26 enero 2006

ENTREVISTA A SANTIAGO RONCAGLIOLO: SIN PUDOR Y ENTRE CAIMANES

SETIEMBRE 2004. Santiago Roncagliolo tiene 29 años y a primera vista su porte de chibolo zanahoria y buena gente, combinado con cierta timidez –producto de su evidente capacidad intelectual- le granjea una simpatía inmediata con sus interlocutores. Viene de Lima con el rótulo marketero de nuevo talento literario, mimado por su nueva y siempre poderosa casa editora Alfaguara, directamente de los top five de ventas en agosto (por encima de El código Da Vinci) y llegó especialmente para inaugurar la primera edición de “La Semana del Libro” de la editorial Tierra Nueva y para presentar sus dos últimos trabajos: el nunca bien ponderado El Príncipe de los Caimanes (considerado ocmo un gran suceso por la cadena europea de librerías FNAC) y Pudor, inquietante incursión en los dominios de la intimidad y las interrelaciones humanas.

Jaime Vásquez, el presidente de la editorial, está orgulloso e insoportable estos días. No es para menos, teniendo en cuenta el personaje que tengo frente a mí, listo para ser acribillado con todas mis preguntas posibles. Lo veo en principio en el santuario- oficina de Joaquín García, en el CETA, y la primera impresión que tengo es que este sacha freak me cae bien. Nos vamos a entender. La gente lo va a entender y, para colmo de males, lo va a querer (más tarde confirmo ampliamente mis sospechas). ¿Un escritor famoso? ¿Un escritor, rodeado de groupies literarias en Iquitos? Sí, claro, cómo no. En setiembre también existen los milagros. Con razón Jaime está feliz.

- Santiago, felicitaciones; parece que lo estás logrando…

Bueno, me siento muy halagado y en cierto modo, estoy disfrutando todo esto, con una sensación extraña, en todo caso, que ya me empieza a poner los pelos de punta, pues creo que esta cosa de ser famoso aún no me subyuga completamente.

Estamos en el bar del hotel cinco estrellas de la ciudad, tratando de parecer chicos cool y fashion de las letras y las artes nacionales y locales. Ja, mala lección, pues en realidad todo esto es prestado. Santiago lo expresa claramente: aunque trato de pagarme siempre mis tragos, si hay una invitación –sobre todo para hablar de literatura – y te lo pagan todo, pues bienvenido sea.

Sí pues. Ahora, a lo nuestro, que yo también tengo que comer, aunque el periódico sólo me pague en trato VIP (algo es algo, Bill). Prendo la grabadora y le pregunto al escritor por el tiempo fuera del Perú. Él agarra el guante y contesta

- Esta ocasión es para mí muy importante, porque precisamente este día (3 de setiembre que se glosa esta entrevista), cuatro años atrás, llegué por primera vez a España, con mis sueños e ideales bajo el brazo. En ese sentido, este viaje tiene una valor muy grande para mí, muchísimo más fuerte del que se podría imaginar los organizadores del certamen.

Le creo. Sé que es bien nasty para un tipo que viene de un ambiente como el de Santiago, una familia pujante y relativamente acomodada de Lima, discípulo estrella del gran Luis Jaime Cisneros en la Católica –donde alguna vez tuvo cierta responsabilidad como jefe de prácticas de Lengua y Literatura- entrar al ambiente de los Madriles, de las Españas y vérselas con uno mismo con muchas ganas, hartas ilusiones y poca plata.

Ya en Lima había hecho de todo, había escrito de todo, literalmente. En su temporada limeña, había pasado de la crónica periodística, a la redacción de los discursos políticos (aunque parezca mentira, Santiago posee una concepción política bastante apreciable cuando se le escucha hablar de lo mal que le fue al Perú con Fujimori), como pieza de persuasión en la Defensoría del Pueblo, como guionista de telenovelas al lado de Eduardo Adrianzén, como redactor free lance y también como negro literario. Después de eso, lo único que pudo pasar fue Madrid en vísperas del otoño, a los veinticinco, un día feriado en que no había nadie en el Aeropuerto de Barajas que lo esperara, con un curso de cine por único horizonte temporal, indocumentado y chambeando como doméstico en una casa de una pareja de viejos racistas.

Aghh, qué asco, como diría un farandulero fashion por ahí.

Alguna vez Santiago señaló que en el Amazonas los escritores tienen el sitio y lo que deben elucidar es qué historia se puede contar allí. “Es el corazón de América Latina, pero no conocemos nada de allí. Hay cantidad de tragedias sociales, explotación, todo rodeado por un escenario natural muy atractivo”, lo dice sin titubear, con convicción intelectual y compromiso con su tiempo y su espacio. El Príncipe de los Caimanes es la crónica de un viaje de Iquitos a Belem do Pará y está dividida en dos partes, una a principios del siglo XX, donde se explica el proceso cauchero en nuestra región y otra que se centra en los finales de la centuria, que tiene como protagonistas a una pareja que escapa, sigue escapando, no deja de escapar nunca. El destino final termina siendo Miami. El primer capitulo se titula, inobjetablemente, “Iquitos”.

