Por: Gino Ceccarelli.
(Imagen: Imaginaria)
-“Tengo que ver a mi brujo para que me diga lo que tengo que hacer”.
Es la frase que solemos escuchar de Robespier Huansi cada vez que le asalta una duda o se le presenta un problema en la vida. Su existencia está regida por los consejos, purgas, dietas, ayahuasca, tohé, camalonga, baños de florecimiento, “limpiezas”, ayaúmas, rezos, perfumes, puzangas, plantas curativas, brebajes de todo tipo, amuletos, oraciones y todas las recomendaciones habidas y por haber que le dan los chamanes, curanderos y charlatanes que abundan por toda la selva amazónica. Robespier es de los que llamamos, un hombre de fe.
Hace unos años fue a visitar a un brujo que decían que era muy bueno y que vivía cerca de Balsapuerto. Necesitaba consejos y todo lo que hacía falta para lograr reconciliarse con una muchacha en Yurimaguas.
-“Dígame Don Florencio, ¿usted cree que puede hacer que ella me perdone?”
-“Claro hijo, pero tendrás que quedarte unos días, y verás que cuando regreses a Yurimaguas ella te va a perseguir. Yo no fallo”.
Don Florencio vivía con su mujer y con una hija de quince años quienes le ayudaban en la casa y a cuidar a los pacientes durante las sesiones de ayahuasca. Robespier no tardó en ponerle el ojo encima a la hija del brujo. Al principio hubo un intercambio de miradas, luego de risitas cómplices. Al tercer día nuestro personaje le mandaba piropos y le lanzaba algunas insinuaciones que la muchacha devolvía con sonrisas maliciosas.
A pesar de la dieta severa que le impuso Don Florencio, entre las que estaba la abstinencia sexual, Robespier no resistió a la tentación y una noche gateó hasta el cuarto de ella para “juguetear” cuando sus padres se habían dormido. Lo que no sabía es que la muchachita era una verdadera escandalosa cuando se excitaba. Sus gemidos y gritos de placer fueron tan fuertes que el brujo y su mujer se despertaron y los descubrieron en plena faena sudorosa.
-“¡Ahora si que te jodiste, carajo!”, “¡Por abusivo y confianzudo te voy a dejar sin tu pico!”
Robespier se vistió a toda prisa y salió asustado hacia la trocha con dirección a Balsapuerto. Se sentía aliviado que Don Florencio no le había golpeado. La amenaza del brujo no le preocupaba en ese momento. Caminó como veinte minutos en la oscuridad para llegar al pueblo y buscar un lugar donde dormir. Era imposible que se quede en el tambo que le había facilitado el brujo.
Cuando llegó al pueblo vio un lugar donde todavía no habían apagado los lamparines. Era un bar que se mantenía abierto ya que unos borrachines no se iban. Habló con la dueña y le ofreció dinero a cambio de que le dé un espacio para dormir esa noche. La propietaria le recibió los tres soles y le dijo que podía dormir en el depósito sobre los costales de arroz. Cuando fue a la huerta para “pishir” y se abrió la bragueta, no encontró la pieza que servía para ese fin. ¡No había nada! Angustiado regresó corriendo al bar.
-“¡No está!”- gritaba –“¡No le hallo a mi ullo!”, “¡El gran puta me robó mi gualdrapa!”, “¡Ya me jodí!, ayúdenme, por favor!!”
Los borrachitos no entendían sus desvaríos y la dueña del bar lo botó a la calle por hacer escándalo y mostrar su bragueta.
Cuando regresó al tambo de Don Florencio para pedirle perdón, éste le obligó a trabajar en la chacra por una semana para devolverle lo que le había quitado.
A pesar de ésta desgracia, Robespier siguió visitando curanderos por donde iba, incluso lo hacía para curarse de sus resfriados.
Hace un par de semanas lo encontré por la calle. Me contó que estaba peleado con su mujer y que había acudido donde un chamán boliviano que hacía propaganda en la televisión. Le habían contado que hacía “amarres” en cuatro horas. Necesitaba que le ayude a reconciliarse con su esposa.
