Mario Vargas Llosa estará por tierras peruanas en unos pocos días,. Su destino esta vez, en medio del trayecto vacacional, será visitar la Selva peruana y hacer una travesía por el Amazonas, con el propósito también de recalar en Iquitos, a mediados de enero del 2006. Como parte de este momento, se reproduce una presentación del suscrito sobre la presencia del verde paisaje loretano y amazónico en la obra vargasllosiana, a propósito de lap resentación del libro de recopilación del escritor Jorge Coaguila, Entrevistas Escogidas a Vargas Llosa, presentada en la capital loretana en febrero del presente año.
VARGAS LLOSA: LA LITERATURA ES FUEGO
(Y LA SELVA TAMBIEN)
Mario Vargas Llosa, arequipeño de nacimiento, peruano por vocación, ecuménico por iniciativa, estaría plenamente de acuerdo con aquél extraordinario poeta infelizmente olvidado por las burocracias terrosas loretanas, Germán Lequerica Perea, quién alguna vez, años ha, escribió, como en una mágica confabulación cósmica: “en la búsqueda del alba, el hombre tiene inevitablemente cien pies, cien manos y una estrella prendida en la memoria”.
En esta noche de selva y vida, que Jorge Coáguila nos invita a ser cómplices de las confesiones y los derroteros álgidos del escritor, resulta fundamental dar testimonio de este fuego interior que en los corazones de miles de loretanos y loretanas ha dejado perennes la obra y el pensamiento de Vargas Llosa. Escritor, dramaturgo, ensayista. Intelectual de viejo cuño e ideas de avanzada. Hombre comprometido con su tiempo y su contexto. Cruzado provisto de una honestidad militante y, sobre todo, de un talento extraordinario para entregarse con emoción y genio a sus amores y sus odios más desmedidos, sartrecillo valiente, izquierdista desengañado, liberal resuelto, Vargas Llosa “Varguitas”, ha creado un magisterio material y espiritual, seguido constantemente alrededor del mundo, el cual difícilmente puede ser superado entre los genios de la literatura contemporánea latinoamericana.
Vargas Llosa es capaz de describir con brillantez la dualidad permanente en que se desenvuelve las relaciones intergeneracionales. Dicha duplicidad, sea conceptual o funcional, mantiene el mundo fraccionado en dos mitades independientes, autónomas y antagónicas a la vez, describir y denunciar un mundo de grandes emociones y de enormes bellezas, pero al mismo tiempo forzosamente masculino, jerarquizado, violento, discriminador, que aplasta todo intento de individualización, de pluralismo, de disidencia de la palabra oficial. Vargas Llosa cree ciegamente que la labor del escritor es presentar la realidad de las cosas con suma honestidad, aunque tenga que, en su camino, arrojarle a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos cotidianos. En eso consiste precisamente el compromiso social del artista.
Vargas Llosa expresa tan bien ese esfuerzo individual por entregarse sin reservas a su propia felicidad, para lo cual no tendrá ningún reparo en pactar con la irracionalidad y la brutalidad a fin de alcanzar el “bien”. En La Verdad de las Mentiras, un conjunto de ensayos sobre las más grandes obras literarias de influencia personal, escribió al respecto: La vida no es sólo razón, paz, disciplina: también locura, violencia y caos. En el fondo del ciudadano ejemplar [...]anida un salvaje pintarrajeado esperando el instante propicio para salir a la luz y proclamar que, aunque momentáneamente vencido, el bípedo antropoide de la horda y el clan está siempre al acecho, esperando la hora del desquite. Contra la barbarie y el totalitarismo, ha levantado siempre su voz militante de protesta y combate.
En esas inquietudes, que lo han llevado a transitar los más variados caminos de la geografía social de las colectividades, el escritor ha recalado más de una vez en la Amazonía, este variopinto amasijo de serpientes monocromas que algunos denominan ríos, concentraciones energéticas en que algunos descubren poblaciones, sábanas extensas- casi infinitas - de tupidos algodones que todos, absolutamente todos reconocemos inmediatamente por su incomparable tonalidad: un verde intenso y enceguecedor. Esta selva, la peruana, ha sido testigo – no siempre mudo – de sus investigaciones, su interés obsesivo, sus manías laborales y su evidente entusiasmo para encontrar respuestas a sus más variadas interrogantes.
