Ni modo, se me adelantaron. Un grande, a decir verdad. Un escritor de estilo, apasionado y de buen talante. Un pata al que vale la pena invitar una cerveza y dejar que hable toda la noche, aunque realmente no tenga nada que decir.
El título es simplemente im-pre-sio-nan-te. Y en inglés es mucho mejor: Another bullshit night in suck city. Recuerdo que lo leí con un diccionario Larousse inglés-español a mi lado, pero era inútil, pues muchas de las palabras fueron mejor imaginarlas, interpretarlas, googlearlas en el rubro slang. Pensé que jamás iba a llegar al mercado hispanohablante (ahora, el milagro es posible vía Anagrama, aunque no sé sí habrá llegado al Perú). Ummm, things have changed...
Nick Flynn debe haber sentido mucha acción, y haber tomado mucho alcohol y probablemente haber tenido mucho sexo virtual y probablemente haberle hecho a las drogas que pudiera. O simplemente no habría hecho nada; se habría hecho para adentro, introspectivo, harto dolor y nostalgia y melancolía y rollos que saldar con el mundo.
Me imagino que se habrá sentido muy solo.
Me imagino que su antihéroe es él mismo y su búsqueda desesperada por tejer una relación imposible con el padre que nunca conoció y que vuelve a su vida, como en una pesadilla de zombies come-carne de los cuales debes escapar a como dé lugar si quieres mantener intacto tu brazo. Y esa relación, en vez de sumar, resta, cansa, extenúa, deja al borde de la anemia crónica, al borde del coma por ausencia de glóbulos rojos en la sangre.
Me imagino que para hacer un libro entrañable, tienes inevitablemente que pasar por ese trance. Si no duele, no vale.
Me imagino que después de leer a Flynn, solo queda la frase cliché: Feliz día a todos los padres ausentes en los momentos claves de la existencia de sus hijos, pero seguramente presentes en la cena celebratoria del día de mañana.
Me imagino que hay cosas que nunca cambian (¿felizmente?)
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