Escribe: Gino Ceccarelli
Desde niña todos la llamábamos “Shantuca”. Sandra era muy bonita, alegre y tenía un cuerpo escultural que rápidamente llamó la atención de todo el barrio y provocó, muy a pesar de ella misma, ciertos apetitos amorosos y carnales.
Sonreía pícaramente y partía a la carrera cada vez que alguien le lanzaba piropos. Jugaba con los muchachos y las chicas desde la mañana hasta la noche. Le gustaba ponerse un pantaloncito corto de color rojo lo que hacía mucho más llamativo su cuerpo y sus bien torneadas piernas.
Su belleza no tardó en hacerse popular y muchos jóvenes (también algunos viejos con auto) venían de otros barrios para verla y tratar de conquistarla. Ella conversaba con todos, pero de igual manera rechazaba a todos los pretendientes. Tuvo todo tipo de insinuaciones, desde colegiales que le proponían ser su enamorado, algunos que le hacían propuestas de viajes, otros se mandaban con proposiciones indecentes y bastante vulgares, y los mayorcitos le planteaban incluso matrimonio. Sandra no aceptaba nada ni a nadie, lo único que quería era jugar.
De repente comenzó a pasarse la voz de que había salido con fulano, que la habían visto por Morona Cocha con sutano y que se veía a escondidas con mengano. Algunos muchachos contaban de sus virtudes como besadora y otros más osados describían su talento en la cama. Muy pronto la gente del barrio empezó a mirarla de reojo, algunas vecinas ya no le saludaban, varias de sus amigas la rechazaban y el apetito y la curiosidad de los hombres por salir con ella y “comprobar” sus virtudes amatorias se fue acrecentando.
Su fama de “pishcota” rebasó los límites del barrio y poco a poco comenzaron a señalarla como mujer fácil e insaciable. Esta fama llegó hasta el colegio y el chisme de que era una “jugadora” se propaló como reguero de pólvora hasta que un día la directora citó a la mamá de Sandrita para advertirle de los desvaríos y “deseos incontrolables” de su hija que le estaba dando una mala reputación al colegio.
A Sandra no le importaba ni hacía caso de los chismes que se inventaban sobre ella. Seguía sonriendo a todos, jugando sola y corriendo despreocupada. Un día, uno de los jóvenes del barrio que le había propuesto tener relaciones y que fue rechazado con risas por parte de Sandrita, en su despecho contó a todos que se la había “tirado” y le cobró cuarenta soles.
A la mañana siguiente en la fachada de su casa aparecieron pintas que decían: “Shantuca, la putilla del barrio” y “perrita rica”. Esa misma tarde la mamá contrató pintores para borrar las pintas. Todo el barrio salió a la calle para ver como cubrían de colores la fachada y se burlaban escandalosamente. Algunas vecinas insultaron a la mamá acusándola de no saber criar hijas y hasta le dijeron que si su hija era así era porque seguramente la madre daba el ejemplo.
El papá de Sandrita era un comerciante que pasaba la mayor parte de su tiempo en Yurimaguas y en una de sus venidas se enteró de la fama de su hija y le metió una paliza feroz que le dejó las piernas marcadas, y si no la botó a la calle fue gracias a las súplicas de la madre.
Nunca nadie le había visto salir con ningún hombre, ni siquiera a la salida del colegio se dejaba acompañar ni tampoco subía a las motos o carros de los shereteros que la acosaban porque se habían enterado de su reputación de viciosa. Aun así su fama de pishcotilla se fue acrecentando al punto que en el barrio nadie quería jugar ni conversar con ella. Todo lo que recibía era insultos y besos volados acompañados de frases soeces. Hasta los niños le lanzaban piropos vulgares y le huicapeaban con lo que sea.
A pesar de que los fines de semana no salía a la calle, un día corrieron la voz de que el último domingo la habían visto en una playa en el río Nanay con tres hombres a la vez. Todos sabían que Sandrita no salía, pero aun así prefirieron creer que era a ella a la que vieron en la playa en una orgía. Tantas cosas inventaron que incluso alguien dijo que en su cuarto tenía imágenes del diablo y hacía ritos satánicos.
La situación se volvió realmente insoportable. A su mamá no le quedó otra cosa que vender la casa y mudarse a Lima donde unos parientes. Simplemente ya no podían vivir en el barrio ni en Iquitos.
El barrio se quedó frustrado. Ya no tenían de quien chismear ni rajar.
A los pocos meses empezaron a comentar que en la otra cuadra había una chica que era secretaria, que vivía sola y que en la madrugada hacía entrar hombres a su casa. El barrio entero había encontrado un nuevo entretenimiento.
Han pasado muchos años, pero aun recuerdo esto con mucha pena y vergüenza.
