Lo primero que impresiona del libro-catálogo La Soga de los Muertos, presentado el miércoles 28 de junio en el Centro Cultural de la Universidad San Marcos, es la explosión de colores que se encuentran difusos a través del trabajo plástico de Harry Chávez, el cual sirve además como portada de la publicación. Con toques posmo, con una desfachatada y singular visión que excede lo tradicional y lo conservador y se interna en la raíz misma de la experiencia, Chávez realiza un trabajo inolvidable. Hubiera sido un crimen no darle el protagonismo que se merece.
Christian Bendayán, nuestro conocido talento local y curador de esta singular muestra, también lo creyó así. Porque, más allá del evidente e innegable esgrima pop de la daga pictórica de Chávez, sabía que en la evolución estaba la respuesta. E-vo-lu-ción, señoras y señores. Reinvención. Retorno a lo básico para dinamitarlo y volver una vez más al big bang. En la era de la cultura popular, Bendayán señala que todo ya está escrito o mostrado. Lo novedoso estriba en tallar las aristas necesarias, tantas como fuera posible, y darnos nuevamente el mismo producto, pero enormemente diferente. Enormemente atractivo.
Y en ese sentido, Bendayán es a la vez cerebral y revolucionario. Cerebral porque ha sabido lograr un exacto balance de los principales artistas que tocaran el tema de lo mágico y sagrado en las diversas visiones (diversas edades- diversas tendencias, mediante) sobre la base de sus experiencias con el ayahuasca. Revolucionario porque los ha sintetizado en un registro tan particular que al final ha terminado creando un mundo tan complejo que es difícil no aplaudir. De pie, inclusive.
Bendayán, no ha sido chauvinista, pues sabe que contar un vuelo ayahuasquero no es patrimonio exclusivo de los amazónicos de origen biológico, pero al mismo tiempo sabe que es imposible contar la historia de nuestro linaje sin recurrir a la sagrada sabiduría de los ancestros. Nada de pensar en el toé como una postal turística para la National Geographic. Tampoco imaginar que la ingesta será una experiencia meramente terruñera. Para más señas, Harry Chávez, el portaestandarte del libro, no es loretano, ni selvático ni tiene mucho de amazónico propiamente dicho. Pero supo captar la universalidad de esta inmemorial usanza.
Eso sí, en la muestra y el catálogo, que reunió en un mismo proyecto a artistas nativos, populares y urbanos, se destaca lo mejorcito de este arte. Y se nota el cariño con que han trabajado los involucrados. Desde el propio Bendayán, quien me señala que ésta quizás sea su muestra más ambiciosa e importante, en la cual no ha participado como artista, por lo demás. Allí, además está el equipo de trabajo y de edición gráfica, Radio Belén, entre ellos Gaby Germaná, Lala y Sergio Rebaza. Todo esto no hubiera caminado de ningún modo sin el apoyo decidido de Gustavo Buntix y Armando Williams.
Y porque, además, La Soga de los muertos trae un par de bonus tracks de bizarra sintonía y mejor escritura. El primero es esa descripción tan precisa que Luis González-Polar, "Puchín”, hace sobre su experiencia personal. Todo un iluminado el Gordo:
Ayahuasca, chacrunita,/ plantitas de curación,
llamen a todos los espíritus y genios de protección,
chullachaqui, dueño de los montes,/ yushin taita, padre espiritual,
allpa runa, dios de la tierra,/ lamparillas, luces de los ríos,
yacurunas, médicos del agua
ayahuasca, chacrunita, / plantitas de curación.
Además, obviamente, Gino Ceccarelli, en un ensayo escrito a cuatro manos y mil corazones, nos trata de contar la evolución de la pintura amazónica. Sin pretender erudición, es posiblemente uno de los intentos recientes más valiosos por explicar un devenir pictórico loretano y adyacente.
Y, claro está, no podía faltar el trabajo propiamente plástico. Desde artistas de origen nativo e indígena como Pablo Amaringo, Agustín Rivas, Francisco Montes, Yolanda Panduro, Santiago Yahuarcani, pasando por no amazónicos como Juan Osorio, Rocío Rodrigo, Alfredo Márquez, Harry Chávez; incluyendo además artistas loretanos de formación profesional como Nancy Dantas, Rafael Díaz, Ceccarelli,, autodidactas de esecnia indígena y devenir urbano como Iginio Capino, además el legado importante y valioso del tempranamente malogrado pintor bora Víctor Churay, entre otros.
Cierro este artículo citando a Ceccarelli, cuya reflexión seguramente es compartida por Bendayán y todos aquellos que han sentido en carne viva la herencia polícroma del ayahuasca: “Este crisol llamado Selva (...) está destinado a ser, efectivamente, la gran despensa del mundo, pero no de recursos naturales, sino de esperanza, amor y belleza. Citando a (..) César Calvo, esta humilde contribución que hacemos al arte es la proyección de nuestros mayores sueños: como tatuajes en la piel de un gran, inconmensurable, eterno río”.
