Ya resulta una verdad de Perogrullo señalar que la Amazonía atraviesa por una inmejorable posición respecto de la atención del mundo. Tanta importancia coyuntural puede calificarse como un auténtico boom, tal como aquellas fiebres del pasado que arreciaron con su promesa del paraíso, pero al final resultaron un saqueo y depredación de materias primas, con su consecuente acto colectivo de despilfarro y fugaz bonanza.
Pero, a pesar de las lecciones que siempre inflinge la historia sobre nosotros, la frágil memoria y la casi endémica incapacidad de las autoridades y los intelectuales para pensar proyectos de largo alcance regional mantienen en una situación eterno reposo la aplicación y aprovechamiento de herramientas que tiendan al progreso. El pueblo sigue sedado en su pobreza, persisten la ausencia de metas, mientras la clase política se aprovecha de aquello para mantenerlo en la ignorancia, conservado en el formol de la inacción.
Mario Vargas Llosa ha puesto el dedo en la llaga sobre nuestra reiterativa incapacidad para generar propuestas de largo plazo que tengan provecho propio. A propósito de su reciente visita loretana, luego de 17 años de ausencia, señaló haber encontrado un “lugar virginal, absolutamente fantástico y un potencial extraordinario”, en el paisaje. Sorprendido con el “producto turístico” iquiteño, y que ahora se puede viajar por el río Amazonas con comodidades extraordinarias, indicó algo que no deja de ser verdad: la falta de curiosidad de los peruanos por conocer más esto. En otras palabras, la impresionante capacidad turística, ecológica y la cosmovisión amazónica se perfilan como un impresionante despliegue de alternativas para ser disfrutadas y, de paso, generar divisas para la región.
Pero lo que nuestro admirado escritor no apuntaló es que mientras la cultura y la naturaleza se encuentran ahí afuera, esperando quienes tengan los sesos más o menos desarrollados, que existan autoridades que piensen un poco menos en su mediocridad y más en su país, que se concreticen planes de largo plazo con el apoyo de dirigentes y líderes de opinión que no sean simples chantajistas o tontos útiles, la realidad es absurdo y a veces roza la chambonería y la simplonada cuando se intenta trabajar con cierto detalle.
Si alguien cree que tendremos un despliegue turístico fenomenal porque simplemente se nos ocurre, por ejemplo, lanzar un híbrido desconocido como el Carnaval Amazónico en un hotel cinco estrellas limeño (y no se sabe absolutamente qué provechos generarán para nuestra imagen), mientras creemos que nuestra embajadora cultural debe llamarse Claudia Portocarrero (que no pasa de ser tan sólo una rica hembrita), mientras sólo damos 28 mil soles anuales a la subgerencia de cultura para actividades de este tipo; si creemos que el turismo consiste en entregar folletitos en el local de PromPerú, mientras dejamos que nuestra región se pierda como atractivo porque no somos capaces de tomar el toro por las astas y apoyamos iniciativas privadas o independientes, mientras la cultura siga siendo la última rueda del coche (cuando debería ser exactamente al revés), mientras gente como los turistas extranjeros que acompañaron en su viaje a Vargas Llosa reconozcan mejor lo que nosotros somos incapaces o ciegos para ver, mientras el porvenir loretano siga durmiendo en despachos de gente no idónea para su ejecución, es altamente probable que -una vez más - el tren de la historia nos vaya pasar de largo, arrollándonos en su trayecto.
Pero, a pesar de las lecciones que siempre inflinge la historia sobre nosotros, la frágil memoria y la casi endémica incapacidad de las autoridades y los intelectuales para pensar proyectos de largo alcance regional mantienen en una situación eterno reposo la aplicación y aprovechamiento de herramientas que tiendan al progreso. El pueblo sigue sedado en su pobreza, persisten la ausencia de metas, mientras la clase política se aprovecha de aquello para mantenerlo en la ignorancia, conservado en el formol de la inacción.
Mario Vargas Llosa ha puesto el dedo en la llaga sobre nuestra reiterativa incapacidad para generar propuestas de largo plazo que tengan provecho propio. A propósito de su reciente visita loretana, luego de 17 años de ausencia, señaló haber encontrado un “lugar virginal, absolutamente fantástico y un potencial extraordinario”, en el paisaje. Sorprendido con el “producto turístico” iquiteño, y que ahora se puede viajar por el río Amazonas con comodidades extraordinarias, indicó algo que no deja de ser verdad: la falta de curiosidad de los peruanos por conocer más esto. En otras palabras, la impresionante capacidad turística, ecológica y la cosmovisión amazónica se perfilan como un impresionante despliegue de alternativas para ser disfrutadas y, de paso, generar divisas para la región.
Pero lo que nuestro admirado escritor no apuntaló es que mientras la cultura y la naturaleza se encuentran ahí afuera, esperando quienes tengan los sesos más o menos desarrollados, que existan autoridades que piensen un poco menos en su mediocridad y más en su país, que se concreticen planes de largo plazo con el apoyo de dirigentes y líderes de opinión que no sean simples chantajistas o tontos útiles, la realidad es absurdo y a veces roza la chambonería y la simplonada cuando se intenta trabajar con cierto detalle.
Si alguien cree que tendremos un despliegue turístico fenomenal porque simplemente se nos ocurre, por ejemplo, lanzar un híbrido desconocido como el Carnaval Amazónico en un hotel cinco estrellas limeño (y no se sabe absolutamente qué provechos generarán para nuestra imagen), mientras creemos que nuestra embajadora cultural debe llamarse Claudia Portocarrero (que no pasa de ser tan sólo una rica hembrita), mientras sólo damos 28 mil soles anuales a la subgerencia de cultura para actividades de este tipo; si creemos que el turismo consiste en entregar folletitos en el local de PromPerú, mientras dejamos que nuestra región se pierda como atractivo porque no somos capaces de tomar el toro por las astas y apoyamos iniciativas privadas o independientes, mientras la cultura siga siendo la última rueda del coche (cuando debería ser exactamente al revés), mientras gente como los turistas extranjeros que acompañaron en su viaje a Vargas Llosa reconozcan mejor lo que nosotros somos incapaces o ciegos para ver, mientras el porvenir loretano siga durmiendo en despachos de gente no idónea para su ejecución, es altamente probable que -una vez más - el tren de la historia nos vaya pasar de largo, arrollándonos en su trayecto.
Ante ello ya no servirán excusas, sino simplemente debería caer la maldición por seguir persistiendo en la necedad de no poder y no querer ver más allá de lo que nuestras posibilidades intelectuales lo permiten. Ahí ya es un grave problema estructural que sólo quienes están imbuidos en el tema - todos en general - serán capaces de solucionar antes que todo se caiga a pedazos y sigamos en la más absoluta orfandad al lado de nuestra cosmovisión, actualmente banco de oro con sabor a ceniza por culpa de la inacción.
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