Antes de decolar, miro por la ventanilla del avión que me trae de regreso, luego de un prolongado tiempo de ausencia. Hace un momento he estado escuchando “Rehab”, la canción símbolo del nuevo símbolo rebelde de la música mundial. El Aeropuerto parece no haber cambiado. Empiezo a sentir el fuerte cambio de clima. Trato rápidamente de introducir en mi bolso la revista In, que Lan coloca en sus aviones (debo reconocer que lo único que colecciono, aparte de fotochecks de eventos en los que participo, son publicaciones de aerolíneas). El piloto dice por los parlantes: "a los que regresan, bienvenidos a casa".
Sol de 34 grados. Mucho verde y bastante ruido. Una sensación de bochorno fuerte. Harto sudor.
En mi trayecto, mientras mis amigos Maribel y Zapata de la revista Caretas se reencuentran con mis amigos Jaime y Potro, siento que hay muchos espacios vacíos que llenar.
Releo un libro excepcional, llamado Nada que hacer, escrito por un cubano excepcional, sucio, lisuriento, escatológico, llamado Pedro Juan Gutiérrez. Este librito forma parte de un conjunto llamado Trilogía Sucia de La Habana (el solo titulo basta y sobra para seguirle la cuerda totalmente). A partir de ella, siento que la escritura no tiene nada que ver con el placer. Es sobre la necesidad y sobre la urgencia. Quisiera ser Gutiérrez. Quisiera tener su talento para escribir. Escribir no me hará rico (completamente convencido ahora) Escribir duele (eso ya lo había escrito antes). Pero escribir también sana, salva y reconforta (como El Divino Niño).
Debería verme todas las películas que han llegado a mi DVD, mientras, como un demente, garabateo notas y siento que el terror es parte de mí. Y pienso un poco en el Campamento Alianza y en todas las historias que seguramente me han contado todos los amigos que he citado y acudido. Y pienso en yacurunas y Pacaya Samiria y cámaras digitales.
La idea siempre ha sido ser uno mismo. Y, claro, sobrevivir en el intento. Aunque no sea entero, pero vivo. Por ejemplo, leyendo párrafos impresionantes como éste de Gutiérrez:
"Desde aquí arriba se ve toda la ciudad a oscuras (...) No hay viento y el humo se queda tranquilo. Un olor como amoniaco inunda la ciudad. La luna llena lo platea todo a través de esa niebla densa de gas y humo. Casi no hay carros. Algún auto por el Malecón. Todo en silencio y tranquilo, como si no pasara nada. Solo los tambores que se escuchan apagados y lejanos. Me gusta este lugar. El mar se ve plateado hasta el horizonte. Cuando ya no soporto más el humo y el gas, entro al cuarto y cierro la puerta. Sigue el calor. Refrescará más tarde. Sólo dejo abierta la ventana pequeña que da al sur. Desde allí se ve toda la ciudad, plateada entre el humo, la ciudad oscura y silenciosa, asfixiándose. Semeja una ciudad bombardeada y deshabitada.(…). No necesito más. Tengo que evitar a los demonios, y ser fuerte. En definitiva sin fe cualquier sitio es otro infierno."
Aunque IQT quizás no sea el Paraíso de la tierra (¿qué ciudad lo es?), sin embargo, esas palabras suenan como a realismo mágico total y diferente.
Welcome home.
Hogar, al fin y al cabo, es aquel sitio al cual siempre vuelves, mental o físicamente. Para bien o para mal.
En menos de dos días he vuelto a encontrarme con amigos, he tomado con el tío Huerequeque, me he sentado a disfrutar del aire acondicionado del hotel El Dorado, he comido platos gigantescos en La Isla de Bellavista, he degustado un delicioso paiche a la loretana en El Mijano, he recorrido las calles de siempre, he dejado que la lluvia y el cambio de clima destruyan mi garganta, he llenado una canoa con racimos de plátano, sandías y libros para una foto legendaria de Jaime (dará que hablar, estoy seguro). He vuelto a encontrar a mi hermano Bendayán y a mis hermanos de Pro & Contra y La Restinga. He sido partícipe de una tormenta regional con truenos y relámpagos. He seguido una pequeña procesión de homenaje al Niño Jesús de la Caja y he visto con terror mi cara en la tele de una sanguchería. He salido a recorrer otra vez la noche y he vuelto a sentir chiri-chiri y ganas desmesuradas de divertirme cuando escucho a Explosión. He visto diez mil personas corear “Ojalá que te mueras, que todo tu mundo se vaya al olvido” de los Hermanos Yaipén, he bailado melodías indescifrables en el Anubis con las reporteras pequeñas. He comido unas hamburguesas madrugadoras donde el Chato Burguer, acompañado del binomio Caretas. He pensado en libros, autores, documentales y el pequeño respeto que, al fin, empieza a recibir la cultura amazónica a nivel nacional e internacional.
