El 31 de octubre fue especial, no porque haya gente que decidió salir a pasear sus hábitos morados y su autocensura militante en la procesión del Señor de los Milagros, en un hermoso espectáculo de penitencia inútil y harto incienso que me obstruye completamente las fosas nasales.
El 31 de octubre de cualquier año (siempre puede ser el último) no significó para mí embarcarme en un devaneo de valsecitos autocomplacientes, insulsos, decididamente huachafos, que dicen ser la base de nuestro orgullo patrio. Me aburre soberanamente que los talibanes del neo-cuasi-pensamiento-cualquier-cosa me digan que la peruanidad consista en cantar con voz aguardentosa valsecitos demudados sin ton ni son, con la guitarrita, el cajón y la muletilla (estoy seguro que todititos esos radicales del ritmo pondrían automático si tuvieran la primera oportunidad de largarse a vivir en el extranjero).
El 31 de octubre no fui feliz porque “es fin de mes/pagaron ya” (esta ha sido un temporada muy mala para mí, entre otras cosas, porque no cancelaron saldos pendientes en un instituto de investigaciones de la amazonía). No soy dependiente y eso me exime de perder el tiempo esperando dineros que, usualmente, para estas fechas nunca llegan.
El 31 de octubre valió la pena solamente porque fue Halloween. La famosa y nunca bien ponderada Noche de Brujas.
Porque fue Jalowey y esa noche fui a La Parranda y algo extraño pasó.
La fiesta fue accidentada.
Hubo una lluvia torrencial, con truenos y relámpagos, que amenazó con desatar el diluvio universar.
Hubo apagón general en la ciudad, más allá de la madrugada. Parece que fue la tormenta eléctrica.
Pumm. Todo a oscuras. Gritos, ayes, exclamaciones de salud. Tran-C callado de sopetón.
La gente se puso a tararear como posesa acordes de "Yo también me llamo Perú", mientras una morena-imitación charapense pugnaba por convertirse, sin éxito, en la Eva Ayllón de estos tropicales y húmedos parajes.
De los techos se filtraba la lluvia. La morena cantaba como si estuviera poseída por el espíritu de Lucha Reyes. Las luces estrenadas se fueron a la mierda. No había más.
Alucinen ese cuadro.
De pronto, en medio de la nada, una risita tenebrosa. Un niño maldito y un quejido absurdo. El tedio se convirtió en surrealismo mágico-divertido-inefable.
De pronto, todo mi momento halloweenense tenía sentido.
Era la gloria absoluta.
Era el ringtone más terroríficamente gracioso de toda la noche. Más cojudamente gracioso.
Chucky me estaba hablando y mi mamá no estaba aquí.
De ahí me largué a mi casa y dormí muy contento. Mi Jalohuey había valido la pena.
2 comentarios:
¿Y el Chucky Vásquez Valcarcel? No se ha molestado que le saques un video?
Cualquier parecido con la realidad, es solo eso, mera coincidencia. Mi amigo Jaime es devoto del ringtone "Chucky me habla". Es uno de los pioneros del asunto en nuestra localidad
Slds
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