Desde niña todos la llamábamos “Shantuca”. Sandra era muy bonita, alegre y tenía un cuerpo escultural que rápidamente llamó la atención de todo el barrio y provocó, muy a pesar de ella misma, ciertos apetitos amorosos y carnales.
Sonreía pícaramente y partía a la carrera cada vez que alguien le lanzaba piropos. Jugaba con los muchachos y las chicas desde la mañana hasta la noche. Le gustaba ponerse un pantaloncito corto de color rojo lo que hacía mucho más llamativo su cuerpo y sus bien torneadas piernas.
Su belleza no tardó en hacerse popular y muchos jóvenes (también algunos viejos con auto) venían de otros barrios para verla y tratar de conquistarla. Ella conversaba con todos, pero de igual manera rechazaba a todos los pretendientes. Tuvo todo tipo de insinuaciones, desde colegiales que le proponían ser su enamorado, algunos que le hacían propuestas de viajes, otros se mandaban con proposiciones indecentes y bastante vulgares, y los mayorcitos le planteaban incluso matrimonio. Sandra no aceptaba nada ni a nadie, lo único que quería era jugar.
De repente comenzó a pasarse la voz de que había salido con fulano, que la habían visto por Morona Cocha con sutano y que se veía a escondidas con mengano. Algunos muchachos contaban de sus virtudes como besadora y otros más osados describían su talento en la cama. Muy pronto la gente del barrio empezó a mirarla de reojo, algunas vecinas ya no le saludaban, varias de sus amigas la rechazaban y el apetito y la curiosidad de los hombres por salir con ella y “comprobar” sus virtudes amatorias se fue acrecentando.
Su fama de “pishcota” rebasó los límites del barrio y poco a poco comenzaron a señalarla como mujer fácil e insaciable. Esta fama llegó hasta el colegio y el chisme de que era una “jugadora” se propaló como reguero de pólvora hasta que un día la directora citó a la mamá de Sandrita para advertirle de los desvaríos y “deseos incontrolables” de su hija que le estaba dando una mala reputación al colegio.
A Sandra no le importaba ni hacía caso de los chismes que se inventaban sobre ella. Seguía sonriendo a todos, jugando sola y corriendo despreocupada. Un día, uno de los jóvenes del barrio que le había propuesto tener relaciones y que fue rechazado con risas por parte de Sandrita, en su despecho contó a todos que se la había “tirado” y le cobró cuarenta soles.
A la mañana siguiente en la fachada de su casa aparecieron pintas que decían: “Shantuca, la putilla del barrio” y “perrita rica”. Esa misma tarde la mamá contrató pintores para borrar las pintas. Todo el barrio salió a la calle para ver como cubrían de colores la fachada y se burlaban escandalosamente. Algunas vecinas insultaron a la mamá acusándola de no saber criar hijas y hasta le dijeron que si su hija era así era porque seguramente la madre daba el ejemplo.
El papá de Sandrita era un comerciante que pasaba la mayor parte de su tiempo en Yurimaguas y en una de sus venidas se enteró de la fama de su hija y le metió una paliza feroz que le dejó las piernas marcadas, y si no la botó a la calle fue gracias a las súplicas de la madre.
Nunca nadie le había visto salir con ningún hombre, ni siquiera a la salida del colegio se dejaba acompañar ni tampoco subía a las motos o carros de los shereteros que la acosaban porque se habían enterado de su reputación de viciosa. Aun así su fama de pishcotilla se fue acrecentando al punto que en el barrio nadie quería jugar ni conversar con ella. Todo lo que recibía era insultos y besos volados acompañados de frases soeces. Hasta los niños le lanzaban piropos vulgares y le huicapeaban con lo que sea.
A pesar de que los fines de semana no salía a la calle, un día corrieron la voz de que el último domingo la habían visto en una playa en el río Nanay con tres hombres a la vez. Todos sabían que Sandrita no salía, pero aun así prefirieron creer que era a ella a la que vieron en la playa en una orgía. Tantas cosas inventaron que incluso alguien dijo que en su cuarto tenía imágenes del diablo y hacía ritos satánicos.
La situación se volvió realmente insoportable. A su mamá no le quedó otra cosa que vender la casa y mudarse a Lima donde unos parientes. Simplemente ya no podían vivir en el barrio ni en Iquitos.
El barrio se quedó frustrado. Ya no tenían de quien chismear ni rajar.
A los pocos meses empezaron a comentar que en la otra cuadra había una chica que era secretaria, que vivía sola y que en la madrugada hacía entrar hombres a su casa. El barrio entero había encontrado un nuevo entretenimiento.
Han pasado muchos años, pero aun recuerdo esto con mucha pena y vergüenza.
1 comentario:
La siempre recordada idiosincracia loretana, en mi barrio ocurrió algo parecido, siempre la chismosa del barrio a la cabeza de todo... No sabía que Gino Ceccarelli también escribia, y me da gusto encontrar un blog con noticias de mi tierra. Saludos desde la capital
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