Tom Wolfe, autor de la celebrada La Hoguera de las vanidades, de visita en Buenos Aires, ha dicho verdades tan evidentes que habría que ser medio bobo para no darse cuenta. Como que la mayoría de los novelistas y narradores se encierran en el academicismo. Como que sus referencias tan cerradas cada vez están más lejos del público. Y que la literatura formal se ha convertido en un aburrido toma-y-dame en el cual varios chicos sin mucho talento pero con harta vanidad terminan naufragando en el mar de sus propias palabras, vacías, vacuas, mortalmente aburridos.
Esto fue parte de lo que le dijo Wolfe a la entrevistadora de Página 12:
"La novela ya no le interesa a los jóvenes escritores talentosos. La novela, salvo en casos excepcionales, va a terminar como la poesía épica, viviendo en la cima de un pico cubierto de hielo, de manera que va a resultar mucho más fácil alabarla que visitarla”, plantea. “En los Estados Unidos los jóvenes escritores por lo general son graduados de los llamados programas de escritura creativa, y estos programas son como aguas estancadas donde se crían los mosquitos, y estos mosquitos vienen de Francia y tienen nombres como realismo mágico, fabulismo, minimalismo, deconstructivismo... Están de moda dentro de la academia y círculos universitarios, pero el público en términos generales no está interesado de la manera en que estuvieron interesados en Hemingway o Steinbeck”.
Aunque le duela a cierto grupito de insolentes estreñidos, el maestro Wolfe ha señalado nada más y nada menos que un axioma. La novela morirá si es que abandona la labor que siempre ha tenido, que es básicamente expresar ideas y conceptos del tiempo y el espacio en que se desarrollan, aportando con su ficción la comprensión de los mundos de no ficción que pretende abarcar y dominar a través del lenguaje. Y en verdad, la novela, con contadas excepciones, se ha ido fragmentando en los últimos tiempos en pequeños discursos enrollados que solo representan - o fungen representar - a quienes lo escribieron, dejando gran parte del reto al periodismo literario o a la crónica y la investigación análoga. He ahí el gran reto de cara el futuro que tiene.
Esto fue parte de lo que le dijo Wolfe a la entrevistadora de Página 12:
"La novela ya no le interesa a los jóvenes escritores talentosos. La novela, salvo en casos excepcionales, va a terminar como la poesía épica, viviendo en la cima de un pico cubierto de hielo, de manera que va a resultar mucho más fácil alabarla que visitarla”, plantea. “En los Estados Unidos los jóvenes escritores por lo general son graduados de los llamados programas de escritura creativa, y estos programas son como aguas estancadas donde se crían los mosquitos, y estos mosquitos vienen de Francia y tienen nombres como realismo mágico, fabulismo, minimalismo, deconstructivismo... Están de moda dentro de la academia y círculos universitarios, pero el público en términos generales no está interesado de la manera en que estuvieron interesados en Hemingway o Steinbeck”.
Aunque le duela a cierto grupito de insolentes estreñidos, el maestro Wolfe ha señalado nada más y nada menos que un axioma. La novela morirá si es que abandona la labor que siempre ha tenido, que es básicamente expresar ideas y conceptos del tiempo y el espacio en que se desarrollan, aportando con su ficción la comprensión de los mundos de no ficción que pretende abarcar y dominar a través del lenguaje. Y en verdad, la novela, con contadas excepciones, se ha ido fragmentando en los últimos tiempos en pequeños discursos enrollados que solo representan - o fungen representar - a quienes lo escribieron, dejando gran parte del reto al periodismo literario o a la crónica y la investigación análoga. He ahí el gran reto de cara el futuro que tiene.
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