25 septiembre 2008

CORTOS (I)

Por: Enrique Dávila (Ikitozz City)



Full Metal Antonio. Desde niño Antonio se imaginaba matando gente; los ahorcaba, les disparaba, los acuchillaba en sueños. Vivía con su padre y su abuela lejos del caserío más cercano; no había otros niños con quien jugar así que Antonio tenía que inventarse los juegos más curiosos. Se arrastraba por el monte con cuchillo en la boca y el rostro cubierto de barro y saltaba encima de algún ronsoquito que previamente amarraba para que no se escape, lo destripaba y blandía sus órganos en señal de victoria. Otras veces lanzaba monitos pequeños contra los árboles con toda su fuerza y algunas veces lograba destrozarles la cabeza. Así eran los juegos inocentes de Antonio.


El sueño de su vida era ser militar, le gustaba la idea de servir a su patria y mas que todo que le paguen por matar a otra gente. Antonio gozaba con la idea de que le den un fusil y tenga el permiso del mismo presidente de la república para dispararle a la cabeza a quien considere su enemigo. Antonio suspiraba por aquel ansiado día en que un conflicto se desatase y lo mandaran a pelear. Sonreía como tonto solo imaginando ese momento.


Cuando surgió el conflicto del Cenepa, enviaron a Antonio a ese lugar. Era el tipo más feliz del mundo porque al fin tendría la oportunidad de matar gente de verdad, no solo monitos y ronsoquitos. En el frente de batalla esperaba paciente su oportunidad. Le molestaba los zancudos, le picaban una y otra vez pero no perdía la calma. Hasta que por fin divisó una cabeza extraña, estaba listo… pero los zancudos no dejaban de molestarlo y él los aplastaba de uno en uno. Estaba a punto de disparar sintió una gran picazón en la pierna “maldito zancudo” pensó… pero al ver su mano esta estaba cubierta de sangre. Un balazo en la pierna y Antonio sintió que no podía caminar.


Al poco tiempo tuvieron que amputarle la pierna, Antonio perdió la oportunidad de matar a otras personas, pero aun así no perdía las esperanzas, se dio cuenta que precisamente él no era un monito ni ronsoquito, él contaba como ser humano, su sueño aun podía realizarse. Una noche tomo su fusil y se disparó en la cabeza…


Cuando lo encontraron tenía una gran sonrisa en los labios.


Agustín el matemático. Agustín era un chauchero de Belén, no llamaba la atención y hablaba muy poco. Todo el día se la pasaba cargando plátanos, yucas y arroz; esa era su rutina. Pero a Agustín le gustaban mucho las matemáticas, desde muy pequeño le encantaron los números. Cuando aprendió a hablar de inmediato aprendió a sumar, a restar, y a resolver ecuaciones diferenciales. Es que Agustín era un genio.


No había problema matemático que él no pudiera resolver. Le gustaba los libros de matemática que tenia el cura de la parroquia del pueblo donde vivía. Se sentaba y con su lápiz gastado se dejaba llevar por los números que danzaban en su cabeza.


Pero su familia era muy pobre y Agustín se vio obligado a trabajar desde niño. A su padre no le gustaba que perdiera el tiempo con las matemáticas, siempre le reñía cuando lo encontraba bajo el mamey con su cuadernito embelesado en algún teorema. Agustín se vio obligado a esconder las matemáticas y trabajar para ayudar en su casa.


Una tarde llevo desde el puerto hasta la casa de unos extranjeros una gran bolsa muy pesada, le dolía la espalda y estaba todo sudado. Lo único que quería era relajarse unos minutos. Mientras esperaba que le paguen, se dio cuenta que un cuaderno se le había caído a uno de los extranjeros que vivía allí, Agustín levantó el cuaderno dispuesto a devolvérselo pero por casualidad vio escrito en una de sus hojas un problema matemático. Agustín no pudo con su genio, sacó su viejo lápiz casi sin punta y se puso a resolverlo lo más pronto posible. Le tomo menos de cinco minutos y ya lo tenia resuelto. Se sentía satisfecho. Luego se acercó al extranjero y se lo devolvió muy nervioso. Aquella persona le dio un dólar en agradecimiento.


Unos días después ese hombre estaba revisando su cuaderno y se llevo la sorpresa de su vida, el problema matemático que tantas noches de sueño le había quitado, que tantos eruditos no encontraron respuesta durante siglos… estaba resuelto. Ese hombre de inmediato trato de encontrar al responsable de tal hazaña, pero no podía imaginarse quién lo hizo. Trató y trató de encontrarlo; entre sus amigos y nada, entre la posible gente que había tenido contacto con el cuaderno… y nada. Hasta que pensó en Agustín, el chauchero de espalda encorvada y aparentemente inculto... “Imposible” se dijo.


Al poco tiempo aquel extranjero regresó a su país. Era estudiante de la universidad de Oxford en EEUU y presentó el problema matemático resuelto como suyo. De inmediato ganó el reconocimiento y admiración de la comunidad científica. Su nombre fue impreso en los libros de matemáticas posteriores y fue conocido por todo el mundo.


Agustín formó su familia, vivió tranquilo con su esposa y sus dos hijas. Se sentía feliz cuando regresaba a casa y su mujer lo recibía con un beso y sus niñas la abrazaban amorosamente. Aún le gustaba ojear algunos libros de matemática y disfrutar con sus amados números. Un día encontró el problema matemático que vio en el cuaderno del extranjero y como estaba resuelto comentó:


- "Mira cho, ya otro lo resolvió…"

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Se puede saber porqué no te has smado a la campaña Adopte un Congresista?