06 febrero 2007

“NOSOTROS TAMBIÉN SOMOS PERUANOS, SEÑOR...” (Sobre Yuyanapaq y la CVR)

La amable señorita vigía me entrega un folleto y agradece mi visita a este orbe paralelo ubicado en el sexto piso del Museo de la Nación de San Borja. Yo apenas le devuelvo el gesto. Consternado, siento que un nudo en la garganta se aferra a mi garganta. La exposición “Yuyanapaq”, que se presenta estos días en el museo, se cierra justo en el momento (5.30 p.m.) en que a lo lejos, allá en el horizonte, el primer aviso de la noche empieza a formarse invariablemente. Yo aún estoy impactado.

En lengua quechua, Yuyanapaq significa “para recordar”. A más de tres años de publicado el Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, su nueva instalación, en un austero y solemne pabellón, constituye el recuento gráfico-audiovisual más certero y descarnado de la violencia interna suscitada en el Perú entre los años 1980 y 2000. Sus más de 250 imágenes, testimonios y rememoraciones son una cachetada al olvido, un desaire a la apatía y una condena moral a la ignorancia. Allí están, en 24 salas en las que se exhibe, sin patetismo pero tampoco sin regodeos morbosos, la tragedia más sangrienta de nuestra historia republicana, como una suerte de oráculo inverso que nos aviene no sobre el futuro, sino sobre un pasado que sucedió hace muy poco y que - ¡oh, país de frágil memoria! – empezamos a percibir distante, ajeno e incluso insignificante.

Sin embargo, como en un impecable túnel del tiempo, “Yuyanapaq” nos retorna a la verdad, esa que tanto temen Rafael Rey y los golpistas mentales del fujimorismo, esa que incomoda a los tiburones de la banca y los evasores de impuestos que integran directorios y gerencias, esa que provoca una interjección altisonante de parte del cardenal Cipriani y esa que condena bajo la almohada nocturna a Giampietri, el cachaco bravucón que el APRA hizo vicepresidente, seguro por eso de la fraternidad bufalesca, con la complaciente anuencia de un Alan García cada vez más sedado en su intoxicación neoderechista.

Y en medio de esa elipsis de la cronología que desnuda nuestros más graves problemas y taras estructurales, repetidos incesantemente en lugares como las fuerzas armadas, los clubes nocturnos o la playa Asia (racismo, discriminación, violencia física y verbal, incapacidad de entender al otro), los reaccionarios conservadores, sombríos pinochetistas de espíritu chillan frente a una realidad que les revienta en la cara y defienden sus fechorías o aúpan a sus ahijados bajo el manto de la impunidad, mientras difaman, mienten, cazan fantasmas imaginarios (“rojos” “pro-terrucos” “caviares”). En realidad, les da igual si la tragedia le pasó a un policía de Andahuaylas, a un comunero de Occros, a un cocalero de Tocache o a una señora de la calle Tarata. No les importa si fue el grupo Colina o un error de cálculo; para ellos es igual que se maten a 100 ó 200 inocentes si ahí se encuentran, escondidos, 3 terroristas. Es decir, la barbarie combatida con más barbarie. Y el poder para los que creen que el Perú aún sigue siendo su criadero de sirvientes.

No soy izquierdista (tampoco pretendo, a esta edad, convertirme al credo), pero siento que la derecha caníbal se equivoca profundamente y de forma adrede en cuanto a la Comisión de la Verdad, al monumento “El Ojo que Llora” (símbolo artístico de conciencia social) y más aún frente a la negación de hechos que sí sucedieron y afectaron a tantos peruanos (civiles y militares), que hubo demencia terrorista descomunal y condenable por un lado, pero también excesos del Estado por el otro, sobre todo con los más humildes, esos que claman por un nombre, por una mención antes que se cierre el libro de la historia y su tragedia no sea más que olvido. “Yuyanapaq”, en fin, es una expiación desgarrada y solemne y una invitación a la justicia, a la reconciliación y al recuerdo de que, más allá, incluso en sitios cuyos nombres nos es difícil recordar, existen seres humanos víctimas de nuestra indiferencia y de una guerra interminable que, a pesar de su triunfo militar, dista mucho de acabarse. Ellos también son peruanos, señor; peruanos...

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