A un mayor número de lectores permanentes de este blog (no demasiados, en realidad), les ha entrado la onda de La Quinta Estación, este grupo madrileño liderado por la prodigiosa voz de Natalia Jiménez.
Debo advertir (aunque a esta alturas es muy poco probable que no lo sepan) que el género que mejor le calza a La Quinta Estación es el pop melódico, disponible en programitas románticos y radios del estilo Ritmo o A. Nada de lo que, en todo caso, no pudieran vanagloriarse especímenes como Jean Paul Strauss, Alex Ubago o Galy Galiano.
¿Qué distingue a estos españoles? Según lo que sabemos, una poderosa carga melódica, envuelta en la capacidad vocal de Natalia, unas letras simples, sin ninguan pretensión más allá de las que su esencia romántica mantienen. Porque, claro, de pasar de ser los intérpretes de la canción oficial de la novela "Clase 406" con los protagonistas de RBD (el ¿Donde irán? que es la nota de toda escena final de graduaciones escolares y universitarias por estos lares) a canciones como las que ahora incluímos en este post, hay un largo trecho recorrido. Y entre ellas, experimentos musicales que siempre caen de pie como Sueños Rotos o Me muero o huachafadas pasa piola como El sol no regresa.
Seguramente el concierto que darán este 30 será un éxito, porque, aunque me cueste aceptarlo, la música simplona de la Quinta Estación es pegajosa, dramática, cursi, desesperada y bastante bien empaquetadita. Todo un prodigio de producción para corazones enamorados, decepcionados y lígeros.
Y aunque la canción es completamente desaforada en su melancolía primaria, debería decir, en su descargo, que es adictiva.
¡La Quinta Estación es adictiva! Ya está, ahí lo dije.
Me está empezando a gustar, levemente, pero me está empezando...
(La frase tonta de la semana)
(Que me perdone Dios, que me perdone... )
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