La semana que acaba de culminar ha sido de las peores que ha tenido Alan García durante el primer año de este mandato. Y me imagino que para él debe haber sido horrible no tanto por el clima de convulsión social sino porque sus índices de popularidad han caído a niveles impensables para sobredimensionado ego. La última encuesta nacional de la PUCP lo sitúa en alrededor de 35% de aprobación, mientras la desaprobación trepa hasta 59%. En el oriente, el promedio de repudio a su gestión trepa hasta un súper poderoso 84%.
Pero habría que ser muy frívolo o enceguecido por la vanidad del poder para preocuparse por estas estadísticas cuando el clima de agitación en calles y provincias ha alcanzado cumbres dramáticas. Cuando este artículo se redactaba, el ministro de Agricultura trataba de ponerle freno a la protesta que ha tomado por completo Andahuaylas. Mientras tanto, Tacna, Juliaca y Puno siguen siendo tierra de nadie. En Arequipa se han paralizado todas las actividades, en el norte se han bloqueado importantes tramos de las más importantes carreteras, así como se han cancelado vuelos aéreos a varios destinos del interior. En Pucallpa las cosas aún no se han solucionado del todo, y en Yurimaguas la calma solo es un estado aparente. Los maestros han inundado la calma con sus estridentes y retrógradas protestas y han jaqueado por momentos la labor de la policía nacional. En Lima se han detenido a los principales dirigentes sindicales del gremio, además de otros revoltosos. Ha habido muertos, secuestros, heridos, además de un cálculo de 200 millones de soles diarios de pérdidas económicas por estas acciones. La sensación más característica de estos momentos es el de un país en llamas, incendiado, de modo natural o provocado.
Mi impresión de todo el zafarrancho que ha puesto al gobierno contra las cuerdas, afectado por este contundente jab de izquierda de las protestas, es que el presidente García está cosechando lo que sembró. Recuerden sino que fue precisamente el APRA quien encabezó esa desleal andanada de protestas contra Alejandro Toledo, con métodos tan o más deplorables que los de ahora. Además, la mayor cantidad de promesas electorales de reivindicación social y amplitud democrática del año pasado se han chocado contra la pared, ahogadas incluso por el mismo aprismo. En cambio, durante estos 365 días, García se ha derechizado (en el peor sentido del término), asociándose con lo peor de la casta ideológica militar, mercantilista y Opus Dei que quiere seguir manejando este país como si estuviéramos en el siglo XIX, saboteando derechos civiles y fundamentales, intentado asaltar espacios pluralistas con su doctrina reaccionaria y cavernaria, usando el aparato estatal para el clientelismo político y la seudo-inteligencia paralela, coqueteando descaradamente con los sectores más sombríos del fujimorismo, censurando espacios para el arte y la reflexión (como el caso Piero Quijano), tratando a las provincias con garrote y a las transnacionales/mineras cortesanías diversas.
Resulta patético que mientras existe este clima enrarecido, el Canal 7 atosigue nuestras pantallas con propaganda de García vendiéndonos la idea de que la ley de silencio administrativo es la panacea para nuestros problemas, cual si fuera una parodia de Carlos Álvarez. Pero, evidentemente, el presidente ya se ha refugiado en su torre de marfil, se ha empecinado en su arrogancia, ha templado su proverbial inestabilidad emocional y ha dicho “saquen al Ejército” (el mismo de 1986 del Frontón; el mismo del 1987 de la nacionalización de la banca). Y no son solo una manga de comunistas rebeldes los que manejan las protestas. Porque aunque es cierto que hay viles intereses de desestabilización en algunos sectores, que el humalismo y probablemente Hugo Chávez tengan un interés mayor en incendiar la pradera para erigirse luego como robespierres salvadores, decir que solo ellos tienen la culpa de que el pueblo rechace en 60% al gobierno es, por lo menos, una necedad. Sí, necesitamos firme y decidida (no autoritarismo), pero también necesitamos cambios sociales y obras concretas, necesitamos pluralismo y que al fin la macroeconomía empiece a chorrear hacia las clases medias y populares. El Perú en llamas de esta semana es una estruendosa advertencia para el mandatario de que las cosas deben resolverse de verdad y con decisión, sin exclusiones ni privilegiados.
