gratitud que, francamente, me emociona. A lo mejor lo vuelva a ver, Poeta, pues al fin y al cabo la vida, como el amor y la amistad, son una sucesión interminable de casualidades.
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