En esta efigie geográfica, plagada de historia y naturaleza, donde se concentra por igual la mayor riqueza biológica del planeta, el más importante reservorio de nuestro futuro global y, sobre todo, la más desconcertante acumulación de magia y misterio de la humanidad entera. Vargas Llosa, paradójicamente, hizo los recorridos antagónicos donde alguna vez imaginó un círculo infernal y al mismo tiempo un apólogo, una farsa, una humorada y un signo de esperanza. En este horizonte territorial donde el cronista y jurista español Antonio de León Pinelo, ya en 1651, en su libro “El Paraíso en América”, descubrió la exacta ubicación del Edén bíblico prometido por la religión, Vargas Llosa encontró la dualidad y la lucha permanente entre El Bien y el Mal, la verdadera esencia del ser humano como protagonista (no siempre grato) de su propio contexto.
¿Quién no ha leído la novela ó visto la película ó escuchado de oídas sobre este personaje de ficción que hizo famoso Mario Vargas Llosa, el capitán Pantaleón Pantoja? Farsa y apólogo, Pantaleón y las visitadoras, escrita en 1973, trasciende el humor y la anécdota inmediata y explica, a través de la construcción de este oficial del Ejercito que por circunstancias de la vida se convierte en el más grande proxeneta de los ríos selváticos, los variados mecanismos de una sociedad iquiteña que al momento de escribirse la novela aún era una apacible ciudad provinciana, donde las personas eran buenas y corteses y donde los únicos deportes permitidos, a falta de luz eléctrica y televisión, aparte del fútbol, eran el chisme y la maledicencia.
En Pantaleón y las Visitadoras, Vargas Llosa hace, posiblemente, la mejor descripción urbana de la ciudad de Iquitos que se haya escrito en la literatura contemporánea. A través de sus páginas, reconocemos estampas de un época, maliciosa e ingenua al mismo tiempo, potenciadas por el humor y caricaturizadas para expresar el carácter lúdico de una dinámica que se extiende y se ha extendido por tiempo remotos. En Iquitos no se alquila el amor, pero sí se puede reír sobre las anécdotas que nos retratan una ciudad que conocemos tanto y que no esta lejos de la realidad que Vargas Llosa describe, con sus Shushupes, sus Sinchis, sus curas Beltranes y sus Pechugas por doquier. Este libro es una reflexión moral en clave de comedia, que no busca denigrar nunca a las loretanas, sino exponer los variados caminos, a veces bastante surrealistas, que puede tomar la lucha contra el pudor y la vigencia del deseo y el placer incluso en sociedades tan inocuas y cerradas, como la que habitábamos treinta o cuarenta años atrás.
Además, por el sólo hecho de que Vargas Llosa pudiera haber creado, con tan sólo un viaje a la zona, un fresco tan notable del infierno verde de Santa María de Nieva, del leprosorio de San Pablo, de la Amazonía de mediados del siglo pasado, sobraría y bastaría para recomendar La Casa Verde, escrita en 1967, obra maestra de la literatura latinoamericana, Premio Rómulo Gallegos de Novela. Pero, La Casa Verde es más que eso y, aunque fabula además historias de contraparte piurana y costeña, expresa con mucha razón el dolor y la amargura de vivir en un mundo abandonado, donde la soledad, la indiferencia, las enfermedades, las lluvias y los lodazales compiten con la terquedad y el instinto innato del hombre por la supervivencia, donde historias como las de Fushía al que la enfermedad no sólo carcome su piel sino su razón, como la del mitayero Aquilino, como la del aguaruna Jum, como la de las monjitas de la Misión, personajes que combinan ficción y realidad, demencia y lucidez, en una novela estilísticamente perfecta, dan una visión densa, difícil, caótica, como también es posible descubrir ese otro rostro oculto de nuestro contexto.
