En el último número de la revista cultural Katenere (que, entre otras cosas recopila algunos artículos sobre la artista amazónica Gladys Zevallos, un recuerdo sobre el recientemente fallecido narrados Jaime Vásquez Izquierdo y un recuento del reencuentro de Beto Ortiz con Iquitos, luego de cinco años), se ha incluído un articulo, a modo de crítica, sobre IQT (Remixes). Teniendo en cuenta que lo ha escrito Percy Vílchez Vela, uno de los más importantes escritores amazónicos, el tema cobra doble valor. He decidido postearlo completo, porque me ha gustado mucho (sobre todo me ha sorpendido el valor que el libro tiene en diversos conocimientos y explicaciones).
RECUENTO DE SERES DE OTRO LUGAR
Escibe: Percy Vílchez Vela
RECUENTO DE SERES DE OTRO LUGAR
Escibe: Percy Vílchez Vela
En olvidados archivos, en no frecuentadas bibliotecas, duermen los escasos cronistas de estos lares. Aislados en el anonimato, dispersos en estantes para nadie, esos autores no conocieron la suerte de la publicación de un libro, ni lograron el favor de la lectura del escaso público. Ello es lamentable pues uno tiene que buscarlos aquí y allá, en una casería fatigante. Es por ello, para comenzar, que nos parece importante la reciente publicación de Tierra Nueva Editores del libro IQT Remixes, de Francisco Bardales Ramírez. El autor es un respetable periodista de tantos medios escritos, una pluma de indudable valía que ha esperado la madurez para fatigar la imprenta. Las once crónicas son la cuidadosa selección de años de ejercicio de la profesión. No son simples redacciones del momento, ejercicios al calor de la edición que sale, sino que revelan un trabajo serio de investigación, de elaborado trabajo de redacción, de sesudo análisis.
Lo primero que podemos decir de esas crónicas es que son, en conjunto, una incursión en los movedizos predios de la marginalidad y la exclusión. No la conocida de la pobreza histórica y la falta de oportunidades, la confinada a los rincones raciales o la barbarie de género. Se trata de otros marginales, de otros segregados. Desde la primera hasta la última crónica hay una constante referencia, directa o indirecta, a individuos que han decidido vivir de otra manera, a seres que han migrado hacia otra latitud, lo que no implica que hayan dejado sus pagos nativos. Es otro tipo de fuga. Lejos de los ámbitos convencionales, de las ocupaciones estériles por el desastre de la costumbre y lo sórdido de las rutinas inútiles, de las conductas para el aplauso interesado. Estos personajes, incluyendo al mismo autor, no están en su salsa en los sitios habituales, requieren de otros aires, otros ámbitos.
En sociedades desarticuladas, que arrastran siempre sus desmedidos y hondos desencuentros, no puede haber la tranquila vida común ni el contento habitual, nos dice el autor. Entonces queda la marginalidad, pero esa exclusión no es una huida a los engañosos consuelos del vicio, los acomodos del delito, las peregrinaciones de la derrota. Hay una frecuente búsqueda de la afirmación del propio ser, la búsqueda de una ardua autenticidad que puede tener sus errores, sus excesos. Pero que es a fin de cuentas la única manera de vivir que encuentran esos seres. Hay en ellos como una desesperación recóndita para alcanzar la otra orilla, empleando el talento en menesteres más importantes que todo el censo de ofertas establecidas que sólo sirven para confirmar un estado de cosas, para incrementar la comarca de esclavos, para seguir el camino de recetarios devorados por la ruina. Precisamente varias crónicas, como "Los malos nunca mueren", "El baile interminable", "ADN technicolor", "Gentita", son referencias a ese otro mundo petrificado, a las viejas formas del mal vivir. En esos trabajos el autor se ubica como un testigo que observa, que pasa revista como recorriendo los lugares y las conductas que no suscribirá ni frecuentará. El mundo está dividido entonces, simplistamente, entre los que son de allá y los otros, los raros, los extraños.
Esa marginalidad no es de un lugar o de un tiempo. Puede ocurrir en cualquier parte, en Iquitos, en Lima, en Miami. Puede ocurrir en el pasado o en el presente. De todos esos marginales o excluidos el símbolo mayor es, desde luego, el peregrino Ernesto Guevara la Serna, citado en la crónica "San Pablo / Revolución". El rebelde con causa todavía no era el mítico personaje que ahora es cuando realizó su viaje por los manglares acuáticos del bosque. Su presencia en San Pablo, su desbordante humanismo que no se detuvo ante el horror de la lepra, su don de gentes, dejaron una huella imperecedera en aquel lugar. Ese marginal legendario, que años después entregaría generosamente su vida en nombre de un ideal, estaba apenas de tránsito pero su paso nos dice que buscaba comprender cabalmente el mundo en que vivía. Es decir, era un marginal que no se apartaba de la existencia, ni buscaba un destino más fácil. En torno a Guevara se alinean los otros seres que también, en menor o mayor grado, adoptaron el destino de lo marginal. No tienen el brillo del guerrillero argentino, pero también buscan algo distinto, otro destino.
El otro centro del libro que comentamos es la constante cita al espacio abierto, el lugar despoblado de muros. En casi todas las crónicas hay una referencia a la calle de siempre, a la calle que va o que viene. En ese lugar del peregrinaje incontenible, del paso incesante, suma de tantas voces distintas, hay más que una referencia descriptiva, más que una simple ubicación física de tal o cual lugar. Hay como una obsesiva referencia a las variadas posibilidades que puede alcanzar el destino humano. Hay como una invitación al lector o lectora a recorrer la amplitud del espacio sin murallas, como una apertura a los senderos de lo marginal, de los excluidos que no es una condena, sino la búsqueda de una mejor vida.
El libro entonces es un recuento de seres de otro lugar, un censo de personajes que se han ido a otra parte. Es la referencia al otro lado de la luna, donde el éxito o el fracaso son espejismos. Lo importante es elegir la calle nuestra, el camino de cada uno, donde se acabe el servilismo a los poderes y las normas vacías, donde el individuo no sienta que es una víctima de los que se encumbran con el comercio de la estupidez, ni sienta que la existencia es un triste fracaso que acaba en el silencio del sepulcro.
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