El chamán le hizo arrodillarse, repetir palabras y frases incongruentes, rezó como nueve Padre Nuestros, la pasaron la mano y varios huevos por su cuerpo, le escupieron con aguardiente alcanforado, le golpearon con shacapas y ruda, le cantaron plegarias extrañas y ya. Ah!, le cobraron cuatrocientos nuevos soles.
Cuando salió de la “sesión”, esperó cuatro horas y media para así dejar que el “amarre” haga su efecto. Se cambió y se fue todo elegante al colegio donde trabaja su esposa para esperar que salga y reconciliarse con ella. Su mujer salió puntualmente acompañado de otras maestras.
-“¡Pssst, pssssst!!”- le hizo cuando pasó cerca. Ella volteó la cabeza y abrió los ojos cuando le vio. Robespier se acercó con una sonrisa en los labios.
-“Hola mi amor”- le dijo con seguridad y alargando sus brazos para el abrazo.
-“¡¿Qué quieres desgraciado?!”, “¡Lárgate antes que te golpee, pedazo de sinverguenza!”
-“Pero mi amor...”- y continuó en su afán de abrazarla.
-“¡Qué amor ni qué ocho cuartos, déjame tranquila adefesio de mierda!”- y empezaron a caerle puñetes, carterazos, rasguños y lapos al pobre que no tuvo otro remedio que partir a la carrera del lugar debido a la risotada general de los maestros y alumnos que salían del colegio.
Regresó a ver al famoso chamán.
-“Oiga señor, su amarre de cuatro horas no funcionó”.
-“¿De veras?, entonces tienes que pagar otros cuatrocientos soles para que sea más potente el efecto”- le dijo el charlatán.
Bajando la cabeza terminó de contar su historia y me dijo:
-Dime amigo, ¿tú crees que debo pagarle?.
(Imagen: Imaginaria)
-“Tengo que ver a mi brujo para que me diga lo que tengo que hacer”.
Es la frase que solemos escuchar de Robespier Huansi cada vez que le asalta una duda o se le presenta un problema en la vida. Su existencia está regida por los consejos, purgas, dietas, ayahuasca, tohé, camalonga, baños de florecimiento, “limpiezas”, ayaúmas, rezos, perfumes, puzangas, plantas curativas, brebajes de todo tipo, amuletos, oraciones y todas las recomendaciones habidas y por haber que le dan los chamanes, curanderos y charlatanes que abundan por toda la selva amazónica. Robespier es de los que llamamos, un hombre de fe.
Hace unos años fue a visitar a un brujo que decían que era muy bueno y que vivía cerca de Balsapuerto. Necesitaba consejos y todo lo que hacía falta para lograr reconciliarse con una muchacha en Yurimaguas.
-“Dígame Don Florencio, ¿usted cree que puede hacer que ella me perdone?”
-“Claro hijo, pero tendrás que quedarte unos días, y verás que cuando regreses a Yurimaguas ella te va a perseguir. Yo no fallo”.
Don Florencio vivía con su mujer y con una hija de quince años quienes le ayudaban en la casa y a cuidar a los pacientes durante las sesiones de ayahuasca. Robespier no tardó en ponerle el ojo encima a la hija del brujo. Al principio hubo un intercambio de miradas, luego de risitas cómplices. Al tercer día nuestro personaje le mandaba piropos y le lanzaba algunas insinuaciones que la muchacha devolvía con sonrisas maliciosas.
A pesar de la dieta severa que le impuso Don Florencio, entre las que estaba la abstinencia sexual, Robespier no resistió a la tentación y una noche gateó hasta el cuarto de ella para “juguetear” cuando sus padres se habían dormido. Lo que no sabía es que la muchachita era una verdadera escandalosa cuando se excitaba. Sus gemidos y gritos de placer fueron tan fuertes que el brujo y su mujer se despertaron y los descubrieron en plena faena sudorosa.
-“¡Ahora si que te jodiste, carajo!”, “¡Por abusivo y confianzudo te voy a dejar sin tu pico!”
