Esta semana, en el diario iquiteño Pro&Contra se ha llevado a cabo un par de sendos homenajes a uno de los poetas loretanos más importantes de la literatura contemporánea loretana, fallecido hace más de tres años. Ambos han sido realizados por la consagrada poetisa Ana Varela y otro por el muy talentoso caricaturista Orlando López "Lando", ambos loretanos (Vease el detalle de la caricatura del poeta Lequerica, dibujado por "Lando". Como una forma de aunarme a dicho sentimiento, publico aquí un artículo escrito el año 2002. al enterarnos de la lamentable muerte de un gran hombre y mejor vate.
LEQUERICA O LA SOMBRA SIN ANGEL
Francisco Bardales
Ojalá sea cierto lo que dice tu rostro,
palabra enmudecida.
No se han gastado muchos papeles recordando a Germán Lequerica a partir de su muerte. Sí pues, eso dice mucho de nosotros como sociedad (hipócritas) y cuando la oportunidad se presenta, nos prodigamos en pequeños homenajes o grandilocuentes elegías en beneficio del hermano ausente de esta cena terrenal, como si quisiéramos remediar nuestra indiferencia, desinterés y falta de solidaridad con sentidas y al mismo tiempo fugaces palabras que, pronto, muy pronto, termina llevándoselas el maldito viento al cementerio de las palabras de los amantes cuando dejan de amarse, ese de que tanto hablaba el genial Norman Mailer.
En el caso de Lequerica, la sequía fue demasiado evidente como para pasar desapercibida, a pesar de que ha pasado más de un año de su fallecimiento. Nadie que tenga un mínimo de cultura o un poquito de conocimiento de la realidad loretana puede quedarse callado ante su súbita (aunque esperada) partida.
Cuando lo sorprendió la muerte, se hallaba retirado de muchas presentaciones públicas, pero no por eso dejaba de ser menos vital. Lo extrañamos en el Festival del Libro del año 2002 y todos, creo, teníamos algo que decir respecto de él, positivo o negativo. Por eso, el silencio es inexplicable razón - repudiable - cuando nos enfrentamos a la sombra del famoso Viejo.
Lo conocí una mañana de no hace mucho, en el ajado y mugriento Café Express (símbolo de la decadencia de la intelectualidad loretana, pero donde, a pesar de todo, aún vale la pena tomarse una taza de buen pasado). El Viejo, tan arrugado como el local, me pareció en efecto una figura frágil, simple, que portaba una carpeta donde guardaba ejemplares de alguno de sus libros que infructuosamente intentaba vender, mientras sus “amigos” escritores – poseros - lo mecían desembozadamente, tanto como aquella vez que tuvo algún problema infame a partir de la cuestión editorial respecto de los derechos de El Viaje de la Vida, con un personaje que nunca le llegó literariamente siquiera a los talones.
Para ser honestos, esa impresión de Lequerica resignado a mimetizarse entre la mediocridad de dicho ambiente, para poder sobrevivir no sólo socialmente sino incluso económicamente, no me hizo mucha gracia. Es más, su actitud me sabía tan provinciana, tan a “literatura amazónica” - aquella que he criticado acremente desde que tengo uso de razón que, por lo tanto, la primera vista me defraudó. Pensaba que era él el símbolo de la debacle. Y lo desprecié.
Craso error, a veces nos convertimos en pontífices de las letras y las artes y no nos damos cuenta de nuestra careta de condescendientes dones nadie ante la figura de alguien mayor. A un escritor hay que conocerlo y apreciarlo por su obra. De ese modo, recordé y busqué conocerlo mejor en sus palabras impresas.
Lequerica me recordaba a un dragón onomatopéyico perdido en medio del río Amazonas. Y cuando lo leí, perdí esa estúpida sensación de lástima. Más bien, descubrí en cada lectura suya una fuerte impresión de lirismo, de pasión desbocada, de búsqueda de la claridad, definitivamente ajena a la impostación y al facilismo que ha afectado tanto a la literatura de esta parte del país.
Lequerica, en modo alguno, fue uno de los mejores exponentes de esta no muy apreciable tendencia regional o, en todo caso, fue una de las contadas excepciones que confirmaban la regla. Porque, aunque fuera la mayor parte de tiempo un intelectual orgánico, afectado íntegramente su humanidad por su oficio, no podemos olvidar que también formo parte de esta cofradía de escritores “telúricos” que hablaban de árboles y mitos y patrones y explotados eternos. Creo que en ese sentido, la palabrita fácil y el discurso ideológico estereotipado hacen de, por ejemplo, El Viaje de la Vida o El Soplador y el Tigre, obras menores en su biografía.
Ese maldito viento fue una de sus mejores obras, sin duda alguna. Luis Hernán Ramírez, catedral de la crítica literaria amazónica, indica que “en ellos están condensados sus mejores cuentos, pues expresan en toda su dimensión humana y social, el drama que viven los explotados y marginados sociales” (Kanatari 500, 17-4-94). Yo creo que esta obra es apreciable porque el estilo para describir situaciones y personajes es lo menos alejado de moldes predeterminados y se nota una sincera determinación, escrita con una prosa inimaginable. Es lo mejor porque Lequerica se olvida de tendencias y escribe lo que le nace desde adentro.
