13 marzo 2008

COMIENZO Y FINAL DEL PRIMER UNIVERSO

Gino Ceccarelli
La mujer ya existía antes que Dios nazca
2 m. x 2.70 m. Oleo sobre lienzo. 2008



El primer hombre despertó de su sueño y miró lo que existía alrededor. Era la luz su certeza de vida; el génesis. En su vientre sintió el vértigo de una explosión de estrellas. Cubría su cuerpo un manojo de luces titilantes, envueltas en aquél frondoso follaje que incendiaba los ojos más intensos. Retuvo en su existencia el influjo del Gran Agujero Incandescente donde se alojó por tiempos inmemoriales, aquél que lo había envuelto dentro de sí, retomando la función principal de su creación: dar forma y unidad a La Comarca.

El primer hombre era mujer. Y fue nombrado como Luna, varón del crepúsculo.

La Madre Universal vio que todo era adecuado y supo que había que darle al primer hombre un espacio, un dominio en el cual pudiese llover como lluvia, rugir como otorongo, endulzar el viento como las madreselvas. Hizo germinar dentro de su corazón un atado de elementos para la buena fortuna: caparazón de taricaya para guarecerse de la intemperie, alas de pumagarza para el vuelo fugaz, piel de serpiente para reptar por la superficie, hojas de chacruna para comunicarse con el Cielo Eterno. Le entregó, además, el poder para acceder a los territorios del deleite absoluto. De aquella dicha nació Sol, la hembra centella.

Luna bajó-subiendo hasta La Comarca, sentado sobre el lomo de un gigantesco capinurí. Ella lo amó, con cada fibra de su creciente ligazón, cada rubor alejado, cada caricia conquistada, cada reto superado sobre las vigilantes miradas de la matrona común. La primera madrugada en que el bosque ardía de inquietas aves, bajo la débil iluminación de las estrellas, Sol sintió los ardores de una carne erecta e invasora que hizo colapsar de su virtud y la recubrió con la dote del deseo. El primer goce fue bestial, frenético, deslumbrante. Tal pasión solo podía ser producto del conocimiento de su condición: habitantes, progenitores, amantes, guardianes, hermanos; suprema fuente de vida, en suma.

Por cientos de años caminaron, corrieron, dispararon sus pisadas en largos desplazamientos, a veces hacia ningún-todo lugar. Se dirigieron al sur y regresaron del norte, guiados por la posición de las estrellas, las luces nocturnas o el tañer sofocante de la conciencia. La honestidad de sus sentimientos renovó un espacio bullente de personajes que fueron habitando sus aguas, su cielo y subsuelo; criaturas fantásticas que mostraban el encanto de su concepción y un devoto fervor a la Madre Universal que alejaba cualquier atisbo de engaño o temor.

Sin embargo, tras siglos de armonía, Ella, a pesar de su fulgor, supo que no era infinita. Él ansiaba poseer más luz de la que podía proyectar. Los cambios fueron paulatinos, pero evidentes. Más de un habitante de La Comarca sintió el apetito de poseer cada parcela de los aires y los ríos. El orden natural empezó a torcerse. Ella vio una larga cadena mortuoria: el tiempo de las tempestades. Sus mejillas dejaron escapar inconteniblemente su tormento. Un lo más grave del cielo rojizo y bullente, despertó, revolvió las pequeñas hojas en las que se recostaba, lloró desconsoladamente. Luna, desbocado por el floripondio y la codicia, poseído por un espíritu perverso, entró en su tambo, desnudó sus alas y la violentó. A la mañana siguiente, con la mirada fija en el primer eclipse total de Sol registrado en la historia del Universo, Él abandonó La Comarca y partió en balsas hacia la frontera de los abismos, acompañado de un ejército de chullachaquis.

Fragmentada, obsequiada y arrebatada, Sol trató de ordenar sus ideas. La imagen de su creación se sucedía frente a ella, pero no como ofrenda exaltante, sino como sombrío epitafio. La Comarca estaba destinada a enfrentarse al Caos. Luego de ahuyentar las reverencias que desataba la progenitora, Luna recibió su nuevo nombre: Tasurinchi. Inmediatamente fundó la Era de los Deterioros, donde seres voladores y acuáticos adquirieron poderes fácticos superiores a aquellos de animales y plantas. Su nueva comunidad develaría los misterios de la magia y la indestructible ligazón de todos los organismos. El habitante que pudiera tener el instinto de la supervivencia, domar las inclemencias del tiempo e inventar su propio calor estaba preparado para regir su territorio y su saber.

Los pedidos de sujeción al orden natural y a la Madre Universal fueron rigurosamente desobedecidos. Luna dio las primeras señales de conocimiento de sortilegios, del uso de herramientas y el diseño de objetos de conflicto. La invocación al afecto y la disciplina acrecentaron su voracidad. Solo las mujeres guerreras de pechos gigantescos ofrecieron su apoyo a Sol en su tarea de resguardar La Comarca. El resto de sus habitantes habían desertado o iniciaban el éxodo hacia la nada.

El Río fue escenario de las primeras batallas. La Comarca se encendió inmediatamente, ataviada con fuego y rugidos diversos. Era el fulgor de la Guerra. Bajo su influjo, el dolor ejerció su trayecto caníbal, triturando huesos, desnudando anticuerpos, contaminando cada endógena comisura de sus confines. Rostros, paisajes, sonidos y olores se convirtieron en nubes inertes. Miles, millones de seres, empuñando su nueva fe, alertaron sus armas. Sol percibió una densa monotonía del bosque. Sintió el olor de madreselvas y cucardas. Se desplomó agónicamente sobre la rojiza tierra; ya sin audición, ya sin noción del espacio, abatida por lo que ella misma había contribuido a erigir.

El gigantesco disco flotante cerró su acerada plataforma, inundando con luz brillante y resplandeciente el Río, para luego dispersarse supremamente por los confines. La Madre Universal desapareció de la mente de todos los habitantes. Luna se convirtió en soberano y gobernó en la oscuridad por catorce centurias. Los condenados de la tierra iban a mudar de piel y convertirse en vasallos del nuevo objeto de adoración colectiva.

Los vencedores enarbolaron sus símbolos del progreso: un triángulo erecto y una shapaja repleta de madera para encender artificialmente el día y la noche. Las fogatas fueron apagando, por siglos de siglos, aquellos fastuosos territorios del Primer Universo que profetizaron nuestros ancestros. La Comarca había sido conquistada finalmente por el progreso y la civilización.

(*) Texto incluido en el catálogo de la exposición individual "La creación", del artista amazónico Gino Ceccarelli, que se inaugura hoy jueves 13 de marzo a las 07.30 p.m. en el Museo de Osma de Barranco y va hasta el 30 de este mes.

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