El soberano se despereza. Le da pereza levantarse al día. Aplastadísimo en su hamaca de chambira, el soberano pueblo ni se da cuenta que la compañía está a punto de iniciar la fanfarria. El soberano, tan hermoso en sus disfuerzos pre-laborales, en su haraganería cívica, no se acuerda que ya estamos lunes. La sociedad anónima ya trabaja, plenamente, con la convicción preparada, en orden y a punto de dar cátedra de cómo ganarse el Cielo con las armas del Infierno.
Políticos S.A. Sin querer, en su ausencia, sobre su lomo, como un absceso prominente, un chupo del tamaño de la laguna de Quistococha, le viene creciendo espectacularmente al pueblo. En el trasero.
- Francamente, señor periodista, la coyuntura amerita que usted se ocupe de mí, de mi cara, de mi boca, de mis propuestas, de mi pepa sin igual.
Francamente, prefiero la muerte lenta, por inanición.
Las puertas del cementerio se abren. Monstruos S.A. van a dar su espectáculo. Anillo de caucho. Cruz de hierro. Labios acaramelados y una horrible faz, que esconde un corazón más repugnante aún.
¿Políticos?
¿Existen políticos?
¿En verdad son perceptibles?
- Periodista, en realidad no es nada, sólo una prueba de mi infinita capacidad para solucionar los problemas de la región.
Francamente, señor de la compañía, amigo de la cara pintada y la nariz roja, su cara me da tirria. Pesadillas. Y algunas concientes y muy necesarias visitas al despacho de la Santa Ira.
No existen políticos en mi placard. No existen los verdaderos, los de formación y los de opción personal, los que han consagrado una vida al servicio del país.
El soberano ocioso, tirado como una vaca sobre sus piernas ni siquiera se da cuenta que le están metiendo el dedito. Pero bien que le gusta, porque, aunque se mueve como una culebra, chilla, profiere blasfemias cuando se percata de la trastada que provocó con su legítimo derecho a hundirnos un poquito más, igual se regodea en las tonterías, se ronronea como una gata mimosa, le calienta el agua y el político pronto viene se toma el cafecito. Doble ración.
La gran boca habla otra vez. Miente otra vez. Mece otra vez. Confunde otra vez. Y se muere de risa por haber salido airoso otra vez, como si en nuestros predios tuviéramos carneros, sachavacas, sajinos en vez de ciudadanos. Nos miran la cara de tontos sin remedio. Se hacen pasar por estadistas, por geógrafos, por planificadores, por sabios de cualquier ciencia o arte que el humano entendimiento pudiera concebir. Y el soberano pueblo, como siempre, ya se ha convertido en una verdadero domador de tigres, pero siempre se lo terminan comiendo.
¡Cómo debe estar regodeándose en su tumba don René Chateaubriand! ¡Cómo debe bailar sobre su eje más inmediato don Alexis de Tocqueville! ¡Cómo debe estar riéndose, a mandíbula batiente, don Jean Jacques Rousseau!
Claro que sí, porque los especimenes que nos han caído como de alguna plaga bíblica (he ahí una señal para el agnosticismo) son como para agarrar todos las maletas y emprender, como Moisés, el Éxodo perpetuo.
Me van a contar, a poco, que tenemos políticos en los más altos cargos. Permítanme, con el mayor de los respetos, que exprese mi más sonora carcajada. Políticos S.A. es una verdadera maravilla, una fábrica de esperpentos y de personajes listos para el show del horror y la sorna. Y, a veces, para la metida de mano en el espacio del gran verde, la búsqueda del tesoro basado en la plata de los gruñones contribuyentes del Fisco.
Porque los votantes nos han brindado verdaderas obras maestras del surrealismo. Por ejemplo, un emperador sin corona y sin estrechas construcciones en su haber, pero hartas ínfulas y mucha verborrea pelotera de coyuntura. O, también un alcalde liliputiense que no sabe de planes de gobierno pero sí de monumentos al juane, escudos del pollo y hartos plancitos. Y también tránsfugas que cambian de partidos como si de prendas interiores se tratase.
Pero no olvidemos eximios degustadores del mejor “chuchurrín”, o séquitos de la alcaldía principal que no sirven para nada, o, quizás de alcaldes fugados y pendencieros. No nos olvidemos de candidatos de gallarda auto estirpe que se traban cuando leen discursos preparados por otros, o foráneos que se alucinan chakaneros defensores de lo indefendible y, no hablemos de reblandecidos que se alucinan en feudos mentales que se pierden entre vistas al río Amazonas.
Pero también de regidores que son verdaderas joyas, payasitas, verdes que tienen la conciencia negrísima, chatos más vengativos que el muñeco Chucky, zapateros que no tienen la menor idea de lo que andan haciendo en sesiones de Alcaldía. Cómo no recordar a alcaldes y funcionarios presos por rateros, corruptos, malversadores, violadores, prepotentes, matones o, simplemente, por brutos.
Aunque no debemos olvidarnos de los que vienen, algunos que son como regresos forzados (la sangre llama, pues, y las viejas mañas también). Por ahí están Faustos capaces de pactar con Mefisto y el arcángel Gabriel, gente que se alucina el último aguaje de la bandejada y, sin embargo, son tan predecibles en su simplonería como no hay otro. Ah, no nos olvidemos de los payasos que creen que el escenario es un circo y que gana las elecciones a punta de risitas, chistecitos y asuntos análogos. Claro, por ahí hay docentes que no hicieron nada por el agua y resultan ser los salvadores del líquido elemento. Finalmente, en este pequeño anecdotario, no deberían faltar los risueños amigos de todos que no saben de nada y no tienen cómo financiar sus campañas y no saben cómo articular discursos y, claro está, en el colmo de la transparencia, se pre-infartan en frejoladas muy rociadas en residencias de pendejísimos lecheros.
Detrás de todos estos freaks siempre hay una tropa de ayayeros, chupes, intrigantes, correveidiles, toda una burocracia de la mediocridad y el desgobierno que desacredita cualquier seriedad y competencia en los asuntos públicos. Ah, también, agazapados, los financistas, los constructores, proveedores, los que mueven el billete y piden favores y juegan su partido aparte; en otras palabras los que se la llevan fácil jugando el jueguito de los usureros, buenas gentes y jadeantemente hipócritas.
No hay políticos de verdad. Ninguno. Absolutamente nadie. Los que podrían salvarse cada vez hacen más méritos para estar en el bando contrario. Mientras tanto, el soberano pueblo, culpable de la desgracia, aún no se ha levantado de su letargo. Legañosos y con la vejiga hinchada, eligen a los miembros de la compañía. Por eso tenemos lo que nos merecemos y por eso estamos como estamos.
- En realidad, amigo columnista, usted no es constructivo con mi propuesta y con su región.
Francamente, politiquerillo piraña, ojalá algún E.L.E. ( Evento Ligado a Extinción) nos lo lleve pronto, prontísimo, a mejor vida, a usted y a su sociedad anónima, rebosante y horrendamente tragicómica.
¿Vox populi, vox Dei? Conociendo a los políticos y conociendo las cosas que han hecho nuestros conciudadanos con el voto, francamente ni al más ateo, radical y arisco iconoclasta se le ocurriría semejante blasfemia contra el Creador de la inmensa mayoría de los seres humanos.
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