Iquitos siempre ha sido un laboratorio de emociones y de sentimientos variados. Entre los casos recientes, tenemos el caso del extraordinario cronista y mejor amigo Eloy Jáuregui, exponente senior del “Nuevo periodismo” wolfiano en nuestro país. Además, y permítaseme la introducción, destaca el mejor escritor de la nueva narrativa Mc ondo, el compañero de ruta y amigo cósmico Alberto Fuguet, chileno creador de algunas de las más sentidas obras sobre la generación under 40 latinoamericana y posmoderna. De Fuguet resalto una sentencia, escrita hace un tiempo en un artículo para El Mercurio de Santiago, que puede ser la que muchos suscribiríamos:
“Por lo general, me interesa conocer sitios que nadie conoce o, dicho de otro modo, que el resto se salta o no sabe que existen. Me interesan más bien los lugares que no parecen atractivos a primera vista. De un tiempo a esta parte, me he ido obsesionando con Iquitos, una ciudad no exactamente turística. Al revés: una ciudad que se evita y la cual muchos de sus habitantes desean abandonar. Pero, en pocos años, me ha tocado leer "El lugar donde estaba el paraíso", de Carlos Franz y, después de ver la adaptación al cine de Francisco Lombardi, volví a leer "Pantaleón y las visitadoras". Dicen que el barco que utilizó Herzog en "Fitzcarraldo" está ahí varado como un gran elefante blanco. Hace poco, cayó en mis manos una apasionante novela de viaje llamada "El príncipe de los caimanes", del joven peruano Santiago Roncagliolo, sobre el Amazonas y, por cierto, sobre Iquitos. En esas novelas, la ciudad a la que sólo se puede arribar por río o por aire es retratada como maldita y fascinante. Lo más probable es que sea más intolerable que placentera. Viaje o no viaje algún día a Iquitos, lo cierto es que ya me siento ligado a ella. Está incrustada en mi memoria” (Turistels Literarias).
09 enero 2006
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