Ilustraciones (De arriba a abajo):
Foto 1: Mamá Icaro, de Alfredo Márquez
Foto 2: Visión Aérea de la Huaca, de Harry Chávez
Foto 3: El primer goce, de Gino Ceccarelli
Christian Bendayán, nuestro conocido talento local y curador de esta singular muestra, también lo creyó así. Porque, más allá del evidente e innegable esgrima pop de la daga pictórica de Chávez, sabía que en la evolución estaba la respuesta. E-vo-lu-ción, señoras y señores. Reinvención. Retorno a lo básico para dinamitarlo y volver una vez más al big bang. En la era de la cultura popular, Bendayán señala que todo ya está escrito o mostrado. Lo novedoso estriba en tallar las aristas necesarias, tantas como fuera posible, y darnos nuevamente el mismo producto, pero enormemente diferente. Enormemente atractivo.
Y en ese sentido, Bendayán es a la vez cerebral y revolucionario. Cerebral porque ha sabido lograr un exacto balance de los principales artistas que tocaran el tema de lo mágico y sagrado en las diversas visiones (diversas edades- diversas tendencias, mediante) sobre la base de sus experiencias con el ayahuasca. Revolucionario porque los ha sintetizado en un registro tan particular que al final ha terminado creando un mundo tan complejo que es difícil no aplaudir. De pie, inclusive.
Bendayán, no ha sido chauvinista, pues sabe que contar un vuelo ayahuasquero no es patrimonio exclusivo de los amazónicos de origen biológico, pero al mismo tiempo sabe que es imposible contar la historia de nuestro linaje sin recurrir a la sagrada sabiduría de los ancestros. Nada de pensar en el toé como una postal turística para la National Geographic. Tampoco imaginar que la ingesta será una experiencia meramente terruñera. Para más señas, Harry Chávez, el portaestandarte del libro, no es loretano, ni selvático ni tiene mucho de amazónico propiamente dicho. Pero supo captar la universalidad de esta inmemorial usanza.
Eso sí, en la muestra y el catálogo, que reunió en un mismo proyecto a artistas nativos, populares y urbanos, se destaca lo mejorcito de este arte. Y se nota el cariño con que han trabajado los involucrados. Desde el propio Bendayán, quien me señala que ésta quizás sea su muestra más ambiciosa e importante, en la cual no ha participado como artista, por lo demás. Allí, además está el equipo de trabajo y de edición gráfica, Radio Belén, entre ellos Gaby Germaná, Lala y Sergio Rebaza. Todo esto no hubiera caminado de ningún modo sin el apoyo decidido de Gustavo Buntix y Armando Williams.
Y porque, además, La Soga de los muertos trae un par de bonus tracks de bizarra sintonía y mejor escritura. El primero es esa descripción tan precisa que Luis González-Polar, "Puchín”, hace sobre su experiencia personal. Todo un iluminado el Gordo:
Ayahuasca, chacrunita,/ plantitas de curación,
llamen a todos los espíritus y genios de protección,
chullachaqui, dueño de los montes,/ yushin taita, padre espiritual,
allpa runa, dios de la tierra,/ lamparillas, luces de los ríos,
yacurunas, médicos del agua
ayahuasca, chacrunita, / plantitas de curación.
Además, obviamente, Gino Ceccarelli, en un ensayo escrito a cuatro manos y mil corazones, nos trata de contar la evolución de la pintura amazónica. Sin pretender erudición, es posiblemente uno de los intentos recientes más valiosos por explicar un devenir pictórico loretano y adyacente.
Y, claro está, no podía faltar el trabajo propiamente plástico. Desde artistas de origen nativo e indígena como Pablo Amaringo, Agustín Rivas, Francisco Montes, Yolanda Panduro, Santiago Yahuarcani, pasando por no amazónicos como Juan Osorio, Rocío Rodrigo, Alfredo Márquez, Harry Chávez; incluyendo además artistas loretanos de formación profesional como Nancy Dantas, Rafael Díaz, Ceccarelli,, autodidactas de esecnia indígena y devenir urbano como Iginio Capino, además el legado importante y valioso del tempranamente malogrado pintor bora Víctor Churay, entre otros.
Cierro este artículo citando a Ceccarelli, cuya reflexión seguramente es compartida por Bendayán y todos aquellos que han sentido en carne viva la herencia polícroma del ayahuasca: “Este crisol llamado Selva (...) está destinado a ser, efectivamente, la gran despensa del mundo, pero no de recursos naturales, sino de esperanza, amor y belleza. Citando a (..) César Calvo, esta humilde contribución que hacemos al arte es la proyección de nuestros mayores sueños: como tatuajes en la piel de un gran, inconmensurable, eterno río”.
Ilustraciones (De arriba a abajo):
Foto 1: Mamá Icaro, de Alfredo Márquez
Foto 2: Visión Aérea de la Huaca, de Harry Chávez
Foto 3: El primer goce, de Gino Ceccarelli
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