Yo no sé lo que es el destino,
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
Yo me muero como viví.
(Silvio Rodríguez, El Necio)
Afortunadamente, con el paso del tiempo, he ido perdiendo el sentido del patetismo y la grandilocuencia (tan caros a la peor tradición periodística y literaria locales), que en el fondo son burdas formas de enmascarar la carencia de ideas y argumentos en nombre del vacuo fuego artificial. Creo, además, como en el verso de Eduardo Chirinos, que la muerte es un asunto que no nos debería importar. Sin embargo, cuando el destino afecta categóricamente a alguien tan cercano e importante, la razón queda desnuda ante el crudo esplendor de la realidad.
En la madrugada del miércoles, víctima de un paro respiratorio producto de una neumonía agresiva, Igor Panduro Urrelo, 28, dio un inesperado adiós a este mundo que lo albergaba de modo tan particular. Todos quienes lo conocíamos y apreciábamos aún sentimos impotencia por tan estruendosa como repentina pérdida. Y además, porque creemos sin ninguna duda que se ha ido un tipo apasionado, un mejor amigo y una promesa de la joven cultura loretana que, estoy seguro, aún espera su hora de saldar cuentas con la historia.
Era un tipo incansable y muy entusiasta cuando le tocaban las fibras más sensibles de sus emociones. Músico, teatrero, cronista, escritor, docente, en cada uno de estas artes había logrado tener una particularidad que lo convertía en extraordinario. Adoraba a Joe Satriani, a Stevie Ray Vaughan, a Silvio. Debido a su conocida afición por las cuerdas, y por el rock clásico, sus patas músicos lo habían bautizado con el alucinante sobrenombre de Aigor Guitar. Había ganado más de una vez concursos sobre tablas. Recuerdo una muestra universitaria de teatro del 2004 donde no le permitieron inscribirse (debido a la típica mediocridad de siempre) y en el cual se presentó fuera de competencia con una obra tan extraña y bizarra llamada “Blancura”, que recibió atronadores aplausos del público y fue el ganador moral de dicho evento.
Lo que apasionaba en esta última etapa a su inspiración era la literatura. Era un lector voraz de toda la posible literatura que tuviera a la mano. Siempre lo escuchaba nombrar a sus modelos Cortázar, Borges, Rulfo, Joyce, García Lorca. Gracias a nuestra amistad pudimos publicar un relato en el semanario Kanatari en el año 2003, titulado “Romance de Luna”, parte del conjunto de cuentos Fulana de Tal, que Tierra Nueva evaluaba acomodar dentro de la colección Karatxama y que, con mayor razón debería sacar lo más pronto posible a la luz (y la revista Katenere dar un espacio importante en su próximo número).
Con Igor fuimos cómplices intelectuales de algunas cosas. Formamos, junto a la actriz Hellen Hemeryth, el colectivo Cinépata (Percy Vílchez nos llamaba los “Patacalas”) que presentó algunas muestras de cine de calidad en los Festivales del Libro y en ciudades de la periferia como Nauta. A veces, nos reuníamos con amigos del calibre del poeta darkie Coco Mesía o el escritor Marco Panduro y hablábamos de todo lo posible, casi siempre maldiciendo nuestra pésima realidad cultural, pero, al fin y al cabo – locos irredentos – aún con esperanzas de que todo cambiara. Igor en ese sentido era un teórico incesante del cambio, un optimista, un candoroso panfletario de la ilusión.
Cultivamos siempre la sinceridad por encima de cualquier cosa. Éramos nuestros críticos más despiadados. Gracias a él, aún no había decidido enviar a la editorial mi novela inédita y aún sigo trabajando en ella. La idea era que si puedes trabajar como Vargas Llosa, no seas tan haragán como para trabajar como algún “telúrico” charapa, aunque fracasáramos en el intento. Era mi lector habitual e iba a ser el encargado de realizar el prólogo de dicha expiación. Creo que era una deuda pendiente con quien yo consideraba uno de los representantes más genuinos y valiosos de nuestra desconcertante generación literaria.
Esta vida a veces sucede tan rápido que es como si no existiera. Dejo este testimonio porque apreciaba a Igor, porque apreciaba a su familia, porque apreciaba a su eterna novia Claudia. Y porque, aunque habíamos hablado por fono dos días antes, no estuve cerca al momento de que mi mejor amigo se despidió sin pedir permiso - como el necio de Silvio - de este mundo de tanta indefinición y mierda. La última vez que nos vimos, hace 8 meses, me obsequió una edición histórica de Hueso Húmero, cuyo tema central era “Por qué no vivo en el Perú”. Ahora, robo una frase de Hugo Neira para retratar mi vocación por el autoexilio y mi ligazón eterna con el Aigor Guitar ausente, pero siempre presente: “Hijo tardío de la Ilustración, vitalista desesperado, para acceder al Biblioteca de Babel que confundo como Borges con el Paraíso, he renunciado por un tiempo a los landós de las mulatas. Hay tardes como ésta, en que eso me pesa, me pesa...”
caminando fui lo que fui.
Allá Dios, que será divino.
Yo me muero como viví.
(Silvio Rodríguez, El Necio)
Afortunadamente, con el paso del tiempo, he ido perdiendo el sentido del patetismo y la grandilocuencia (tan caros a la peor tradición periodística y literaria locales), que en el fondo son burdas formas de enmascarar la carencia de ideas y argumentos en nombre del vacuo fuego artificial. Creo, además, como en el verso de Eduardo Chirinos, que la muerte es un asunto que no nos debería importar. Sin embargo, cuando el destino afecta categóricamente a alguien tan cercano e importante, la razón queda desnuda ante el crudo esplendor de la realidad.
