Lean a Carlos Meléndez en el Jorobado de Notre Dame y se darán cuenta algunas de las razones por las cuales no he seguido la campaña que ha tenido a gran parte de la blogósfera ocupada. Para muestra un botón:
Finalmente –ahora me pongo en plan de analista de “estudios culturales”—no me digan que no hay un halo “paternalista” en el nombre de esta campaña de “adopción”. Fungiendo de analista de discurso, creo que la palabra “adopción” se usa para referirse al desvalido, a aquél que carece de protección y que por lo tanto está en una situación de desventaja, inferior, del que adopta. Por eso se adopta a niños huérfanos, a perros de la calle, etc. Fíjense la contradicción: el “padre de la patria” resulta “adoptado”. Claro pes, por eso es que abundan expresiones del tipo: “cómo es posible que ésta (sic) pueda ser congresista”, “ni siquiera la he visto en pelea de perros”, “ni siquiera sabe hablar bien el español y ya es congresista”, etc… Hay pues su cuota de “dedo en la nariz” y de “desprecio social” hacia quienes los peruanos hemos elegido como nuestros representantes, queramos o no.Duro, lo que quieran. Radical, también. Pero no deja de tener razón. Y una forma válida de iluminar una arista no tan clara de la campaña.
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