18 noviembre 2007

EL POETA CHAMAN

Entre toda la ruma de responsabilidades y compromisos del buen salvaje con que la zoociedad nos trata de encandilar, recién he podido leer por completo Santuario de Peregrinos, el nuevo poemario de Percy Vílchez, que ayudé a presentar durante la reciente Semana del Libro de Tierra Nueva. Y aunque todos los retazos que pude ojear me auguraban disfrute en el empeño, siempre hay esos repelentes habladorcillos, mediocres gacetilleros, intrigantes de pacotilla que habían comentado negligentes apostillas de refilón contra el libro que, evidentemente, no habían leído. En verdad, lo que estos sabelotodos de un centímetro de profundidad y olor a naftalina evidenciaban era su infinita incapacidad para detectar la sabiduría del mejor exponente contemporáneo de las letras loretanas.

Percy Vílchez probablemente no capte del todo la enorme importancia que su literatura ha adquirido para nuestra historia. Desde aquél concierto a dos voces con Ana Varela, El sol despedazado, pasando por El andante de Yarinacocha, en el apogeo del grupo Urcututu, él fue el Poeta. Nunca un apelativo le calzó mejor: “Estoy enamorado de la manera de defender las huellas del ídolo en las desembocaduras/ Y me emociona el tener que cantarte aunque mi voz reviente.”





Nunca fue un mejor tiempo sin tiempo aquél en que se confirmó con El linaje de los orígenes (la historia desconocida de los Iquito), en la que fue dando sistemática forma a todos aquellos vientos indómitos que larvaron su paso por el monte, por el río, por la enorme cosmogonía de la selva inmemorial. Salvar a los primeros habitantes de este tiempo era la consigna. Y este esforzado ejercicio de convivencia con el pasado lo preparó para bucear, como un maestro salvaje, en la mitología amazónica, en la revelación de los marginales, de los derrotados, de los que se quedaron confinados a condición de monstruos (seres diferentes que no pueden ser reconocidos por el entendimiento o la inteligencia de los vencedores de la guerra), con uno de los mejores libros que he leído, Inquilinos de las sombras: “Entonces las raíces monstruosamente retorcidas, las lianas parecidas a serpientes, las figuras esculpidas en piedra y las ánimas enmascaradas se convirtieron en unos duendes parladores. Eran los dueños del pantano que se habían camuflado cuando escucharon los crujidos extraños para pasar a esa pesadilla de los inquilinos de las sombras que volvían cada cierto tiempo sagrado”.

Vílchez ha vuelto a la poesía, aunque tenga varios libros inéditos. Ha vuelto también a tener aquellos periodos de lucidez, en los cuales su talento e inteligencia atronadores no se dejan vencer por la tendenciosa autodestrucción de la que todos, alguna vez, nos hemos enredado, presas de su poder estelar. Pero Vílchez ha logrado, a través de la literatura, trascender aquellos tópicos comunes en los cuales canta a favor del ser humano del bosque, de los indígenas destruidos por la voracidad de los caucheros del XIX, de la contemplación del lenguaje de lo frondoso e indómito, de la escultura y arqueología de la historia (no siempre enaltecedora) de nuestro origen y, aún más, la primera divisa del mayor exponente de la poesía del ayahuasca, de la poesía escrita finalmente recopilada en textos y expuesta para el conocimiento y entendimiento de los racionales y occidentalizados que no conocen, por ejemplo, la Estación Kapitari, donde el Poeta deja fluir su absoluta lealtad a los demonios internos, a la esperanza de la sabiduría y la sanación a través del rito contrito, desaforado, beatífico de sus poderes alucinógenos y – dice él, con absoluta convicción – místicos.

Santuario de Peregrinos, libro mayor sin duda alguna, nace sobre la base de estos tópicos, y su misión es encaminar a la voz poética a aquella “tierra sin mal” que los cocama depositan en la frase Tukuya Iran. Y en la conciencia de esa idea primera, el Poeta va en torno a la búsqueda de la sabiduría chamánica popular en la urbe desaforada (“El santuario no tendrá lujo ni se pervertirá con alhajas condenadas, con ritos ingratos”). Y a su modo, encuentra la visión celestial de aquello que muchos, viviendo y sintiendo tantas veces su movilizadora esencia, no son capaces de descifrar: “Las sirenas en flor hermosearán sus patios y huertas, danzando / Las santas del boque prepararán el arroz y cantarán alabanzas al Señor / Oh mansión de los siglos, ciudad del cielo, lugar de las diosas del Ayahuasca, no tardes en levantarte sobre estos comercios”.

El Poeta chamán tomará por un semana la atención de todos aquellos medios que supieron de oídas, como en una cosa exótica de ultramar, de su existencia y presencia. El lugar previsto es la Feria del Libro Ricardo Palma de Miraflores. Será una gran oportunidad para saber y escuchar un poco más de quien mejor ha descrito la idea misma de la vida en nuestros fastos: Toda ciudad no es más que un destino personal y colectivo que busca el porvenir.

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