Robespier se vistió a toda prisa y salió asustado hacia la trocha con dirección a Balsapuerto. Se sentía aliviado que Don Florencio no le había golpeado. La amenaza del brujo no le preocupaba en ese momento. Caminó como veinte minutos en la oscuridad para llegar al pueblo y buscar un lugar donde dormir. Era imposible que se quede en el tambo que le había facilitado el brujo.
Cuando llegó al pueblo vio un lugar donde todavía no habían apagado los lamparines. Era un bar que se mantenía abierto ya que unos borrachines no se iban. Habló con la dueña y le ofreció dinero a cambio de que le dé un espacio para dormir esa noche. La propietaria le recibió los tres soles y le dijo que podía dormir en el depósito sobre los costales de arroz. Cuando fue a la huerta para “pishir” y se abrió la bragueta, no encontró la pieza que servía para ese fin. ¡No había nada! Angustiado regresó corriendo al bar.
-“¡No está!”- gritaba –“¡No le hallo a mi ullo!”, “¡El gran puta me robó mi gualdrapa!”, “¡Ya me jodí!, ayúdenme, por favor!!”
Los borrachitos no entendían sus desvaríos y la dueña del bar lo botó a la calle por hacer escándalo y mostrar su bragueta.
Cuando regresó al tambo de Don Florencio para pedirle perdón, éste le obligó a trabajar en la chacra por una semana para devolverle lo que le había quitado.
A pesar de ésta desgracia, Robespier siguió visitando curanderos por donde iba, incluso lo hacía para curarse de sus resfriados.
Hace un par de semanas lo encontré por la calle. Me contó que estaba peleado con su mujer y que había acudido donde un chamán boliviano que hacía propaganda en la televisión. Le habían contado que hacía “amarres” en cuatro horas. Necesitaba que le ayude a reconciliarse con su esposa.
El chamán le hizo arrodillarse, repetir palabras y frases incongruentes, rezó como nueve Padre Nuestros, la pasaron la mano y varios huevos por su cuerpo, le escupieron con aguardiente alcanforado, le golpearon con shacapas y ruda, le cantaron plegarias extrañas y ya. Ah!, le cobraron cuatrocientos nuevos soles.
Cuando salió de la “sesión”, esperó cuatro horas y media para así dejar que el “amarre” haga su efecto. Se cambió y se fue todo elegante al colegio donde trabaja su esposa para esperar que salga y reconciliarse con ella. Su mujer salió puntualmente acompañado de otras maestras.
-“¡Pssst, pssssst!!”- le hizo cuando pasó cerca. Ella volteó la cabeza y abrió los ojos cuando le vio. Robespier se acercó con una sonrisa en los labios.
-“Hola mi amor”- le dijo con seguridad y alargando sus brazos para el abrazo.
-“¡¿Qué quieres desgraciado?!”, “¡Lárgate antes que te golpee, pedazo de sinverguenza!”
-“Pero mi amor...”- y continuó en su afán de abrazarla.
-“¡Qué amor ni qué ocho cuartos, déjame tranquila adefesio de mierda!”- y empezaron a caerle puñetes, carterazos, rasguños y lapos al pobre que no tuvo otro remedio que partir a la carrera del lugar debido a la risotada general de los maestros y alumnos que salían del colegio.
Regresó a ver al famoso chamán.
-“Oiga señor, su amarre de cuatro horas no funcionó”.
-“¿De veras?, entonces tienes que pagar otros cuatrocientos soles para que sea más potente el efecto”- le dijo el charlatán.
Bajando la cabeza terminó de contar su historia y me dijo:
-Dime amigo, ¿tú crees que debo pagarle?.
2 comentarios:
Ah, Gino is back.
¡Ay qué Robespier! El curandero que lo dejó sin su thinguililingue me parece que era el que realmente sabía hacer su trabajo, debió haberse quedado con ése. Pero en fin, la inseguridad de la gente tiene su precio, y de éso se aprovechan los sinvergüenzas para hacer su agosto. ¿qué le contestaste cuando te preguntó si debía pagar más por el amarre más poderoso?
Me gustan tus relatos. Espero leer pronto todo esto en un libro.Se que tienes mas historias y tan buenas como esta.
Sigue escribiendo, lo haces realmente bien y no lo digo por gusto.
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