09 noviembre 2007

EL VALIENTE

Por Gino Ceccarelli

En 1974 mis padres se instalaron en Pucallpa, tres años después viajé a la capital (tenía yo diecisiete años) por varias razones. La primera: mi vocación de ser artista se había consolidado y quería postular a la Escuela de Bellas Artes de Lima. La segunda: mis "patas" pucallpinos empezaban a tener hijos, y otros se estaban casando. Eso no iba conmigo.

Ingresé a la Escuela y me pagaba mis estudios trabajando en un depósito de carretas ambulantes (existían por miles), en esa época dueñas del centro de Lima.

En vacaciones y casi todos los fines de mes viajaba a Pucallpa por carretera para visitar a mis padres y amigos. La mayor de las veces "tirando dedo", mi presupuesto era escaso. Cuando hacía esto, tomaba un ómnibus hasta la garita de control en Matucana y allí me contactaba con los interprovinciales que cobraban poco, pero se viajaba en el pasadizo del ómnibus. Otras veces en camiones (también cobraban alguito) y me podían acercar hasta Cerro de Pasco, Huánuco o Tingo María para tomar otro transporte hasta mi destino final, la polvorienta Pucallpa.



En uno de los tantos viajes logré llegar hasta Tingo María, se me había acabado el dinero y los camiones y omnibuses a Pucallpa querían que se les pague aunque sea un sol. Pasaron las horas y casi al anochecer un camionero aceptó llevarme gratis, con la condición de que vaya en la parte de atrás entre los bultos. Le agradecí, me instalé y empezó el viaje. Poco más de la medianoche el camión se detuvo, de pronto vi que el chofer subía a la parte de atrás con un enorme machete. Me aterroricé. El tipo, serrano alto y gordo, alargó la mano con el machete y me dijo: "Toma. Al primero que se suba a robar, le metes un machetazo!" Ante mi desconcierto me explicó que estábamos a punto de subir el cerro La Divisoria, lugar donde abundaban los ladrones que aprovechando la lentitud del camión cuando subía, se trepaban a la parte de atrás y tiraban las mercaderías, sacos, cajas y cuánto podían mientras otros iban recogiendo. "¿Tu crees que te traigo gratis, cojudo?" "Confío en ti, si me roban, pagarás las consecuencias" sentenció.

El camión arrancó y empezó el ascenso a La Divisoria. Yo tenía en la mano un machete de casi un metro, las piernas me temblaban, sudaba frío y sentía calambres en el estómago. Jamás en mi vida pensé en la posibilidad de meterle un machetazo a persona alguna. A lo único que atiné fue a hacerme un espacio entre los bultos y cajas, una especie de pozo en donde me metí y me tapé con todo lo que pude. Me escondí heroicamente.

Pasaron como tres horas de angustias y miedos. Felizmente esa noche no hubo ladrones. Estaba amaneciendo y cuando sentí que el camión no subía más y se detenía en la berma salí rápidamente de mi refugio, me paré en medio de los bultos y con el machete en ristre y en actitud desafiante miraba el horizonte. Parecía estatua de héroe. El camionero al verme se quedó admirado de mi gallarda actitud y me preguntó: "¿Hubo algún problema?".

"En realidad no -le dije -algunos quisieron subir, pero cuando los amenacé con el machete escaparon despavoridos".

"Es usted un joven valiente. Como usted, pocos", me dijo emocionado.

El resto del camino viajé en cabina y el fulano me invitó un desayuno como Dios manda. En Pucallpa nos emborrachamos y al final me obsequió una caja enorme de manzanas y un saco de choclos.

La valentía tiene precio.

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