En la madrugada del miércoles, víctima de un paro respiratorio producto de una neumonía agresiva, Igor Panduro Urrelo, 28, dio un inesperado adiós a este mundo que lo albergaba de modo tan particular. Todos quienes lo conocíamos y apreciábamos aún sentimos impotencia por tan estruendosa como repentina pérdida. Y además, porque creemos sin ninguna duda que se ha ido un tipo apasionado, un mejor amigo y una promesa de la joven cultura loretana que, estoy seguro, aún espera su hora de saldar cuentas con la historia.
Era un tipo incansable y muy entusiasta cuando le tocaban las fibras más sensibles de sus emociones. Músico, teatrero, cronista, escritor, docente, en cada uno de estas artes había logrado tener una particularidad que lo convertía en extraordinario. Adoraba a Joe Satriani, a Stevie Ray Vaughan, a Silvio. Debido a su conocida afición por las cuerdas, y por el rock clásico, sus patas músicos lo habían bautizado con el alucinante sobrenombre de Aigor Guitar. Había ganado más de una vez concursos sobre tablas. Recuerdo una muestra universitaria de teatro del 2004 donde no le permitieron inscribirse (debido a la típica mediocridad de siempre) y en el cual se presentó fuera de competencia con una obra tan extraña y bizarra llamada “Blancura”, que recibió atronadores aplausos del público y fue el ganador moral de dicho evento.
Lo que apasionaba en esta última etapa a su inspiración era la literatura. Era un lector voraz de toda la posible literatura que tuviera a la mano. Siempre lo escuchaba nombrar a sus modelos Cortázar, Borges, Rulfo, Joyce, García Lorca. Gracias a nuestra amistad pudimos publicar un relato en el semanario Kanatari en el año 2003, titulado “Romance de Luna”, parte del conjunto de cuentos Fulana de Tal, que Tierra Nueva evaluaba acomodar dentro de la colección Karatxama y que, con mayor razón debería sacar lo más pronto posible a la luz (y la revista Katenere dar un espacio importante en su próximo número).
Con Igor fuimos cómplices intelectuales de algunas cosas. Formamos, junto a la actriz Hellen Hemeryth, el colectivo Cinépata (Percy Vílchez nos llamaba los “Patacalas”) que presentó algunas muestras de cine de calidad en los Festivales del Libro y en ciudades de la periferia como Nauta. A veces, nos reuníamos con amigos del calibre del poeta darkie Coco Mesía o el escritor Marco Panduro y hablábamos de todo lo posible, casi siempre maldiciendo nuestra pésima realidad cultural, pero, al fin y al cabo – locos irredentos – aún con esperanzas de que todo cambiara. Igor en ese sentido era un teórico incesante del cambio, un optimista, un candoroso panfletario de la ilusión.
Cultivamos siempre la sinceridad por encima de cualquier cosa. Éramos nuestros críticos más despiadados. Gracias a él, aún no había decidido enviar a la editorial mi novela inédita y aún sigo trabajando en ella. La idea era que si puedes trabajar como Vargas Llosa, no seas tan haragán como para trabajar como algún “telúrico” charapa, aunque fracasáramos en el intento. Era mi lector habitual e iba a ser el encargado de realizar el prólogo de dicha expiación. Creo que era una deuda pendiente con quien yo consideraba uno de los representantes más genuinos y valiosos de nuestra desconcertante generación literaria.
Esta vida a veces sucede tan rápido que es como si no existiera. Dejo este testimonio porque apreciaba a Igor, porque apreciaba a su familia, porque apreciaba a su eterna novia Claudia. Y porque, aunque habíamos hablado por fono dos días antes, no estuve cerca al momento de que mi mejor amigo se despidió sin pedir permiso - como el necio de Silvio - de este mundo de tanta indefinición y mierda. La última vez que nos vimos, hace 8 meses, me obsequió una edición histórica de Hueso Húmero, cuyo tema central era “Por qué no vivo en el Perú”. Ahora, robo una frase de Hugo Neira para retratar mi vocación por el autoexilio y mi ligazón eterna con el Aigor Guitar ausente, pero siempre presente: “Hijo tardío de la Ilustración, vitalista desesperado, para acceder al Biblioteca de Babel que confundo como Borges con el Paraíso, he renunciado por un tiempo a los landós de las mulatas. Hay tardes como ésta, en que eso me pesa, me pesa...”
2 comentarios:
Hola amigo, te saluda Claudia Martin, hoy buscando poemas de Igor por el buscador, encontré nuevamente este artículo, no lo leía desde hacía mucho tiempo, pero me llenó de nostálgia... Amigo te cuento que estoy haciendo leer y analizar los poemas de Igorcito a mis alumnos, pero sería mucho mejor si hubiera una publicación de sus trabajos.
Saludos.
Hola amigo, te saluda Claudia Martin, hoy buscando poemas de Igor por el buscador, encontré nuevamente este artículo, no lo leía desde hacía mucho tiempo, pero me llenó de nostálgia... Amigo te cuento que estoy haciendo leer y analizar los poemas de Igorcito a mis alumnos, pero sería mucho mejor si hubiera una publicación de sus trabajos.
Saludos.
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