01 enero 2006

Un poema de Carlos Reyes

El premio Copé de Poesía 1987, Carlos Reyes, autor de "Mirada del Buho" (1987, reeditado el 2004), En el mejor de los mundos (2002) y Retorno al Parque de los Pescados (2003), nos brinda un poema inédito de su próxima publicación, aún en elaboración



UMALÁ



Para Gioconda





La naturaleza me hará sabio y habitante de un planeta destrozado.

La natura me hará bípedo animal, clandestino, debajo de las
faldas de la mujer que amo.

La naturaleza me conducirá a la oscuridad de la cháchara
política,
y me hará conocer el estropeado mandolín de los gobernantes.

Oh, la natura no me hará arrogante ni bestia del arco iris,
aun cuando mis dedos toquen las estrellas,
aun cuando mis ojos observen las maravillas del nuevo siglo.

La naturaleza me hará reflexionar allí donde nace y renace el más
caudaloso río,
y hará que un colibrí habite mi pecho franco y emocionado.

Oh, la natura no permitirá que el aire del terror y la tragedia haga
su habitación
en mi morada, y levantará las hojas frescas de la huerta y hará
que nadie se tumbe de tristeza.

Oh, la naturaleza me sorprenderá caminando por los bajiales,
me dirá con su boca superior
que la muchacha, la altiva mujer que aspira el olor del
excremento arrastra una
historia vulgar, una tradición común, que hace que los nómadas
lo persigan por su olor a sexo relajado.

La naturaleza me hará sabio y estudioso de la pesada carga
del ADN,
me hará ágrafo de los sucesos en torno a pálidas efigies.

Las estrellas serán luces que iluminan la natura,
roja
naturaleza como el corazón que se agazapa en la quebrada.

Las calles serán espejos que se quiebran en multitudes grises,
las posadas una
torpe solución a los males del amor, y en el centro de ese florido malecón,
mi padre, oculto por la bruma del tiempo y el olvido.

La pequeña ciudad, será un puerto donde la palabra loca descanse sus
piernas fatigadas,
cuando nadie escriba el nombre de mi padre, cuando todos desconozcan
el nombre de mi padre y el mundo entero repita el nombre
de mi madre, cobriza madre, dulce como fruta fresca, que es un padre
hermafrodita
en el trabajo y en la propia natura desbordante de colores, olores y sabores.

Nada soy sin la naturaleza. Nada seré sin la natura.

Sentado a la diestra de mi hija silbo la tonada de
las campanas -ah, vieja parroquia,
los feligreses se ahuyentan de tus aún más viejos
sermones-,
acaricio sus cabellos y miro su rostro pletórico de preguntas
balbuceadas,
observo la casa asentada en medio de los malditos sabios
malditos de la cultura,
susurro a sus oídos que el mundo es cuadrado como una reseca
y verde naranja
y la naturaleza me responde con su impecable voz arrogante.

La natura me hará eterno navegante por las playas despobladas,
desprovisto navegante
en la cálidas aguas de la ciencia y el amor, ladrón en las albercas
donde se concibe los hijos bastardos.

La naturaleza hará que las manos de Gioconda, pequeñas en el planeta,
se agiganten
como esas hierbas salvajes que se tornan perpetuas de los límites de
la ciudad.

La natura enciende sus ojos que apenas han mirado, pero ya conocen
el río y la casita de palmera,
la quebrada contaminada, el colegio de Laura, la esperanza de su padre.

Hay en su colchoneta un paraíso inmaculado que desconozco, un
soleado Olimpo
donde la singularidad del universo estremece a sus muñecas parlantes.

Hay en sus juguetes de plástico un fecundo nido de pájaros que estallan
con la mañana y con la naturaleza inerme
y en su frente de niña sola una antigua fotografía donde aparece el rostro
de los seres amados.

Una penetrante sirena me recuerda la alharaca y el aullido de las tribus
citadinas -manada de gentes
que orinan y alteran las calles infectadas-, gritos a las alturas buscando
el momento para ser felices, indagando sobre la natura,
preguntando por la natura, llamando a la natura, averiguando por la natura.

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