Pero yo lo apreció más como Poeta, con mayúsculas. A los que se acercan por primera vez a su lirismo, recomendaría su primer poemario Selva Lírica. También creo apreciable el estilo de Tres Poemas, a descubrir en una apolillada edición de Paginas de Loreto de 1968, que, si la memoria no me falla, permanece aún en un estante de la Biblioteca Amazónica. Pero, sobre todas las cosas, resulta imprescindible recordar los sentidos versos de es inmenso poemario, La Búsqueda del Alba: “En la búsqueda del alba/ El hombre tiene inevitablemente cien pies / cien manos / y una estrella prendida en la memoria”. Pecaré de entusiasta, pero puedo señalar que en esas páginas se encuentra el más memorable ejemplo de la poesía amazónica de todos los tiempos.
Siempre creí que todo lo que un hombre puede dar y obviar se encuentra perennizado en los ojos, ahí donde nacen “el fuego, el amor, el cielo o el silencio”, parafraseando inmortales palabras de Westphalen. Allí empieza y termina el deseo, las funciones de la vida, cientos de sentimientos cruzados por el destino. Los ojos del Viejo siempre exudaron vida. Por eso sigue vivo. Al fin y al cabo, como diría Nietzche, todo lo imperecedero no es más que un símbolo; su sombra no tiene ángel, porque él es su propio ángel.
Francisco Bardales
Ojalá sea cierto lo que dice tu rostro,
palabra enmudecida.
No se han gastado muchos papeles recordando a Germán Lequerica a partir de su muerte. Sí pues, eso dice mucho de nosotros como sociedad (hipócritas) y cuando la oportunidad se presenta, nos prodigamos en pequeños homenajes o grandilocuentes elegías en beneficio del hermano ausente de esta cena terrenal, como si quisiéramos remediar nuestra indiferencia, desinterés y falta de solidaridad con sentidas y al mismo tiempo fugaces palabras que, pronto, muy pronto, termina llevándoselas el maldito viento al cementerio de las palabras de los amantes cuando dejan de amarse, ese de que tanto hablaba el genial Norman Mailer.
En el caso de Lequerica, la sequía fue demasiado evidente como para pasar desapercibida, a pesar de que ha pasado más de un año de su fallecimiento. Nadie que tenga un mínimo de cultura o un poquito de conocimiento de la realidad loretana puede quedarse callado ante su súbita (aunque esperada) partida.
Cuando lo sorprendió la muerte, se hallaba retirado de muchas presentaciones públicas, pero no por eso dejaba de ser menos vital. Lo extrañamos en el Festival del Libro del año 2002 y todos, creo, teníamos algo que decir respecto de él, positivo o negativo. Por eso, el silencio es inexplicable razón - repudiable - cuando nos enfrentamos a la sombra del famoso Viejo.
Lo conocí una mañana de no hace mucho, en el ajado y mugriento Café Express (símbolo de la decadencia de la intelectualidad loretana, pero donde, a pesar de todo, aún vale la pena tomarse una taza de buen pasado). El Viejo, tan arrugado como el local, me pareció en efecto una figura frágil, simple, que portaba una carpeta donde guardaba ejemplares de alguno de sus libros que infructuosamente intentaba vender, mientras sus “amigos” escritores – poseros - lo mecían desembozadamente, tanto como aquella vez que tuvo algún problema infame a partir de la cuestión editorial respecto de los derechos de El Viaje de la Vida, con un personaje que nunca le llegó literariamente siquiera a los talones.
Para ser honestos, esa impresión de Lequerica resignado a mimetizarse entre la mediocridad de dicho ambiente, para poder sobrevivir no sólo socialmente sino incluso económicamente, no me hizo mucha gracia. Es más, su actitud me sabía tan provinciana, tan a “literatura amazónica” - aquella que he criticado acremente desde que tengo uso de razón que, por lo tanto, la primera vista me defraudó. Pensaba que era él el símbolo de la debacle. Y lo desprecié.
Craso error, a veces nos convertimos en pontífices de las letras y las artes y no nos damos cuenta de nuestra careta de condescendientes dones nadie ante la figura de alguien mayor. A un escritor hay que conocerlo y apreciarlo por su obra. De ese modo, recordé y busqué conocerlo mejor en sus palabras impresas.
Lequerica me recordaba a un dragón onomatopéyico perdido en medio del río Amazonas. Y cuando lo leí, perdí esa estúpida sensación de lástima. Más bien, descubrí en cada lectura suya una fuerte impresión de lirismo, de pasión desbocada, de búsqueda de la claridad, definitivamente ajena a la impostación y al facilismo que ha afectado tanto a la literatura de esta parte del país.
