“Nadie es monstruoso si lo somos todos”
(Simone de Beauvoir)
Pienso en una historia de caníbales mientras observo el vómito de colores que tengo frente a mis ojos, como intentando desafiar mi proverbial sobriedad. Pienso en seres que se devoran mutuamente con naturalidad conmovedora, mientras se dan besos y sonríen frente al verdugo que los perennizará en tonos trance.
Todas estas circunstancias vagan frente a mí, conservador con pretensiones liberales, se funden en una anécdota y una mueca maliciosa cuando siento que en el frío ambiente de unas paredes blancas, inertes, el cuarto arrimado, casi la despensa de los objetos inservibles de una institución que intenta el mecenazgo pero a lo sumo provoca conmiseración debido a su fingida preocupación por el arte, de pronto, un flash discotequero se estrella en mi rostro, se enciende la consola y suena una canción de Ruth Karina. Chicha rock, que se han creído. Mis tímpanos, en tanto, parecen reventarse irremediablemente.
El culpable, claro está, es ese ser de sorpresas llamado Christian Bendayán. Sin quererlo, el loco ha roto la barrera del sonido pictórico y se ha lanzado en picada contra la beatería culturosa que, cual cofradía sectaria, aún puebla nuestras redacciones, departamentos académicos y salas de hospicios. Paralelamente, apuesta suicidamente por el fuego de artificio, pero, precavido, mantiene el mecanismo de eyección alerta para salvar con paracaídas y caer a tierra firme ileso, en medio de aplausos atronadores del respetable que observa deslumbrado el espectáculo.
Bendayán ha llegado a Lima y ha roto esquemas en la Bienal de Arte de la Bellsouth y el Ministerio de Lima. También recuerdo ciertos comentarios asordinados durante la presentación de una de sus muestras en un posero bar de Barranco. Ahora, se va al extranjero y posiblemente presentará un cuadro y dejará de lado esa situación. Ya no estará en Iquitos para pedirle un autógrafo, mirarle la cara y quizás conversar con él (fuentes muy confiables me indican que se despidió de un viejo amor con un categórico “hasta nunca”)
Sin embrago, en lo que verdaderamente importa, la pintura es donde Bendayán demuestra su estampa de niño terrible: grosero con los tembleques, insolente con los dubitativos, perverso con los reprimidos. Con su cara seria y sus polos de cuello, este hombre-bestia (como el tigre del catálogo de su última exposición) funge de rebelde en un mundo de encajados. Su trabajo incluso les parece subversivo a algunos, pero en realidad es nada más que la plasmación de la realidad. Ni irreverente ni surrealista: yo diría, descarnado.
Tropical (que se presenta por estos días en la Galería del Banco Continental) es un espejo de nuestra verdad. Nunca los homosexuales, travestis, peluqueros de la periferia se mostraron tan feos pero a la vez tan cálidos en sus disfuerzos y su fingida femineidad. Nunca las prostitutas, los delincuentes, los adolescentes de rostros famélicos y pantalones holgados adquirieron una existencia trascendente, cotidiana. Nunca un quinceañero y una rosa fueron tan militantemente grotescos. Nunca los presidiarios se parecieron tanto a chicheros como Tongo y Chapulín el dulce. Nunca Iquitos se desnudó en toda su huachafería y, sin embargo, se concibió tan real.
Importa más que la técnica, el fuego. Importa muchísimo más que el oficio, el dolor. Y Bendayán, nueva era, apuesta por la necrofilia, la irreverencia y la abierta militancia en medio del sufrimiento y el desasosiego de su propia existencia, de su evidente condición.
Más que “… 2 escuelas pictóricas que se unen en un montaje que crea un desconcierto en el espectador …” y no sé cuánta palabrería más (que me perdone Alfonso Castrillón, yo no soy crítico y por eso no me importa lo que escriba), conmueve su estridencia; sincera, pedante y risueña como sus chicos-chicas con el bulto solapado.
Bendayán a ganado una beca a Francia y seguramente aún allá podrá ser considerado original. Acá dejará su legión de inclementes admiradores y solpados detractores, dejará el recuerdo de estética kitsch, sus contrastes fulminantes, su negación de las buenas maneras y la postal turística loretana, dejará sus marginales-musas, dejará el recuerdo de sus tonos rosados y su afición por la provocación y, en suma, dejará una propuesta honesta y, creo, ya madura, profesional.
