11 mayo 2008

HUECOS (VOLUMEN 1)

Lejos de lo comúnmente visitado, más allá de lo ampliamente conocido y consumido, existen en Iquitos un puñado de lugares entrañables. No tienen suficiente glamour, no están revestidos de harto público, no son fashion o quizás no se los recomendaría en una guía para viajeros A1. Pero son huariques a los que me gusta volver, solo por el placer de reencontrarme con ellos. Cada uno tiene una escena ideal en mi cabeza. Cada uno tiene un tempo cronometrado, un zoom preciso, una idea concebida de lo que pude haber vivido, de lo que pude haber imaginado, de lo que simplemente sentí. He aquí una primera lista de ellos (que se irá engrosando durante las próximas dos semanas desde esta columna):

Plaza Munich. A veces pienso que alguien quiso hacer de aquél terreno, ubicado al final de la Prolongación Putumayo, un micro versión tercermundista de Disneylandia, pero se le acabaron la plata y las ideas (felizmente). Lo que quedó me da un reflujo de emoción. Una obra pública para las clases populares, con detalles bizarros y lúdicos. Podemos ir con la bici, darle una vuelta entera con bolsita de aguaje y sentirnos felices. El espíritu de Mickey Mouse corre en un motocarro tatuado con un tigre psicodélico en su lomo de plástico.



La Gota Fría. Al principio de la calle Yavarí, donde no ha llegado la pavimentación ni la gracia de los políticos, existe este homenaje al maestro Carlos Vives. Tambo de gran corazón, espacio de mesitas escondidas, amores furtivos, mirada oscura que va hacia el río. Me he sentado en sus tembleques mesitas con grandes amigos, poetas, aspirantes a artistas, médicos, funcionarios y estirados visitantes y, luego de una media jonca de chelas y unos chistes colorados, todo era más divertido. Aunque el alcohol es un detalle del pasado (las úlceras han terminado por retirarme a destiempo del campo de juego), La Gota Fría sobrevive, invitándote cada noche a amarla, con su decoración ausente, sus personajes extravagantes y su música demente (cumbia, remix y su poquito de trash metal).

El Zorrito. Un juane de chonta incomparable, el mejor de estos fastos. Una conversa sobre Nicaragua y poesía con Ernesto Cardenal, Juan Bosco, Jaime Vásquez y Angelito. Momentos de ocio, momentos de gula, momentos en que todos nos podemos reunir en torno de una mesa, mientras por tus ojos pasa el caldo de pescado, mientras te sirven el nuevo vaso de cocona hecha refresco, mientras la brocheta mixta te hace ojitos, mientras el chicharrón de lagarto te dice que es chévere sentarte, es mejor tomar los cubiertos, es mucho mejor no resistirte a sus encantos. Bueno, bonito y barato (¡provecho!).

Cementerio General. El firme, el clásico, ubicado en la calle Alfonso Ugarte. Este lugar, donde se encuentran las lápidas exhibicionistas, los mausoleos judíos, la última morada del milagroso Rosendo Pizarro. Esta mole silente, donde se dio la despedida con fanfarria a la bailarina de ensueño, Alice Vela. Este camposanto donde te imaginaste alguna vez que los muertos salían de su tumba y tomaban por asalto tu casa (he visto muchas películas de George Romero, lo acepto), allí mismo le dijimos adiós a la Abuela, una tarde que se hacía noche, con Sergio Murillo cantando Serás todo para mí y un chiquitín sin zapatos ofreciéndote agua para el “defunto”. Poderosísimo.

Segundo piso de la Prefectura. Si va a usted a este hermoso edificio, ubicado en la tercera cuadra del Malecón Tarapacá, por favor, no se quede en el primer piso, viendo cómo este patrimonio arquitectónico se deteriora por culpa de los ineptos que lo administran (en vez de entregarlo en administración a alguna institución que la transforme en un gran museo). Si puede, suba a los altos. Si no está abierta la Biblioteca Amazónica, pida por favor a Elsita, la amable secretaria del INC-Loreto, que le dé permiso para que se asome a los balcones. Le aseguro que, en un inspirado momento, mientras haya poco tránsito vehicular y no estén gritando frente al local de la dirección de Educación, usted podrá contemplar el mejor panorama del río Amazonas visto desde la urbe. Una cosa fabulosa. Palabra.

Plaza Castilla. Tenía 14 años, vivía a una cuadra y nos reponíamos a duras penas del shock de Fujimori. Pero cuando se inauguró esta plaza, con vista al gran río-mar, supe que iba tiene mucho de mí guardado en sí. Varias mataperradas, varios “no” encajados, varias lágrimas furtivas y un cañón que miraba al horizonte, siempre apuntando al sol que invariablemente sale por el mismo lugar. Oscurita y caleta, bordeando el ex dionisiaco Papá Piraña, con su escalinata que conecta con el agua turbia y la hierba flotante, sus olores de ahora (kk, marimba) y de ayer (guama, recuerdo), una luz mortecina/alcahuete chocando con tus pisadas y un libro de Oquendo de Amat (la lluvia cae desigual como tu nombre) abierto como un gran cielo, podrían ser el resumen de que estamos frente a una poderosa razón para seguir pensando en esta ciudad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No olvides ese bar en la circular de Moronacocha. creo que se llama EL ESCONDITE, decian que era un lugar para los tramposos.

Paco Bardales dijo...

Paciencia, paciencia, hay muchos más volúmenes sobre los huecos y huariques de Iquitos.

Aunque el bar en la circular de Moronacocha, si es el que me parece a que te refieres, es el Refugio, mayormente conocido como "el paraíso de los infieles".

El Escondite ha sido no solo lugar de tramposos, sino de otras finas especies del caluroso trópico amazónico.

Y ese "decían que era lugar para tramposos..." no me convence.Creo que habla, en todo caso, la voz de la experiencia.

Saludos

Anónimo dijo...

Si EL REFUGIO jajaja...