Escribe: Doris Moromisato
Cuajado de dudas, don Francisco de Orellana cruzó el inmenso mar. /
Las constelaciones lo guiaron a través de la/ Larga Noche.
Remontando el olor salobre de la azul/ distancia
palpó las costas de nuestras tierras con/ sumo cuidado
como saboreando una dulce naranja, recién/ abierta.
Sobre el lomo de su bestia tramontó las/ altas montañas
y al descender el último peldaño
continuó cabalgando frágiles canoas
hasta ser devorado por su inexorable destino.
Absorto, descubrió la lluvia convertirse en interminable lodo
lepidópteros y guacamayos imitando carnavales
lagartos devorándolos y serpientes enroscadas a las ramas
como en el Libro de las Sagradas Escrituras que leyó desde muy niño
Pero la creación del mundo no cesaba allí,
de la frondosa planicie de los árboles
se abría como una inmensa herida
un tajo dulce y caliente de agua.
¿Qué mar es éste dentro de este verde mar
que rodea mis espaldas?, preguntó Orellana.
¿A dónde ha de conducirme si remonto sus tibias aguas?
Nadie respondió, pues los mapas aún se hallaban inconclusos y sólo él
hallaría la respuesta si surcaba, espada en mano,
la corriente inédita y obscura...
Lo veo venir, desde muy lejos, barbado y sucio
lleno de sudor y picado de innumerables insectos,
con la oca abierta incapaz de comprender tanta belleza
tanta vastedad poblada de orquídeas y otorongos
de camungos y sajinos conviviendo juntos
como en los primeros días de la creación.
Lo escucho aullar de dolor bajo el peso de una inmensa boa
ahuyentando con sus gritos a los manatíes que lo observan azorados
temblar bajo la tormenta cuando la balsa inclina peligrosamente su proa.
Lo presiento herido, curando con saliva las llagas de su cuerpo;
lleno de deseo y maldiciendo al cielo, cuando por entre los árboles
atisba a las guerreras lavar sus fieros cuerpos con el agua de la lluvia
y ellas
sólo buscan su rojo corazón para depositar el veneno de sus flechas.
Lo veo dormir bajo luna llena, despierto detrás de su ojo cerrado
espantando a los zancudos que lastiman su piel mediterránea
(herético, soñando ser Dios cubierto de luciérnagas y malezas).
Lo imagino levantarse a medianoche a refrescar su frente
empapado e insomne, intentando apagar la fiebre y la locura
a la que he encomendado su vida este insoportable descubrimiento...
Lo veo frente a mí, varios siglos después
convertido en frío mármol, desafiándome
mientras saboreo un helado de limón y espero
que de ese mismo río tú vuelvas a mí
surcando mi infinita tristeza
verde
con la ropa cubierta de luna.
Doris Moromisato (1962) es una las más representativas poetas de la nueva generaciòn femenina peruana, autora de libros mayores como Morada donde la luna perdió su palidez (Lima: Cuarto Lima Editores, 1988), Chambala era un camino (Lima: NoEvas Editoras, 1999) y Diario de la mujer es ponja (Lima: Ediciones Flora Tristán, 2004).
Cuajado de dudas, don Francisco de Orellana cruzó el inmenso mar. /
Las constelaciones lo guiaron a través de la/ Larga Noche.
Remontando el olor salobre de la azul/ distancia
palpó las costas de nuestras tierras con/ sumo cuidado
como saboreando una dulce naranja, recién/ abierta.
Sobre el lomo de su bestia tramontó las/ altas montañas
y al descender el último peldaño
continuó cabalgando frágiles canoas
hasta ser devorado por su inexorable destino.
Absorto, descubrió la lluvia convertirse en interminable lodo
lepidópteros y guacamayos imitando carnavales
lagartos devorándolos y serpientes enroscadas a las ramas
como en el Libro de las Sagradas Escrituras que leyó desde muy niño
Pero la creación del mundo no cesaba allí,
de la frondosa planicie de los árboles
se abría como una inmensa herida
un tajo dulce y caliente de agua.
¿Qué mar es éste dentro de este verde mar
que rodea mis espaldas?, preguntó Orellana.
¿A dónde ha de conducirme si remonto sus tibias aguas?
Nadie respondió, pues los mapas aún se hallaban inconclusos y sólo él
hallaría la respuesta si surcaba, espada en mano,
la corriente inédita y obscura...
Lo veo venir, desde muy lejos, barbado y sucio
lleno de sudor y picado de innumerables insectos,
con la oca abierta incapaz de comprender tanta belleza
tanta vastedad poblada de orquídeas y otorongos
de camungos y sajinos conviviendo juntos
como en los primeros días de la creación.
Lo escucho aullar de dolor bajo el peso de una inmensa boa
ahuyentando con sus gritos a los manatíes que lo observan azorados
temblar bajo la tormenta cuando la balsa inclina peligrosamente su proa.
Lo presiento herido, curando con saliva las llagas de su cuerpo;
lleno de deseo y maldiciendo al cielo, cuando por entre los árboles
atisba a las guerreras lavar sus fieros cuerpos con el agua de la lluvia
y ellas
sólo buscan su rojo corazón para depositar el veneno de sus flechas.
Lo veo dormir bajo luna llena, despierto detrás de su ojo cerrado
espantando a los zancudos que lastiman su piel mediterránea
(herético, soñando ser Dios cubierto de luciérnagas y malezas).
Lo imagino levantarse a medianoche a refrescar su frente
empapado e insomne, intentando apagar la fiebre y la locura
a la que he encomendado su vida este insoportable descubrimiento...
Lo veo frente a mí, varios siglos después
convertido en frío mármol, desafiándome
mientras saboreo un helado de limón y espero
que de ese mismo río tú vuelvas a mí
surcando mi infinita tristeza
verde
con la ropa cubierta de luna.
Doris Moromisato (1962) es una las más representativas poetas de la nueva generaciòn femenina peruana, autora de libros mayores como Morada donde la luna perdió su palidez (Lima: Cuarto Lima Editores, 1988), Chambala era un camino (Lima: NoEvas Editoras, 1999) y Diario de la mujer es ponja (Lima: Ediciones Flora Tristán, 2004).
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