Lequerica, en modo alguno, fue uno de los mejores exponentes de esta no muy apreciable tendencia regional o, en todo caso, fue una de las contadas excepciones que confirmaban la regla. Porque, aunque fuera la mayor parte de tiempo un intelectual orgánico, afectado íntegramente su humanidad por su oficio, no podemos olvidar que también formo parte de esta cofradía de escritores “telúricos” que hablaban de árboles y mitos y patrones y explotados eternos. Creo que en ese sentido, la palabrita fácil y el discurso ideológico estereotipado hacen de, por ejemplo, El Viaje de la Vida o El Soplador y el Tigre, obras menores en su biografía.
Ese maldito viento fue una de sus mejores obras, sin duda alguna. Luis Hernán Ramírez, catedral de la crítica literaria amazónica, indica que “en ellos están condensados sus mejores cuentos, pues expresan en toda su dimensión humana y social, el drama que viven los explotados y marginados sociales” (Kanatari 500, 17-4-94). Yo creo que esta obra es apreciable porque el estilo para describir situaciones y personajes es lo menos alejado de moldes predeterminados y se nota una sincera determinación, escrita con una prosa inimaginable. Es lo mejor porque Lequerica se olvida de tendencias y escribe lo que le nace desde adentro.
Pero yo lo apreció más como Poeta, con mayúsculas. A los que se acercan por primera vez a su lirismo, recomendaría su primer poemario Selva Lírica. También creo apreciable el estilo de Tres Poemas, a descubrir en una apolillada edición de Paginas de Loreto de 1968, que, si la memoria no me falla, permanece aún en un estante de la Biblioteca Amazónica. Pero, sobre todas las cosas, resulta imprescindible recordar los sentidos versos de es inmenso poemario, La Búsqueda del Alba: “En la búsqueda del alba/ El hombre tiene inevitablemente cien pies / cien manos / y una estrella prendida en la memoria”. Pecaré de entusiasta, pero puedo señalar que en esas páginas se encuentra el más memorable ejemplo de la poesía amazónica de todos los tiempos.
Siempre creí que todo lo que un hombre puede dar y obviar se encuentra perennizado en los ojos, ahí donde nacen “el fuego, el amor, el cielo o el silencio”, parafraseando inmortales palabras de Westphalen. Allí empieza y termina el deseo, las funciones de la vida, cientos de sentimientos cruzados por el destino. Los ojos del Viejo siempre exudaron vida. Por eso sigue vivo. Al fin y al cabo, como diría Nietzche, todo lo imperecedero no es más que un símbolo; su sombra no tiene ángel, porque él es su propio ángel.
Lequerica fue un hombre de optimismo insuperable. Era un tipo, como los hombres de esta tierra, generoso y desmesurado en sus afectos y odios. No lo volví a ver más desde aquella incursión subrepticia a sus dominios. Pero lo aprendí a conocer en cada mujer, en cada hombre triste, en cada paisaje de su literatura dispuestos a reír, a pesar de la tristeza. Por eso la alegría. El resto son anécdotas baratas que pronto se anquilosarán en la memoria. Como aquellos papeles que obviaron la sonrisa del viejo saurio que un día, como si nada, decidió tomar colectivo con destino al mejor de los mundos; felizmente.
4 comentarios:
Una vez escuché resumir con una frase coloquial de Lequerica al Psiquiatra Max Hernández, quien se refería a él en la misma entrevista como " Mi gran amigo el escritor loretano Lequerica" sobre las invencibles ganas de vivir que goza cualquier hombre medianamente sano y cuerdo en este valle de lágrimas, situación que Lequerica sintetizaba en un sabio y directo: "Vivir me arrecha", acierto que Hernández festejaba encendidamente...
Conoci a German el año 1998 el fue a buscarme a mi oficina ,suponia que yo era hijo de un familiar cercano no recuerdo el nombre de aquel,luego de aclarar que no era la persona a quien buscaba le di algunas referencias , solo coincidimos en el tio Augusto Lequerica de mi padre y concluimos que deberiamos considerarnos primos me regalo su libro "Ese maldito viento" y el "Sachachorro" que era de su padre lo visite varias veces y conoci a sus hijos Hernan, Philip y brevemente a Cesar Hoy me entero al buscar el apellido Lequerica que mi "primo" fallecio hace ocho años.Que pena me quede con las ganas de volver a conversar con el y gozar de su entretenida charla alguno de sus hijos debera ser como el ,mientras tanto sigo anhelando volver a Iquitos y lo primero sera visitar su tumba
Iremos a su tumba, algún día. Solo para saber que está allí.
lequerica es un gran escritor,una de las figuras enigmaticas de nuestra literatura amazonica,que pena que paco bardales hable en ese tono de nuestra literatura,se nota que no conoce la amzonia,pues te pongo en conocimiento que en loreto sean creado grandes e innumerables obras,como selva tragica,sangama de arturo hernandes entre otras,deberas que me das lastima como escritor,antes de criticar deberias poner enfasis en mejorar tu estilo ,te lo recomiendo como joven poeta y escritor de esta digna e inspiradora tierra.
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