- El príncipe de los caimanes es una introspección dentro del particular mundo amazónico y algunos de sus capítulos se sitúan dentro de Iquitos. ¿Por qué decides embarcarte en un proyecto de este tipo y escribirla, además en un encargo de la editora que te contrató?

Aunque siempre deseé escribir algo referido a la Amazonía, efectivamente la gran oportunidad se dio cuando la editora me planteó hacer una novela de viajes situada acá. Yo simplemente la escribí, feliz de poder publicar en España. De ese entusiasmo surgió El príncipe de los caimanes, el cual yo no sé si es exactamente literatura de viajes, tan de moda en España, porque también tiene mucho de crónica, pero también de rememoración de ciertos periodos históricos acaecidos en la Selva, así como de fresco de denuncia social.

- El príncipe de los caimanes se puede concebir como un brutal retrato social de la Amazonía.

Ehhh…exacto, creo que eso es precisamente aquello que más se encuentra en la obra, aún cuando muy poca gente ha reparado en ese aspecto. En ese sentido, creo que lo importante de la novela es poder mostrar las enormes y violentas contradicciones que se perciben más allá del hermoso y exuberante paisaje, aquél que yo pude ver de cerca y me impactó más que a cualquiera en las dos anteriores veces que vine. El Príncipe de los Caimanes es a mi modo de ver bastante densa, pues pudiendo haber sido ligera, como toda literatura de su género, se adentra en una compleja maraña de situaciones y de personajes que a mí me dejan en principio perplejo, pero también, ciertamente, emocionado.

- Sin embargo, esta novela produjo divisiones entre el público y la crítica locales... ¿Estás consciente de ello?

Una de las cosas que aún no me gustan del todo es que, lamentablemente, El príncipe de los Caimanes no haya tenido una buena distribución a nivel nacional, lo cual ha hecho que sólo un grupo muy privilegiado de público, el que yo llamo el circuito limeño de Miraflores, haya podido acceder a él en cantidades muy pequeñas y a precios muy elevados.

- Algunos señalan que en El príncipe de los Caimanes hay algunos errores de conceptualización de muchos términos y situaciones amazónicas ¿Tú consideras válidas dichas críticas?

Para mí, toda crítica siempre es bienvenida, aún aquella que no sea precisamente halagadora. Respecto de aquellas críticas concretas que se han vertido en este aspecto, yo las considero válidas, pues, efectivamente, hay algunos errores referidos al léxico o al significado de algunas cosas o procesos amazónicos que posiblemente en una próxima y futura reedición se puedan corregir.

Efectivamente, la novela de Santiago Roncagliolo tiene errores. Según los que contabilizó con suma dedicación, afán didáctico, brillante erudición –y particular placer- el Padre Joaquín García en la presentación de oficio, fueron ocho; grandes y evidentes. Más errores tuvo la Inquisición y más errores tiene cualquier artículo periodístico. Más errores tiene el señor que ahora funge de presidente regional y tuvo el descaro de hablar de cultura ese día, cuando nunca va a ninguna presentación cultural. Más errores tengo yo. Santiago es muy modesto y asume esos fallos, los cuales además Joaquín los explicó con mucha serenidad. Alberto Fuguet, el líder literario de esta generación, el bróder más cool y entrañable de los escritores modernos, escribió que gracias a la “apasionante” novela de Roncagliolo, él quisiera visitar inmediatamente, casi en el acto, Iquitos. Sería lo mejor que podría pasarle a esta ciudad de tontuelos literarios y se lo agradeceríamos infinitamente a Santiago (y a Tierra Nueva, de paso, porque sería la encargada de presentarlo en esta nuestra gran city).

Esa modestia posiblemente haya sido el principal motor de su vida, además cercada por una frustración y un fuego internos tan grandes, como el hecho de que su primera novela fuera rechazada en dieciséis editoriales de cuatro países. Santiago lo recuerda muy bien. Y sin embargo, en cuatro años logró que se reconociera su talento y Pudor, una novela corta donde el protagonista más humano es un gato que se llama Rocky y los seres más mecánicos y deshumanizados son parte integrante de una familia de clase media en decadencia, tanto moral como material, ha recibido elogiosos comentarios tanto en España, como acá. La crítica, salvo algunos moderados reparos, ha sido muy generosa. En Iquitos, por ejemplo, la misma vendió en una noche los veinte libros que se expendieron, lo cual lo hace, en esta ciudad donde casi nadie lee y se prefiere comprar dos chelas antes que comprar una publicación, auténtico best seller (aunque no tanto como el mega éxito Media Vida, de “Puchín” González-Polar, quien en su noche de estreno vendió espectaculares cincuenta ejemplares).