Vargas Llosa también ha creído conveniente dar su contribución pedagógica en el desarrollo de la crítica y las ideas. Sólo si cumple esta condición es útil la literatura a la sociedad y el escritor a su país. Ella contribuye al perfeccionamiento humano impidiendo el marasmo espiritual, la autosatisfacción, el inmovilismo, la parálisis humana, el reblandecimiento intelectual o moral. Vargas Llosa señala que es preciso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor. Es por eso que no tuvo empacho en escribir que la amazónica ha sido la peor literatura que ha leído en su vida, lo cual, en un desapasionado análisis, debemos reconocerla como una opinión sincera y fundamentada del peruano vivo más universal, que felizmente ha sido reconocido por muchos novelistas ,poetas y ensayistas, que a partir de ahí han generado en sí mismos una autocrítica y han llegado a producir rigurosas y premiadas obras, como en el caso de los consagrados Percy Vílchez, Ana Varela y Carlos Reyes, entre otros.
(Y LA SELVA TAMBIEN)
Mario Vargas Llosa, arequipeño de nacimiento, peruano por vocación, ecuménico por iniciativa, estaría plenamente de acuerdo con aquél extraordinario poeta infelizmente olvidado por las burocracias terrosas loretanas, Germán Lequerica Perea, quién alguna vez, años ha, escribió, como en una mágica confabulación cósmica: “en la búsqueda del alba, el hombre tiene inevitablemente cien pies, cien manos y una estrella prendida en la memoria”.
En esta noche de selva y vida, que Jorge Coáguila nos invita a ser cómplices de las confesiones y los derroteros álgidos del escritor, resulta fundamental dar testimonio de este fuego interior que en los corazones de miles de loretanos y loretanas ha dejado perennes la obra y el pensamiento de Vargas Llosa. Escritor, dramaturgo, ensayista. Intelectual de viejo cuño e ideas de avanzada. Hombre comprometido con su tiempo y su contexto. Cruzado provisto de una honestidad militante y, sobre todo, de un talento extraordinario para entregarse con emoción y genio a sus amores y sus odios más desmedidos, sartrecillo valiente, izquierdista desengañado, liberal resuelto, Vargas Llosa “Varguitas”, ha creado un magisterio material y espiritual, seguido constantemente alrededor del mundo, el cual difícilmente puede ser superado entre los genios de la literatura contemporánea latinoamericana.
Vargas Llosa es capaz de describir con brillantez la dualidad permanente en que se desenvuelve las relaciones intergeneracionales. Dicha duplicidad, sea conceptual o funcional, mantiene el mundo fraccionado en dos mitades independientes, autónomas y antagónicas a la vez, describir y denunciar un mundo de grandes emociones y de enormes bellezas, pero al mismo tiempo forzosamente masculino, jerarquizado, violento, discriminador, que aplasta todo intento de individualización, de pluralismo, de disidencia de la palabra oficial. Vargas Llosa cree ciegamente que la labor del escritor es presentar la realidad de las cosas con suma honestidad, aunque tenga que, en su camino, arrojarle a los hombres el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos cotidianos. En eso consiste precisamente el compromiso social del artista.
Vargas Llosa expresa tan bien ese esfuerzo individual por entregarse sin reservas a su propia felicidad, para lo cual no tendrá ningún reparo en pactar con la irracionalidad y la brutalidad a fin de alcanzar el “bien”. En La Verdad de las Mentiras, un conjunto de ensayos sobre las más grandes obras literarias de influencia personal, escribió al respecto: La vida no es sólo razón, paz, disciplina: también locura, violencia y caos. En el fondo del ciudadano ejemplar [...]anida un salvaje pintarrajeado esperando el instante propicio para salir a la luz y proclamar que, aunque momentáneamente vencido, el bípedo antropoide de la horda y el clan está siempre al acecho, esperando la hora del desquite. Contra la barbarie y el totalitarismo, ha levantado siempre su voz militante de protesta y combate.
En esas inquietudes, que lo han llevado a transitar los más variados caminos de la geografía social de las colectividades, el escritor ha recalado más de una vez en la Amazonía, este variopinto amasijo de serpientes monocromas que algunos denominan ríos, concentraciones energéticas en que algunos descubren poblaciones, sábanas extensas- casi infinitas - de tupidos algodones que todos, absolutamente todos reconocemos inmediatamente por su incomparable tonalidad: un verde intenso y enceguecedor. Esta selva, la peruana, ha sido testigo – no siempre mudo – de sus investigaciones, su interés obsesivo, sus manías laborales y su evidente entusiasmo para encontrar respuestas a sus más variadas interrogantes.
