11 agosto 2008

Héctor Soto, un enfemo incurable de cinefilia

(Don) Héctor Soto amablemente nos recibe al mediodía de un sábado particularmente frío y desdeñable. Lleva una casaca de cuero y un sombrerito estilo Eliot Ness bastante peculiar. Nos presentamos y lo primero que capto en él es una disponibilidad absoluta para conversar. El telón de fondo es el Centro Cultural de la PUCP y el pretexto es el Festival de Cine de Lima, a donde ha sido invitado para integrar el Jurado principal de la competencia.



Un día antes, había logrado devorar de un solo tirón las más de 500 páginas del libro recopilaciones de sus artículos y críticas cinematográficas, atinadamente titulado Una Vida Crítica, el cual ha tenido como devotos obreros a Alberto Fuguet - escritor convertido en cineasta- y a Christian Ramírez. Casi veinte años después de aquél momento en que Fuguet se le ocurrió la ecuménica idea de recopilar a Soto, con paciencia, tino, obstinación (sobre todo para convencer al maestro de la utilidad del proyecto), mucha agua ha pasado debajo del puente. Y aquí se encuentra un enorme reservorio, que el Grupo Santillana (a través de su sello Aguilar) ha tenido el gran tino de convertir en material escrito. Para quienes nos interesa el cine, esta obra es una suerte de pequeño evangelio sobre el arte – y a veces ensarte – de la polémica escrita, vinculada con aquello que los huachafos suelen llamar “séptimo arte”. En torno al beneficio de la duda, hay que hacer la salvedad que es muy difícil salir indemne de su lectura.

Soto domina una prosa envolvente, ágil y rica en giros y variaciones, las cuales entrega al servicio exclusivo de su pasión cinéfila. Uno termina exhausto, maravillado y también empinchado con la capacidad del narrador para escribir con erudición pero a la vez con una simplicidad desbordante, al mismo tiempo con una prosa artística pero completamente funcional. Pero, además, el lector termina empinchado con sus juicios, zancadillas, catilinarias, panfletos, todos ellos abordados desde la república de la pasión y del seso.



Es difícil estar de acuerdo completamente con Soto. Pero es difícil no sentir una pequeña contravención ante lo manifestado. Es completamente enojoso sentir que se tira abajo alguna película que amas, pero también es gozoso sentir que alguna de
las-películas-de-mi-vida también son las suyas. Es placentero encontrarse frente al papel y sentir que aquellos bodrios que han martirizado tu existencia por casi un par de horas tienen su merecido. O que películas que nunca has pasado tengan la benevolente sentencia que solo un tipo que ha visto mucho puede emitir. Algunos casos al azar:

Es dudoso que quienes salimos de las funciones de Las tortugas ninja seamos ahora mucho más estúpidos de lo que éramos al entrar. Si algún saldo terrible dejan los últimos años es saber que el buen cine y todas las artes juntas no necesariamente redimen a las sociedades (1991)

Titanic tal vez no sea la película perfecta que un sector de la crítica extranjera ha querido ver, pero hay que conceder que es la primera superproducción en mucho tiempo que reconcilia a este género con el cine (1998)

Tiene sentido hablar de esta película (Magnolia) bíblica, sinfónica, maravillosa, porque no vamos a ver muchas así en el futuro próximo (1999)

Bailarina en la oscuridad tiene la intransigencia típica de todo fundamentalismo. De alguna manera es una película enferma. Enferma de cálculo, de evaluación estratégica, del estado moral de cuentas y resultados. (…) Que nadie se llame a engaño: este no es un cine pobre. La cinta fue grabada en video en algunos fragmentos hasta con cien cámaras digitales. Este es un arribismo para abajo: arribismo de gente rica que quiere parecer pobre (2001)

Nunca se sabrá qué queda peor en esta astracanada (El Laberinto del fauno). Si el imaginario fantasmagórico de El señor de los anillos y sus paparruchas o la lectura política de la izquierda más ramplona sobre la Guerra Civil y el franquismo. Pelea de ratas, al final: vaya a saber cuál de los imaginarios está más revenido (2007)



Es la primera vez que Soto llega a Lima (no sale mucho de Chile, entre otras cosas, porque los viajes le producen mucho stress) y confiesa que tiene mucho interés por Lima, aunque no conozca mucho (su universo de referencias abarca casi todas aquellas que le indicó Fuguet). Aunque la gran mayoría lo ubique como un sesudo crítico de cine, al menos fuera de Chile pocos saben que Soto, nacido en Valparaíso, emigró a la capital chilena a fin de ser abogado, profesión que finalmente dejó atrás debido a su afán cinematográfico. Que durante 40 años ha volcado su cinefilia en el papel (a veces, incluso, en recordadas revistas como Primer Plano y Enfoque). Que además, es insomne y consume mucha literatura y ensayos (entre ellos, los de Mario Vargas Llosa). Además de ser un “jubilado” del oficio (con reconocimiento y todo) es anfitrión de un programa radial de conversaciones y columnista de actualidad y política en dos medios de prensa escrita. Está enterado de la situación de nuestro sistema de gobierno (pregunta por los “apristas de izquierda”, por la gente de derecha y por Ollanta Humala). Se ha encontrado con muchas personas amables dentro del Festival de Lima (entre ellos, los organizadores, a quienes considera encantadores, aunque “poco cinéfilos”). Ha encontrado en el trayecto que lo lleva de su hotel al Centro Cultural de la Católica un camino en el cual ir conectándose con la ciudad (aunque él considera que las verdaderas ciudades no están en los barrios ricos, sino en zonas residenciales populosas y en los centros históricos y/o económicos). Y ha preguntado por los actuales críticos (incluso se ha enterado de la conocida disputa ideológica entre la generación Hablemos de cine y la gente de la revista Godard!)