Lima, diciembre 2000
(Publicado originalmente en semanario Kanatari. Parte de la colección periodística IQT)
(Simone de Beauvoir)
Pienso en una historia de caníbales mientras observo el vómito de colores que tengo frente a mis ojos, como intentando desafiar mi proverbial sobriedad. Pienso en seres que se devoran mutuamente con naturalidad conmovedora, mientras se dan besos y sonríen frente al verdugo que los perennizará en tonos trance.
Todas estas circunstancias vagan frente a mí, conservador con pretensiones liberales, se funden en una anécdota y una mueca maliciosa cuando siento que en el frío ambiente de unas paredes blancas, inertes, el cuarto arrimado, casi la despensa de los objetos inservibles de una institución que intenta el mecenazgo pero a lo sumo provoca conmiseración debido a su fingida preocupación por el arte, de pronto, un flash discotequero se estrella en mi rostro, se enciende la consola y suena una canción de Ruth Karina. Chicha rock, que se han creído. Mis tímpanos, en tanto, parecen reventarse irremediablemente.
El culpable, claro está, es ese ser de sorpresas llamado Christian Bendayán. Sin quererlo, el loco ha roto la barrera del sonido pictórico y se ha lanzado en picada contra la beatería culturosa que, cual cofradía sectaria, aún puebla nuestras redacciones, departamentos académicos y salas de hospicios. Paralelamente, apuesta suicidamente por el fuego de artificio, pero, precavido, mantiene el mecanismo de eyección alerta para salvar con paracaídas y caer a tierra firme ileso, en medio de aplausos atronadores del respetable que observa deslumbrado el espectáculo.
Bendayán ha llegado a Lima y ha roto esquemas en la Bienal de Arte de la Bellsouth y el Ministerio de Lima. También recuerdo ciertos comentarios asordinados durante la presentación de una de sus muestras en un posero bar de Barranco. Ahora, se va al extranjero y posiblemente presentará un cuadro y dejará de lado esa situación. Ya no estará en Iquitos para pedirle un autógrafo, mirarle la cara y quizás conversar con él (fuentes muy confiables me indican que se despidió de un viejo amor con un categórico “hasta nunca”)
Sin embrago, en lo que verdaderamente importa, la pintura es donde Bendayán demuestra su estampa de niño terrible: grosero con los tembleques, insolente con los dubitativos, perverso con los reprimidos. Con su cara seria y sus polos de cuello, este hombre-bestia (como el tigre del catálogo de su última exposición) funge de rebelde en un mundo de encajados. Su trabajo incluso les parece subversivo a algunos, pero en realidad es nada más que la plasmación de la realidad. Ni irreverente ni surrealista: yo diría, descarnado.
Tropical (que se presenta por estos días en la Galería del Banco Continental) es un espejo de nuestra verdad. Nunca los homosexuales, travestis, peluqueros de la periferia se mostraron tan feos pero a la vez tan cálidos en sus disfuerzos y su fingida femineidad. Nunca las prostitutas, los delincuentes, los adolescentes de rostros famélicos y pantalones holgados adquirieron una existencia trascendente, cotidiana. Nunca un quinceañero y una rosa fueron tan militantemente grotescos. Nunca los presidiarios se parecieron tanto a chicheros como Tongo y Chapulín el dulce. Nunca Iquitos se desnudó en toda su huachafería y, sin embargo, se concibió tan real.
Importa más que la técnica, el fuego. Importa muchísimo más que el oficio, el dolor. Y Bendayán, nueva era, apuesta por la necrofilia, la irreverencia y la abierta militancia en medio del sufrimiento y el desasosiego de su propia existencia, de su evidente condición.
Más que “… 2 escuelas pictóricas que se unen en un montaje que crea un desconcierto en el espectador …” y no sé cuánta palabrería más (que me perdone Alfonso Castrillón, yo no soy crítico y por eso no me importa lo que escriba), conmueve su estridencia; sincera, pedante y risueña como sus chicos-chicas con el bulto solapado.
Bendayán a ganado una beca a Francia y seguramente aún allá podrá ser considerado original. Acá dejará su legión de inclementes admiradores y solpados detractores, dejará el recuerdo de estética kitsch, sus contrastes fulminantes, su negación de las buenas maneras y la postal turística loretana, dejará sus marginales-musas, dejará el recuerdo de sus tonos rosados y su afición por la provocación y, en suma, dejará una propuesta honesta y, creo, ya madura, profesional.
Lima, diciembre 2000
(Publicado originalmente en semanario Kanatari. Parte de la colección periodística IQT)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario