Un diario se forja a partir de la cotidianidad y del tesón. Es una labor de gentes que han decidido creer que la noticia es una emergencia permanente que sonará en cualquier momento en su teléfono celular. Es una metodología de la redacción, que se transforma pronto en exclusiva y quizás pronto en acontecimiento que al día siguiente un gran sector de la opinión pública comentará. El diario es una urgencia que cede siempre a la mirada desprejuiciada, a la desconfianza, a la duda. A través de esas páginas que salpican palabras y dentelladas, la opinión se encuentra con el dato, con el perfil, con la evocación de momentos cumbre, y en los cuales el golpe de efecto nunca tendrá la inmediatez paranoica de los otros géneros comunicativos, sino, al fin y al cabo, una radiografía de cómo un hecho concreto puede exasperar hasta el límite la capacidad de tolerancia y de análisis, el genio particular y el humor desaforado de quienes se encargan de acercarlo al formato.
Rey de la prensa escrita, el diario tiene una personalidad múltiple que siempre cede ante la ética del colectivo. Existen grandes periodistas que trabajan en la televisión. Abundan hombres de oficio notable que han hecho de la radio su modo de expresión básica. Se ha logrado que en estos tiempos globalizados se reproduzcan como una plaga una tropa de eficaces video-reporteros versión 2.0, bloggers con aliento totalizador, innovadores creadores de información a partir de las nuevas tecnologías disponibles. Sin embargo, a pesar de las con aún es cierto que es en el formato del papel impreso donde he descubierto la más impecable cobertura de lo real, las mejores historias, el mejor tratamiento informativo, los mejores reportajes, el mejor estilo, el mayor interés por la innovación de la presentación y, claro está, los más osados, divertidos, inteligentes y legendarios personajes que han pasado por el oficio.
Pero, usualmente, la vida en un diario, tiene la moral de un colectivo. Tiene la serena certeza de que, en el mejor de los casos, el más pintado de sus miembros puede ser siempre estrella pero nunca será centro del universo. La soledad, aunque quiera pensarse lo contrario, nunca es moneda corriente dentro de un diario. Incluso, aquellas puyas legendarias que se van creando, a partir de la competencia feroz e inútil, siempre ceden ante la majestad del prestigio. Y entre todo ese vaivén, uno puede percibir anécdotas que vale la pena atesorar en la memoria, en procura de tiempos mejores – de exceso – en los cuales pueda descubrir su valía. Pro & Contra, el diario en donde vengo colaborado de modo permanente por ya cinco añejas temporadas, también tiene una historia detrás de la historia. También tiene una vida que aletea salvajemente y que bien vale la pena relatar.
La semana empieza el domingo. Tarde. Al entusiasta jolgorio que se arma los jueves - luego del cierre de edición - suceden la usual tranquilidad de los viernes y el desafuero alcohólico de los sábados. Pero los domingos son sagrados. El equipo de redactores empieza a llegar lentamente después del almuerzo. Allí siempre los espera “Potrillo” Carrillo, editor general, quien probablemente ha pasado de la fiesta a la cama a la cobertura a la computadora, todo en menos de seis horas.
“Potrillo”, periodista orgánico, es uno de esos raros casos de alguien que vive el oficio con vocación totalizadora, una de esas aves raras que ha asumido plenamente que el periodismo demanda la mayor disponibilidad y tiempo posibles de su parte, aunque en el camino uno deba conceder sacrificios en nombre de la misión. Potrillo recibe el material, lo organiza, le da un espacio y de algún modo hace un trabajo muy fuerte que le convierte en saltimbanqui y acróbata, simultáneamente. Es su principal deber conciliar lo que se quiere con lo que se debe, manejar las primicias, conceder y asignar labores, dar un sentido, darse trancazos y dar trancazos cuando hay que poner el pecho en procura de la información. “Potrillo” es un gran pulpo que lo abarca todo. La información ha llegado de todas partes, por internet, por notas institucionales, a través de la que enviamos los colaboradores, a través del correo electrónico y los que traen directamente los reporteros: Darwin, Marco Antonio, Katty, eventualmente Pedro. El ambiente es distendido: bromas, gritos, suspiros prolongados, chongo, música y cachondeo al por mayor. Si hay una noticia de último minuto, hay que correr inmediatamente a cubrirlos y regresar en el acto para incluirlos en la edición del momento.
En su oficina, monitoreando ampliamente cada uno de los espectros posibles, en medio del vaivén, Jaime Vásquez, a través del entorno de red, se entera del contenido posible de la edición del día siguiente. Adicionalmente, coordina por Messenger cualquier noticia que a nivel nacional llega, atiende los teléfonos (fijo y celular), conversa de diversos temas con diversos invitados que ojean la ruma de libros que se apila en su biblioteca, los periódicos del día regados, la página web de los principales medios nacionales. Algunos cuadros de pintores loretanos como Bendayán, Ceccarelli o Saavedra cuelgan en las paredes de la guarida del director. Hoy no atiende secretaría, y la administradora de la imprenta, Mónica Morales (su esposa) prefiere dedicar más espacio a los hijos. Vásquez cranea algunas ideas para su polémica columna, mientras me contesta un e-mail acerca de las actividades culturales de Tierra Nueva Editores.
El momento en que el equipo principal se encuentra es cuando se tiene que decidir el contenido de la carátula. Allí se les incorpora Ángel Vásquez, el hombre orquesta de imprenta, y se decide entre las noticias del día las más importantes, vendedoras o sensacionales. Para ese entonces el diagramador ha entrado en escena, mientras el editor de noticias de la tele hace lo suyo. Jaime da el visto bueno. Todos se apresuran en culminar las notas que han estado redactando. Si hay que recibir el artículo a alguno de los columnistas, se les da su respectivo ultimátum. Una vez lista, y con el machote coordinado por “Potrillo”, se alimentan a la red el material para el armado de la página. Se agregan las leyendas, se ultiman los detalles. Jaime ve la diagramación final en compañía del grupo. Se aprueba que pase para imprenta. El gordito de imprenta le pasa el dato a Teddy y Teddy va dejando todo listo para que mañana Edgard llegue temprano a recoger. El resto suspira. Se enciende la música, se busca una salsa brava, se reactiva la chacota y la alegría. Esta es la primera edición del nuevo aniversario. Se saca el trago y la comida. Se unen los chamberos. Se une el equipo. “Potrillo” canta a todo pulmón “Maestra vida” y no hay nada mejor que cantar con él. Quinceañero para todos.
Desde la fría mesa de un aeropuerto donde termino apresuradamente este artículo, hago también el brindis. El milagro del papel vuelto espíritu sigue vigente y más vivo que nunca.
Rey de la prensa escrita, el diario tiene una personalidad múltiple que siempre cede ante la ética del colectivo. Existen grandes periodistas que trabajan en la televisión. Abundan hombres de oficio notable que han hecho de la radio su modo de expresión básica. Se ha logrado que en estos tiempos globalizados se reproduzcan como una plaga una tropa de eficaces video-reporteros versión 2.0, bloggers con aliento totalizador, innovadores creadores de información a partir de las nuevas tecnologías disponibles. Sin embargo, a pesar de las con aún es cierto que es en el formato del papel impreso donde he descubierto la más impecable cobertura de lo real, las mejores historias, el mejor tratamiento informativo, los mejores reportajes, el mejor estilo, el mayor interés por la innovación de la presentación y, claro está, los más osados, divertidos, inteligentes y legendarios personajes que han pasado por el oficio.
Pero, usualmente, la vida en un diario, tiene la moral de un colectivo. Tiene la serena certeza de que, en el mejor de los casos, el más pintado de sus miembros puede ser siempre estrella pero nunca será centro del universo. La soledad, aunque quiera pensarse lo contrario, nunca es moneda corriente dentro de un diario. Incluso, aquellas puyas legendarias que se van creando, a partir de la competencia feroz e inútil, siempre ceden ante la majestad del prestigio. Y entre todo ese vaivén, uno puede percibir anécdotas que vale la pena atesorar en la memoria, en procura de tiempos mejores – de exceso – en los cuales pueda descubrir su valía. Pro & Contra, el diario en donde vengo colaborado de modo permanente por ya cinco añejas temporadas, también tiene una historia detrás de la historia. También tiene una vida que aletea salvajemente y que bien vale la pena relatar.
La semana empieza el domingo. Tarde. Al entusiasta jolgorio que se arma los jueves - luego del cierre de edición - suceden la usual tranquilidad de los viernes y el desafuero alcohólico de los sábados. Pero los domingos son sagrados. El equipo de redactores empieza a llegar lentamente después del almuerzo. Allí siempre los espera “Potrillo” Carrillo, editor general, quien probablemente ha pasado de la fiesta a la cama a la cobertura a la computadora, todo en menos de seis horas.
“Potrillo”, periodista orgánico, es uno de esos raros casos de alguien que vive el oficio con vocación totalizadora, una de esas aves raras que ha asumido plenamente que el periodismo demanda la mayor disponibilidad y tiempo posibles de su parte, aunque en el camino uno deba conceder sacrificios en nombre de la misión. Potrillo recibe el material, lo organiza, le da un espacio y de algún modo hace un trabajo muy fuerte que le convierte en saltimbanqui y acróbata, simultáneamente. Es su principal deber conciliar lo que se quiere con lo que se debe, manejar las primicias, conceder y asignar labores, dar un sentido, darse trancazos y dar trancazos cuando hay que poner el pecho en procura de la información. “Potrillo” es un gran pulpo que lo abarca todo. La información ha llegado de todas partes, por internet, por notas institucionales, a través de la que enviamos los colaboradores, a través del correo electrónico y los que traen directamente los reporteros: Darwin, Marco Antonio, Katty, eventualmente Pedro. El ambiente es distendido: bromas, gritos, suspiros prolongados, chongo, música y cachondeo al por mayor. Si hay una noticia de último minuto, hay que correr inmediatamente a cubrirlos y regresar en el acto para incluirlos en la edición del momento.
En su oficina, monitoreando ampliamente cada uno de los espectros posibles, en medio del vaivén, Jaime Vásquez, a través del entorno de red, se entera del contenido posible de la edición del día siguiente. Adicionalmente, coordina por Messenger cualquier noticia que a nivel nacional llega, atiende los teléfonos (fijo y celular), conversa de diversos temas con diversos invitados que ojean la ruma de libros que se apila en su biblioteca, los periódicos del día regados, la página web de los principales medios nacionales. Algunos cuadros de pintores loretanos como Bendayán, Ceccarelli o Saavedra cuelgan en las paredes de la guarida del director. Hoy no atiende secretaría, y la administradora de la imprenta, Mónica Morales (su esposa) prefiere dedicar más espacio a los hijos. Vásquez cranea algunas ideas para su polémica columna, mientras me contesta un e-mail acerca de las actividades culturales de Tierra Nueva Editores.
El momento en que el equipo principal se encuentra es cuando se tiene que decidir el contenido de la carátula. Allí se les incorpora Ángel Vásquez, el hombre orquesta de imprenta, y se decide entre las noticias del día las más importantes, vendedoras o sensacionales. Para ese entonces el diagramador ha entrado en escena, mientras el editor de noticias de la tele hace lo suyo. Jaime da el visto bueno. Todos se apresuran en culminar las notas que han estado redactando. Si hay que recibir el artículo a alguno de los columnistas, se les da su respectivo ultimátum. Una vez lista, y con el machote coordinado por “Potrillo”, se alimentan a la red el material para el armado de la página. Se agregan las leyendas, se ultiman los detalles. Jaime ve la diagramación final en compañía del grupo. Se aprueba que pase para imprenta. El gordito de imprenta le pasa el dato a Teddy y Teddy va dejando todo listo para que mañana Edgard llegue temprano a recoger. El resto suspira. Se enciende la música, se busca una salsa brava, se reactiva la chacota y la alegría. Esta es la primera edición del nuevo aniversario. Se saca el trago y la comida. Se unen los chamberos. Se une el equipo. “Potrillo” canta a todo pulmón “Maestra vida” y no hay nada mejor que cantar con él. Quinceañero para todos.
Desde la fría mesa de un aeropuerto donde termino apresuradamente este artículo, hago también el brindis. El milagro del papel vuelto espíritu sigue vigente y más vivo que nunca.
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