24 febrero 2008

LE DECIAN EL PARAISO...


Una larga escena precede a este momento: un automóvil oscuro, un pequeño espacio para más de una docena de personas aparcado en un hotel tres estrellas de atención eficiente (podría ser cualquier alojamiento, en cualquier lugar de la ciudad, en cualquier espacio hogareño), los pasajeros suben, provistos de cámaras, de libros/periódicos de ayer/hoy, de mochilas sugerentes y algunos víveres bastante; loretanos, peruanos, extranjeros, mucho o poco dinero en el bolsillo, en camino hacia cualquier espacio alejado en la selva amazónica. El auto conduce por la avenida Quiñones, un domingo cualquiera, muy temprano, rumbo a la carretera, hacia Nauta. El paisaje es impresionante: es lo más bonito que tiene esta vía, dice alguien, probablemente sea lo más acertado de este diálogo matutino: la vía misma es de por sí impactante, pero lo que la rodea es aún mayor, casas que se suceden una tras otra, estaciones de gasolina, comunidades, escuelitas donde los niños asisten descalzos y una sonrisa saboteada por la falta de calcio, reservas naturales, botaderos desalojados, zoológicos miserables, perros locos que te persiguen, y la inmensidad de las colinas repletas de verde, celeste, lagunas y misterio. Cuando me muera tráiganme aquí, señala el más vivaz hacia el cementerio. Canta, con voz aguardentosa. El día que yo me muera, que me entierren en San Juan/ ninguna otra tierra yo quiero, quiero tierra de San Juan. La ruta lleva hacia Zaragoza, hacia Sapi Sapi, hacía la cantarina ciudad del abuelo. Nauta nos recibe con sus pasos y sus paseos, el olor caliente del pescado asado y la humeante sensación del café sobrante, los chicos que aún persiguen motos y microbuses y las jovencitas que aún te saludan con timidez e ingenuidad. El mercado es territorio para el pollo, la cocona, el plátano capirona. Subir al pequeño deslizador-colectivo que inicia a surcar el río, sigue lentamente, escuchando los primeros acordes de la naturaleza, los pájaros que cantan entre las nubes cargadas de ceniza, en medio del sol que te golpea la cabeza con su fulgor enceguecedor, y te va cercando, te obliga a recordar que también el agua es un vehículo de salvación. El guía, un hombre muy consciente de todo lo que dice es la pura verdad, indica que los gringos se maravillan de poder estar cerca de algo que nunca podrían tener allí donde viven. Ni con toda la plata del mundo puedes comprar una maravilla como esta, por eso lo quieren privatizar, le quieren poner precio y hacer que tenga dueño. El Amazonas no se vende, es la voz unísona que se escucha en la nave, el Amazonas nos saluda, tan increíblemente grande y tan inmenso, tan respetable que no dan ganas de navegarlo, solo podría mirarlo, horas enteras, una maravilla natural frente a tus ojos, y su encuentro confluyente, su nacimiento a costa de los rebeldes Ucayali y Marañón; dicen que nos van a hacer ganar como la primera maravilla, pero no sabemos qué está haciendo Iván para que lo hagamos, no hay mucha publicidad, falta más empuje, hay que dejarse de palabreos, hay que actuar, menos boca y más acción. Yo escucho, pero recuerdo las ideas de mi amiga directora regional de Turismo, de mi primo publicista, ninguna todavía en ejecución, y poco a poco hemos descendido en las preferencias del público de la votación, y poco a poco un diario de circulación nacional nos ha ido relegando de sus preferencia y un programa de televisión muy sintonizado no nos ha considerado dentro de su lista particular. Las palabras del presidente, encaminadas en su despacho, no se han aplicado aún, dos meses después, no necesitamos que alguien nos certifique que este río es una maravilla, pero hay que apoyar el turismo pues, las cosas que están haciendo la gente, hay que sentarse autoridades, empresarios y operadores y hacer un plan real y no pajazos mentales. Un mirador turístico nos ha cobrado cinco soles y no hay agua, la población alrededor sigue vendiendo pijuayos para sobrevivir, pijuayos deliciosos cinco-por-un-sol, un pelejo permanece amarrado a un baranda. Seguimos el trayecto, y se empieza a ver un espacio que acerca a la reserva Pacaya Samiria, y entonces el trayecto se convierte en impredecible, maravillosamente misterioso, y poco a poco las nubes se transforman en algodones cargados de masato, blanquísimos, y los árboles se tiñen con los colores más encendidos en los plumajes de los tucanes, loros, pihuichos, pumagarzas y de pronto nos encontramos mirando al flanco contrario, a una familia de bufeos colorados que zigzagueantes y aturdidos nos saludan/previenen. I never saw someone before. Un arco iris se divisa en el horizonte. Entonces se acerca este momento: atracar en un pequeño descampado, caminar entre espacios deshabitados, repletos de moscos y zancudos, troncos y lianas que te tocan el cuerpo y se divierten con tu repelente, descubrir una pequeña canoa frágil, en la cual todo parece moverse, débil con remos, pero potente como un roble y, poco a poco, la sensación de ir entrando a un terreno desconocido, fulgurante, calmado, en el cual todo está detenido en el tiempo, la cocha que reposa entre aguas oscuras donde se refleja el sol, y este momento que te emociona porque de pronto, cientos, miles de hojas, miles de gramalotes, miles de victorias regias, millones de arbustos conforman una alfombra potentemente verdosa por donde la nave va, se dirige tranquila hacia un lugar que empieza a parecerse más y más a aquél sitio que llaman con cierta truculencia El Edén. Y es un descubrimiento tardío, pero emocionante, porque ves los peces en el agua que te persiguen, y sientes que puedes caminar sobre ese césped que Dios se olvidó de recoger en la construcción del Reino. Carajo, puedo caminar sobre el agua. Y sí, es verdad, y entonces, como en una visión, la trocha te descubre el sabor de la libertad y la admiración en medio de una de las lagunas más hermosas de la creación (un prado acuático/terrestre), sobre la cual se yergue un enorme tambo y en medio de él, el aroma de pollo asado y salsa con ají charapita.

En unos momentos más iba a desatarse un diluvio pletórico de truenos y relámpagos. Felizmente, el prematuro camino de regreso a Iquitos es muy largo…

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