En la sección “Imprescindibles” del 12° Festival de Cine de Lima, ayer se estrenó Luces al atardecer, el más reciente film del finés Aki Kaurismäki, epílogo de una trilogía sobre perdedores, la cual incluye, además, Nubes pasajeras y El hombre sin pasado.
Kaurismäki es conocido por mantener un estilo narrativo bastante depurado, en el cual la historia se va contando sin muchos adornos ni recursos retóricos o sobrecarga de edición. En esta oportunidad, su protagonista es Koistinen, una guardia de seguridad sin carisma, dinero, mucho menos atractivo físico, que se envuelve sentimentalmente con la mujer equivocada, todo ello sazonado por una misteriosa intriga que incluye, presuntamente, a los bajos fondos de la mafia.
Luces al atardecer es sencilla, pero detrás de esa aparente sencillez guarda una complejidad de estructuras que, me temo, también afectan la historia misma y a su director. No voy a negar que la estética es realmente impresionante (lo primero que impresiona es la excelente fotografía), que van pintando escenas y escenarios cargados de soledad y de un minimalismo cuasi melancólico, donde la figura de nuestro protagonista, se contrapuntean con una atmósfera negra, de historia de mafiosos y remate de callejón sin salida, donde emerge la figura de la femme fatale, va recorriendo las calles de una bucólica Helsinki y se compenetra, con sus miserias y luminosidades. Se nota que Kaurismäki, mucho más allá de pintar los cuadros de su película, ha decidido meterle harto cariño para mostrar aquellos lugares de su ciudad y aquellos rasgos de sus personajes que más emoción y pasión le producen.
No es fácil para un realizador filmar simultáneamente con las tripas y con el cerebro. No es fácil ser sensible sin caer en el melodrama. No es fácil contar muchas verdades de la condición humana con tan solo un plano abierto y una escena sin cortes de edición. Luces al atardecer no es complaciente (tampoco es un rollo indigerible casi al estilo Reygadas), porque filma la soledad con rostro propio, porque la da a la derrota un aspecto cansado, indiferente, vencido al fin y al cabo. Sin embargo, he aquí la mayor crítica que se debe hacerle a Kaurismaki, sentimos que a la película le faltan minutos. Varios minutos. Su afán por comprimir en exceso el metraje de la cinta (hora con quince minutos), terminan dando cierta sensación de que varias de las vidas y anécdotas paralelas que se han ido cruzando en el camino se difuminan rápidamente, sin solución de continuidad, cuando precisamente su complejidad las hacía un material muy rico para explotar y para redondear, posiblemente, una faena magistral. Es bueno decirlo: austeridad no debe significar en absoluto tacañería. Lo simple no tiene por qué ser mezquino. Y como que en esta película, a diferencia de El Hombre sin pasado, Kaurismaki es un poco avaro en ese sentido.
Más allá de ello, Luces al atardecer tiene momentos que se agradecen profundamente (por ejemplo, las arrobadoras melodías de tango que recorren de pies a cabeza la película, como una extraordinaria banda sonora) y cierra con gran dignidad y calidad un ciclo dentro la filmografía de un cineasta superior, de quien esperamos con prontitud y con entusiasmo más obras.
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