Sobre los desvaríos del nuevo outsider de la peculiar política peruana
El comandante Ollanta Humala, líder del extraño movimiento político autodenominado Partido Nacionalista Peruano, asciende día tras día en la carrera hacia la presidencia de la república, mientras Lourdes Flores recién se faja en el CADE, Alan García derrama verbo (y demagogia) en plazas llenas y Valentín Paniagua bosteza con la modorra de la tercera edad. Una última encuesta lo coloca en segundo lugar de las preferencias electorales, a sólo 10 puntos de la candidata de Unidad Nacional, mientras los analistas empiezan a avizorar una segunda vuelta entre ambos contendientes.
Todo un triunfo para este ex militar de refinadas maneras, apellido de estirpe andina y esquemas mentales bastante estrechos. Todo un triunfo también para una nefasta propuesta que combina falsedad, virulencia, pirotecnia verbal, racismo, clasismo y estupidez ideológica en generosas dosis, las cuales han creado un cóctel mortífero que, presumiblemente, ha resultado atractivo para cierto sector de la opinión pública, a quien el hartazgo y la podredumbre de una clase política cuyos extremos de corrupción y frivolidad resultan en extremo odiosos. Justamente, de ese descontento del Perú real con el Perú oficial, además de la destrucción del concepto de Estado homogéneo y poderoso es que se nutre el discurso y el bolsón electoral de Humala y lo dinamita en forma incesante, resultando de ella una constante descuartización del sentido de país que usualmente manejamos.
Y la agrupación de Humala, salvo su nombre (que evoca equivocadamente al de auténtico “cholo” o personaje de extirpe popular que sintoniza con las grandes mayorías) es una nadería. Porque no tiene plan de gobierno, ni estructura orgánica, ni cuadros técnicos, ni personajes importantes con dos dedos de frente que secunden con cierta dignidad algunos de los desvaríos que profiere el hermano de Antauro (el zafado ex comandante que hace casi un año generó un levantamiento sedicioso en Andahuaylas que cobró la vida de cuatro personas en un acto tan inconcebible como hasta ahora inexplicable, además de criminal).
Humala usa su demagogia y encandila masas que creen en él como el salvador de la raza oprimida, el caudillo militar que se levantó en armas contra la dictadura de Fujimori en octubre de 2000 (sin saber la historia oculta detrás de ésta) y desde aquél entonces su figura mediática ha sido la de un líder étnico-castrense, que parasita la figura del Mariscal Oscar Avelino Cáceres para mover su fichas y atraer incautos - algunos muy bien intencionados, por cierto - hacia su seno. Lo cierto es que este estilo no es nada nuevo. Ya lo conocemos, por la historia nacional y mundial.
Humala es ideológicamente fruto de la prédica de su padre Isaac, ex militante del Partido Comunista del Perú, que cree en el golpe de estado como solución a algunos de los problemas nacionales. Isaac Humala cree además en la necesidad de que la raza “cobriza” (como él la denomina) debe gobernarnos, excluyendo a todos los demás “blancos” “judíos”, “criollos” que no son parte de esta pureza racial. De ese resentimiento de clase, de esa ridícula (aunque cierta) forma de pensar, nació el mentado “etnocacerismo”, que, por cierto, es muy fuerte en la zona sur del país.
El humalismo adquirió todas las características del fascismo italiano, así como la payasada de los uniformes militares para los llamados “reservistas” (la mayoría ex combatientes de pasados conflictos y campesinos de los sectores sociales más paupérrimos y olvidados). Los andinos son los únicos peruanos químicamente puros para el humalismo ideológico; los demás son sólo connacionales de la boca para afuera, sospechosos de deslealtad a las esencias de la peruanidad. Durante mucho tiempo, los etno-caceristas desfilaban con sus carabinas, escopetas, armas blancas y garrotes para que nadie ponga en duda la seriedad de sus designios. Y estuvieron detrás de la muerte por linchamiento del alcalde de Ilave, Cirilo Robles Callomamani. No creen en el control y erradicación de las drogas y amenazan con la pena de muerte por fusilamiento a todos los que su desequilibrada prédica puede pensar como inaptos para la gran nación andina y popular predica.
Según el pasquín “Ollanta”, vocero oficial del grupo, morirán a balazos y en el paredón, entre otros, los delincuentes, los ladrones, los corruptos, las putas, los homosexuales, los blancos, los judíos, los pro-chilenos, los neoliberales, los creyentes del libre mercado, los periodistas, los políticos, los ociosos, los holgazanes, los ricos, y , en general, todo aquél que no crea en las ideas de una gran país al estilo de la Nación Bolivariana que profesa el gorila autoritario de Hugo Chávez en Venezuela, que al parecer estaría financiando al humalismo en su afán por expandir por expandir a todo el continente su prédica ultra-nacionalista.
Pero, tampoco nos equivoquemos de percepción: Ollanta Humala, aunque se presenta como un “cholo” más, es un tipito al que le gusta la buena vida, las mujeres criollas y frecuenta los más exclusivos locales de “blancos”. No estudió como todos los hijos del pueblo, sino en colegios muy caros y la familia profesa una pasión por Europa, donde algunos de sus hermanos han realizado post grados, llevado cursos de especialización simplemente residen. Y que durante la época en que fue nombrado agregado militar en Francia y Corea del Sur, se embolsicó nada menos que 270 mil dólares entre sueldos y viáticos. Y sus vínculos con el fujimorismo que pretendió derrocar hace cinco años se nutren cada vez con sus votos y sus alianzas ya muy poco ocultas, entre ellas reuniones secretas con María Jesús Espinoza y Absalón Vásquez, además de haber recibido favores de Vladimiro Montesinos en su carrera militar durante los años dorados de la dictadura, tal como revela un reciente informe del diario La República.
Este es el hombre de trayectoria sinuosa, incoherente en su propuesta política e ideológica y sus actos personales, con ideas trasnochadas, demagógicas, sin plan de gobierno ni ideas reales y concretas para el verdadero progreso nacional. Por este hombre cierto sector del electorado empieza a sentir candor, sin darse cuenta que apostar por él, como vemos, sería un verdadero salto al abismo, de los tantos que el Perú se empeña en perpetrar, muy a su pesar.
04 diciembre 2005
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