En esta efigie geográfica, plagada de historia y naturaleza, donde se concentra por igual la mayor riqueza biológica del planeta, el más importante reservorio de nuestro futuro global y, sobre todo, la más desconcertante acumulación de magia y misterio de la humanidad entera. Vargas Llosa, paradójicamente, hizo los recorridos antagónicos donde alguna vez imaginó un círculo infernal y al mismo tiempo un apólogo, una farsa, una humorada y un signo de esperanza. En este horizonte territorial donde el cronista y jurista español Antonio de León Pinelo, ya en 1651, en su libro “El Paraíso en América”, descubrió la exacta ubicación del Edén bíblico prometido por la religión, Vargas Llosa encontró la dualidad y la lucha permanente entre El Bien y el Mal, la verdadera esencia del ser humano como protagonista (no siempre grato) de su propio contexto.
¿Quién no ha leído la novela ó visto la película ó escuchado de oídas sobre este personaje de ficción que hizo famoso Mario Vargas Llosa, el capitán Pantaleón Pantoja? Farsa y apólogo, Pantaleón y las visitadoras, escrita en 1973, trasciende el humor y la anécdota inmediata y explica, a través de la construcción de este oficial del Ejercito que por circunstancias de la vida se convierte en el más grande proxeneta de los ríos selváticos, los variados mecanismos de una sociedad iquiteña que al momento de escribirse la novela aún era una apacible ciudad provinciana, donde las personas eran buenas y corteses y donde los únicos deportes permitidos, a falta de luz eléctrica y televisión, aparte del fútbol, eran el chisme y la maledicencia.
En Pantaleón y las Visitadoras, Vargas Llosa hace, posiblemente, la mejor descripción urbana de la ciudad de Iquitos que se haya escrito en la literatura contemporánea. A través de sus páginas, reconocemos estampas de un época, maliciosa e ingenua al mismo tiempo, potenciadas por el humor y caricaturizadas para expresar el carácter lúdico de una dinámica que se extiende y se ha extendido por tiempo remotos. En Iquitos no se alquila el amor, pero sí se puede reír sobre las anécdotas que nos retratan una ciudad que conocemos tanto y que no esta lejos de la realidad que Vargas Llosa describe, con sus Shushupes, sus Sinchis, sus curas Beltranes y sus Pechugas por doquier. Este libro es una reflexión moral en clave de comedia, que no busca denigrar nunca a las loretanas, sino exponer los variados caminos, a veces bastante surrealistas, que puede tomar la lucha contra el pudor y la vigencia del deseo y el placer incluso en sociedades tan inocuas y cerradas, como la que habitábamos treinta o cuarenta años atrás.
Además, por el sólo hecho de que Vargas Llosa pudiera haber creado, con tan sólo un viaje a la zona, un fresco tan notable del infierno verde de Santa María de Nieva, del leprosorio de San Pablo, de la Amazonía de mediados del siglo pasado, sobraría y bastaría para recomendar La Casa Verde, escrita en 1967, obra maestra de la literatura latinoamericana, Premio Rómulo Gallegos de Novela. Pero, La Casa Verde es más que eso y, aunque fabula además historias de contraparte piurana y costeña, expresa con mucha razón el dolor y la amargura de vivir en un mundo abandonado, donde la soledad, la indiferencia, las enfermedades, las lluvias y los lodazales compiten con la terquedad y el instinto innato del hombre por la supervivencia, donde historias como las de Fushía al que la enfermedad no sólo carcome su piel sino su razón, como la del mitayero Aquilino, como la del aguaruna Jum, como la de las monjitas de la Misión, personajes que combinan ficción y realidad, demencia y lucidez, en una novela estilísticamente perfecta, dan una visión densa, difícil, caótica, como también es posible descubrir ese otro rostro oculto de nuestro contexto.