- Con Pudor, siento que te mueves con mayor flexibilidad, con mayor soltura y dominio del oficio…

Bueno, para mí cada libro significa un proyecto diferente. Tanto
El Príncipe de los Caimanes como Pudor son dos etapas diferentes en mi oficio. Y en ese aspecto, yo soy un hombre disciplinado, tanto en el proceso de creación como el de corrección. Puedes estar muy seguro que a ambos les he dedicado el mismo esfuerzo y la misma dedicación, aunque la estructura, la temática y los referentes sean diferentes, incluso hasta antagónicos.

- Entonces… ¿Cómo uno siente que en Pudor se perciba un mejor acabado, un mayor oficio?

Pues, creo que son precisamente las diferencias personales que existen y siempre existirán entre los lectores, entre las generaciones de dichos lectores. Creo que Pudor le gusta más a los jóvenes precisamente por su temática y lenguaje, que lo considero un poco más directo y menos adornado. Sin embargo, todo este rollo de las preferencias es un problema de aprecio antes que de un gran cambio estilístico. Efectivamente, entre la primera y la segunda novela hay un proceso de madurez, pero ello es parte de la inevitable sucesión cronológica de nuestras vidas. En todo caso, siento que con Pudor he corregido muchísimo, más que en mis anteriores trabajos.

Inmediatamente, chelas de por medio (esa tarde no bebí; no suelo mezclar los negocios con el placer, aunque a veces hay excepciones), terminamos hablando inevitablemente de literatura. Santiago me expresa su enorme aprecio por los cuentos de John Cheever, por la literatura de Michael Chabon, por la genialidad de Truman Capote, por el talento de Tom Wolfe. Hablamos también de la gran literatura del loco Roberto Bolaño, de Fernando Vallejo, de Edmundo Paz Soldán. Pero también hablamos de Stephen King y la valiosa contribución de la revista Etiqueta Negra, editada por el “Chino” Julio Villanueva Chang. Terminamos hablando de cine, de la fascinación de Santiago por Woody Allen (tenemos una pequeña discusión sobre quién es la musa idea del gran Woody, yo sigo creyendo que Mia Farrow y él tiene sus serios reparos), Scorsese, algo de Oliver Stone, Tim Burton, así como un largo etcétera. Hablamos de los Simpson, que parece como si se hubieran humanizado para plasmarse en los personajes de Pudor. Hablamos de su fascinación por los dibujos animados con personajes sombríos como Spiderman y Batman. Hablamos de política, de inmigración, de religión (“soy radicalmente agnóstico”, me indica, y yo asiento complacido), de sus grandes referentes personales: Eduardo Adrianzén en telenovelas, con Luis Jochamowitz en periodismo, con Jorge Santistevan en la Defensoría, Luis Jaime en lengua y pedagogía, su padre en todo lo demás.

- ¿Cuál es el rasgo más marcado que has adquirido de Rafael, tu padre?

Pues…creo que la neurosis. Y una brutal honestidad.

Santiago aún no está seguro si volverá a instalarse nuevamente en el Perú, aunque está seguro que no volverán a pasar cuatro años más antes de volver. Seguimos hablando de tantas cosas, increíbles que lamentablemente no podrán ser glosadas en esta columna por falta de espacio y por cansancio del escriba. Sin embargo, hay dos respuestas finales, que luego de tres horas de entrevista, son el digno epílogo de la misma:

- ¿Que cosa de la etapa negra de tu vida te alegra haber superado?

Básicamente la frustración de no haber podido haber sido editado. La frustración de no estar seguro de que podía dedicarme a este oficio y hacerlo como algo permanente.

- ¿Estás seguro de ello ahora?

Sí, definitivamente.

Nos divertimos mucho en el Noa, el Complejo, visitamos la Casa de Fierro, nos divertimos sobremanera con Explosión, estuvimos en su conversatorio sobre el proceso de creación de una novela, departimos con la gente de Pro & Contra y amigos como Percy Vílchez en la casa de Gino Ceccarelli y la casa Fitzcarraldo. Comimos juane en el Aeropuerto y nos terminamos haciendo muy amigos. Al final, la mejor dedicatoria que pudo haberme dejado sobre la tapa de Pudor fue la siguiente: “Para Paco, por la entrevista más larga de mi vida y la ciudad más linda del Perú”. En estos dos días de Santiago, al contemplar une nueva visión de IQT, puedo dar fe de que ambas cosas son la verdad más inobjetable del mundo. Palabra de boy scout.
(FOTOS: Archivo personal, setiembre 2004)

1 comentario:

Paco Bardales dijo...

Gracias al blog Punto de Encuentro del amigo chileno Roberto Bravo por reproducir esta entrevista. Visitenlo en: http://robertobravo.blogspot.com