Estoy de nuevo en IQT. Y es bueno estar aquí
Sol de 34 grados. Mucho verde y bastante ruido. Una sensación de bochorno fuerte. Harto sudor.
En mi trayecto, mientras mis amigos Maribel y Zapata de la revista Caretas se reencuentran con mis amigos Jaime y Potro, siento que hay muchos espacios vacíos que llenar.
Releo un libro excepcional, llamado Nada que hacer, escrito por un cubano excepcional, sucio, lisuriento, escatológico, llamado Pedro Juan Gutiérrez. Este librito forma parte de un conjunto llamado Trilogía Sucia de La Habana (el solo titulo basta y sobra para seguirle la cuerda totalmente). A partir de ella, siento que la escritura no tiene nada que ver con el placer. Es sobre la necesidad y sobre la urgencia. Quisiera ser Gutiérrez. Quisiera tener su talento para escribir. Escribir no me hará rico (completamente convencido ahora) Escribir duele (eso ya lo había escrito antes). Pero escribir también sana, salva y reconforta (como El Divino Niño).
Debería verme todas las películas que han llegado a mi DVD, mientras, como un demente, garabateo notas y siento que el terror es parte de mí. Y pienso un poco en el Campamento Alianza y en todas las historias que seguramente me han contado todos los amigos que he citado y acudido. Y pienso en yacurunas y Pacaya Samiria y cámaras digitales.
La idea siempre ha sido ser uno mismo. Y, claro, sobrevivir en el intento. Aunque no sea entero, pero vivo. Por ejemplo, leyendo párrafos impresionantes como éste de Gutiérrez:
"Desde aquí arriba se ve toda la ciudad a oscuras (...) No hay viento y el humo se queda tranquilo. Un olor como amoniaco inunda la ciudad. La luna llena lo platea todo a través de esa niebla densa de gas y humo. Casi no hay carros. Algún auto por el Malecón. Todo en silencio y tranquilo, como si no pasara nada. Solo los tambores que se escuchan apagados y lejanos. Me gusta este lugar. El mar se ve plateado hasta el horizonte. Cuando ya no soporto más el humo y el gas, entro al cuarto y cierro la puerta. Sigue el calor. Refrescará más tarde. Sólo dejo abierta la ventana pequeña que da al sur. Desde allí se ve toda la ciudad, plateada entre el humo, la ciudad oscura y silenciosa, asfixiándose. Semeja una ciudad bombardeada y deshabitada.(…). No necesito más. Tengo que evitar a los demonios, y ser fuerte. En definitiva sin fe cualquier sitio es otro infierno."
Aunque IQT quizás no sea el Paraíso de la tierra (¿qué ciudad lo es?), sin embargo, esas palabras suenan como a realismo mágico total y diferente.
Welcome home.
Hogar, al fin y al cabo, es aquel sitio al cual siempre vuelves, mental o físicamente. Para bien o para mal.
En menos de dos días he vuelto a encontrarme con amigos, he tomado con el tío Huerequeque, me he sentado a disfrutar del aire acondicionado del hotel El Dorado, he comido platos gigantescos en La Isla de Bellavista, he degustado un delicioso paiche a la loretana en El Mijano, he recorrido las calles de siempre, he dejado que la lluvia y el cambio de clima destruyan mi garganta, he llenado una canoa con racimos de plátano, sandías y libros para una foto legendaria de Jaime (dará que hablar, estoy seguro). He vuelto a encontrar a mi hermano Bendayán y a mis hermanos de Pro & Contra y La Restinga. He sido partícipe de una tormenta regional con truenos y relámpagos. He seguido una pequeña procesión de homenaje al Niño Jesús de la Caja y he visto con terror mi cara en la tele de una sanguchería. He salido a recorrer otra vez la noche y he vuelto a sentir chiri-chiri y ganas desmesuradas de divertirme cuando escucho a Explosión. He visto diez mil personas corear “Ojalá que te mueras, que todo tu mundo se vaya al olvido” de los Hermanos Yaipén, he bailado melodías indescifrables en el Anubis con las reporteras pequeñas. He comido unas hamburguesas madrugadoras donde el Chato Burguer, acompañado del binomio Caretas. He pensado en libros, autores, documentales y el pequeño respeto que, al fin, empieza a recibir la cultura amazónica a nivel nacional e internacional.
Estoy de nuevo en IQT. Y es bueno estar aquí
2 comentarios:
usted mismo lo dice, hubo 10 mil personas esa noche de los Hermanos Yaipen y estoy seguro que por eso no nos vimos y pudimos haber cantado juntos esa canción VAS A BESAR EL SUELO POR DIOS TE LO JURO, VENDRÁS A PEDIRME PERDÓN Y LO DUDO................ Que bueno que estés entre tus amigos, bienvenido señor, a Iqt.
iqt ES el paraíso en la tierra. lo digo sin ningún miedo de exagerar y al mismo tiempo me saco de encima el frío de hoy y recuerdo el ceviche más rico que he probado.
que sea una buena feria.
Publicar un comentario