Vargas Llosa también ha creído conveniente dar su contribución pedagógica en el desarrollo de la crítica y las ideas. Sólo si cumple esta condición es útil la literatura a la sociedad y el escritor a su país. Ella contribuye al perfeccionamiento humano impidiendo el marasmo espiritual, la autosatisfacción, el inmovilismo, la parálisis humana, el reblandecimiento intelectual o moral. Vargas Llosa señala que es preciso que todos lo comprendan de una vez: mientras más duros y terribles sean los escritos de un autor contra su país, más intensa será la pasión que lo una a él. Porque en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor. Es por eso que no tuvo empacho en escribir que la amazónica ha sido la peor literatura que ha leído en su vida, lo cual, en un desapasionado análisis, debemos reconocerla como una opinión sincera y fundamentada del peruano vivo más universal, que felizmente ha sido reconocido por muchos novelistas ,poetas y ensayistas, que a partir de ahí han generado en sí mismos una autocrítica y han llegado a producir rigurosas y premiadas obras, como en el caso de los consagrados Percy Vílchez, Ana Varela y Carlos Reyes, entre otros.
No debemos olvidar,asimismo, el mensaje implícito y literal de El Hablador (1986), que traspasa la mera anécdota del narrador y su evocación de un antiguo compañero de clases universitarias y se interna en las disquisiciones de las leyendas indígenas machiguengas, en la concepción del Cielo y el Infierno, de la Vida y la Muerte, del Bien y el Mal, Kientibakori y Tasurinchi. Mascarita, el Habladro, el cuentisita, el fabulador, el narrador de historias, es un regreso de Vargas Llosa al universo amazónico, a las selvas peruanas para reotmar el viejo tema del oficio y la necesidad de fabular, sea en forma oral como en esta ocasión.
Sin embargo, La Amazonía es el propio latir de los corazones, oprimidos tantas y tantas veces y que, aún así, intenta con todas sus fuerzas maquinar la emoción y el desarrollo en los golpes implacables de un manguaré. Eso también lo sabe Vargas Llosa, quien guarda un profundo aprecio por la Amazonía, por Iquitos, por su gente. La deuda que tiene el escritor con el territorio va más allá de ser magma de inspiración de tan acabadas piezas literarias. Es también domino donde se ha depositado la mayor confianza en su propuesta política, cuando postuló a la presidencia de la república en 1990. En Loreto fue donde inició su carrera política como tal y donde recibió la más alta votación que hubiera recibido candidato alguno en dicha contiendas, además el único departamento del país donde el defenestrado ex dictador Alberto Fujimori fue derrotado por el novelista-candidato. Esa deuda ha sabido reconocerla Vargas Llosa en su libro de memorias El Pez en el agua, escrito en 1993.
Vargas Llosa, eterno insatisfecho, intelectual, creyente acérrimo en la libertad y enemigo público de todas las dictaduras y las autoritarismos, ha consagrado parte de su vida a demostrarnos que en la vida, aunque no exista la felicidad terrenal, se pueden vivir las historias que uno quiere experimentar con tan sólo entregarse a la lectura, para la cual se entregan a veces, seres con vocación, en una pasión que además de hermosa, es absorbente y tiránica, y reclama de sus adeptos una entrega total. A la par que se crean las aventuras que todos habremos de vivir en nuestras mentes, el escritor debe ser el eterno aguafiestas, en una sociedad sin editores, sin lectores, sin un ambiente cultural que lo azuce y exija. Aún así, y dando al oficio la calidad de cáliz sagrado, la literatura en Vargas Llosa ha sido y es fuego, es decir inconformismo y rebelión, que protesta, contradicción y crítica. La insurrección contra la injusticia es el caldo de cultivo para la creación. He ahí una de las más grandes coincidencias de Vargas Llosa con la Amazonía: la insumisión. Aunque en esta tierra aún sigamos esperando el cotejo final de la verdad y el progreso, creemos que la pasión debe reinar, que la vida, en general, es fuego y que, finalmente, estos nobles corazones y estos indomables espíritus nos trazaran la misma senda por donde ha transitado, transita y transitara este descomunal y complejo hombre a quien, por justicia, por necesidad, pero sobre todo, por admiración (gracias al magnífico trabajo de recopilación de Entrevistas Escogidas de Jorge Coáguila), honramos sin reservas.
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