Soto señala que al escribir sobre cine, uno no puede adoptar las medias tintas. El universo personal de un crítico también inunda lo que escribe y cómo lo escribe. En rigor, a veces una columna también puede ser una manifestación del estado de ánimo del autor. De sus furores, de sus miserias, de su ideología y, sobre todo, de lo que la vida es – o quisiera que fuese – a partir de una pantalla. Porque escribir sobre películas también es afirmar puntos de vista sobre tópicos tan manidos pero inevitables como el amor, la muerte o la condición humana. También significa intercambiar puntos de vista sobre el arte, los géneros y la influencia de la cultura pop, en la neo-cinefilia, por ejemplo. Pero también significa forjar tomas de posición sobre cosas menos evanescentes, pero al mismo tiempo más entrañables como aquellas cintas que te recuerdan un momento febril, entusiasta – ¿acaso feliz? – de tu propia existencia.

En rigor: Existimos porque el cine existe. Existimos junto al cine. La vida es una partera de cinéfilos. Algunos somos
hijos del cine. Algunos son nuestros padres cinematográficos. Otros somos hermanos cósmicos a través del cine (no necesariamente son ideas de Soto o con las cuales estaría completamente de acuerdo, pero tampoco rechazaría de mala manera).

Entusiasma ver cómo Soto desarma los modelos cinematográficos y a partir de ellos te entrega un compendio cuasi enciclopédico. No tiene miedo en decir que no ha visto alguna cinta (aunque, escuchándolo o leyéndolo da la impresión que las ha visto casi todas), pero tampoco tiene dudas al momento de tomar posición. “Maravillosa”, “catastrófica”, “una mierda” “me gustó” “un chiste”, son algunas de las palabras o frases rápidas que profiere. Pero, obviamente, Soto no es un afiebrado irresponsable o un francotirador enloquecido que súbitamente ha perdido la visión frente a una excursión de escolares. A veces demora en contestar algunas interrogantes latosas, pero luego del silencio reflexivo, emerge la palabra exacta. Y de ahí, la polémica.

Soto afirma que ha habido grandes películas que no ha sabido valorar en su momento (el caso más crítico para el crítico fue
El Padrino), pero también hay cineastas y cintas que, con el tiempo, les ha ido perdiendo la pista y el cariño militante, como el caso de Antonioni o el 8 ½ de Fellini. Le ha gustado The Dark Knight (no le extrañaría que fuera la mejor película de toda la saga de Batman), pero no tiene empacho en disecar hasta el horror a algunas cintas competidoras en el Festival de la PUCP (los cuales por decoro, complicidad y confidencialidad ni siquiera vamos a mencionar). El cine ya no puede ser purista, pero tampoco es bueno admitir que se formen camarillas autistas en torno a los referentes de la cultura pop contemporáneas. Soto, ante todo, es un creyente del cine popular.

Es imposible desligar el tema de la industria del de la forma de distribución y las alternativas para acceder al cine. En ese sentido, como ya varios casos de intelectuales y cinéfilos que se han reportado en las recientes visitas limeñas, Soto decidió tomar un tour dominguero, directo hacia el mercado de los sueños,
Polvos Azules, con paso principal y obligado por el ya celebérrimo Pasaje 18. Ahí sintió lo que eminentemente significaba la maravilla de la organización vinculada al servicio de la piratería. Polvos Azules, ya sabemos, es un fenómeno social que excede los parámetros vistos en Latinoamérica. Es casi como un cebiche mixto (como el que comemos en el Parque de Lima), en el cual, la mezcla puede parecer atrevida, pero el resultado delicioso. Soto, en principio, está a favor de los derechos de autor y la entrega de regalías a los cineastas por sus productos, pero a través de lo funcional, cree que la piratería también es un camino – inevitable – de democratización del acceso del cine a la gente. Demás está decir que el crítico terminó entusiasmado e ilusionado, con más de una bolsita negra repleta de reproducciones de cintas extraordinarias.

En una parte del libro, Soto, refiriéndose al
Drácula de Coppola, apunta una verdad: “la cinefilia puede ser una pasión, pero a menudo es también una enfermedad”. En la entrevista que concede a Fuguet y Ramírez, cerrando Una vida crítica, indica que todo escrito debe tener cierta tensión aun al precio de la arbitrariedad. Que necesitamos alguna adrenalina como para no volverse sensato y sabio, pero al final latero. Es lícito, entonces “recargar a veces un poco las tintas”. Todo en nombre de la pasión.

“Tú te lo buscaste, Francisco.”

Mientras tomamos un café y hablamos de varias cosas, antes de que entre a sus deberes sagrados de crítico en el Festival de Cine, Soto nos recuerda que quizás es por eso que su libro no es solo una recopilación de escritos. Es una poderosa manifestación de la mejor narrativa. Es la obra que le estaba faltando al género para alcanzar su dignidad. Y en el fondo es un canto de cariño y neuronas al servicio del cine. Le pregunto por la frase reveladora y me responde sin medias tintas: “Sí, estoy enfermo de cinefilia; pero es una enfermedad, más que incurable, feliz y placentera”.

Después de ello, ya no había mucho más que hablar. (Don) Héctor Soto desapareció entre los espectadores de una función del Festival y nosotros nos quedamos varados en medio de la tarde fría y autista pero súbitamente acogedora del invierno limeño.

(Leído primero en Cinencuentro)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

te la sasbes todo no querido??, je, hay q tener miedo a esa "capacidad de empatía" q te manejas, pero esta bien. kiss

Anónimo dijo...

Grande el maestro Soto, estimado Paco, un hallazgo para tus lectores

y una buena crónica, tmb. Cómo se nota la calidad, hermano

Un abrazo

M