Foto: El Pais
Pero habría que ser muy frívolo o enceguecido por la vanidad del poder para preocuparse por estas estadísticas cuando el clima de agitación en calles y provincias ha alcanzado cumbres dramáticas. Cuando este artículo se redactaba, el ministro de Agricultura trataba de ponerle freno a la protesta que ha tomado por completo Andahuaylas. Mientras tanto, Tacna, Juliaca y Puno siguen siendo tierra de nadie. En Arequipa se han paralizado todas las actividades, en el norte se han bloqueado importantes tramos de las más importantes carreteras, así como se han cancelado vuelos aéreos a varios destinos del interior. En Pucallpa las cosas aún no se han solucionado del todo, y en Yurimaguas la calma solo es un estado aparente. Los maestros han inundado la calma con sus estridentes y retrógradas protestas y han jaqueado por momentos la labor de la policía nacional. En Lima se han detenido a los principales dirigentes sindicales del gremio, además de otros revoltosos. Ha habido muertos, secuestros, heridos, además de un cálculo de 200 millones de soles diarios de pérdidas económicas por estas acciones. La sensación más característica de estos momentos es el de un país en llamas, incendiado, de modo natural o provocado.
Mi impresión de todo el zafarrancho que ha puesto al gobierno contra las cuerdas, afectado por este contundente jab de izquierda de las protestas, es que el presidente García está cosechando lo que sembró. Recuerden sino que fue precisamente el APRA quien encabezó esa desleal andanada de protestas contra Alejandro Toledo, con métodos tan o más deplorables que los de ahora. Además, la mayor cantidad de promesas electorales de reivindicación social y amplitud democrática del año pasado se han chocado contra la pared, ahogadas incluso por el mismo aprismo. En cambio, durante estos 365 días, García se ha derechizado (en el peor sentido del término), asociándose con lo peor de la casta ideológica militar, mercantilista y Opus Dei que quiere seguir manejando este país como si estuviéramos en el siglo XIX, saboteando derechos civiles y fundamentales, intentado asaltar espacios pluralistas con su doctrina reaccionaria y cavernaria, usando el aparato estatal para el clientelismo político y la seudo-inteligencia paralela, coqueteando descaradamente con los sectores más sombríos del fujimorismo, censurando espacios para el arte y la reflexión (como el caso Piero Quijano), tratando a las provincias con garrote y a las transnacionales/mineras cortesanías diversas.
Resulta patético que mientras existe este clima enrarecido, el Canal 7 atosigue nuestras pantallas con propaganda de García vendiéndonos la idea de que la ley de silencio administrativo es la panacea para nuestros problemas, cual si fuera una parodia de Carlos Álvarez. Pero, evidentemente, el presidente ya se ha refugiado en su torre de marfil, se ha empecinado en su arrogancia, ha templado su proverbial inestabilidad emocional y ha dicho “saquen al Ejército” (el mismo de 1986 del Frontón; el mismo del 1987 de la nacionalización de la banca). Y no son solo una manga de comunistas rebeldes los que manejan las protestas. Porque aunque es cierto que hay viles intereses de desestabilización en algunos sectores, que el humalismo y probablemente Hugo Chávez tengan un interés mayor en incendiar la pradera para erigirse luego como robespierres salvadores, decir que solo ellos tienen la culpa de que el pueblo rechace en 60% al gobierno es, por lo menos, una necedad. Sí, necesitamos firme y decidida (no autoritarismo), pero también necesitamos cambios sociales y obras concretas, necesitamos pluralismo y que al fin la macroeconomía empiece a chorrear hacia las clases medias y populares. El Perú en llamas de esta semana es una estruendosa advertencia para el mandatario de que las cosas deben resolverse de verdad y con decisión, sin exclusiones ni privilegiados.
Foto: El Pais
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