25 abril 2008

PATEANDO QUIRUMA

Por: Gino Ceccarelli.


(Foto: C.F. Gava Mar)


A pesar de sus cuarenta años, Usnavi Ramírez seguía siendo el mejor pelotero del caserío. Tenía muchas virtudes para jugar fútbol en la chacra: trejo, veloz como el venado, sus taponazos eran temidos, tenía un físico envidiable, parecía no cansarse nunca y se manejaba unos pies grandes, ásperos y duros como el huacapú, que si uno de sus dedos gordos te alcanzaba podía romperte la tibia.

Su padre le puso ese nombre cuando vio en una revista, en la época que el hombre llegó a la luna, una fotografía del Apolo 11 donde estaba escrito US NAVY.

Nunca pudo usar zapatos, no solamente porque era pobre, sino, porque ya de adulto nunca pudo encontrar, ni siquiera en Iquitos, algo que encaje en sus pies increíblemente anchos.

Era casi una leyenda. Cuentan sus amigos que una vez que jugaban en una cancha y había llovido durante tres días, una parte del gramado o gramalotal había crecido hasta la altura de la cintura y que cuando Usnavi entró con la pelota por esa zona y quiso lanzar un centro, ni siquiera se percató que había pateado un motelo que llegó hasta el área chica y que un delantero distraído se partió el cráneo por cabecear. También en otro partido se armó tal trifulca en el área con la pelota y los defensas que terminó pateando el poste que servía de arco y lo partió en dos. Cuentan que levantaba quirumas enormes cada vez que metía un puntapié y que alguna vez, celebrando un gol, se revolcó en el ishangal y se levantó como si nada.

En el caserío de al lado había un joven que era considerado como un gran arquero. “Ponguete” Taricuarima era el orgullo de la comunidad. Contaban que era más ágil que un mono, volaba como un murciélago y era raro que le hagan goles, por lo menos en penales nunca le encajaron uno. Dicen que se entrenaba atrapando gallinas.

Los caseríos ya se habían enfrentado varias veces, pero curiosamente estos dos personajes, por razones extrañas, jamás estuvieron frente a frente. Se acercaba fiestas patrias y entre las diversas festividades programaron un encuentro al que calificaron “El partido de la muerte”.

Llegó el día. Prácticamente toda la comunidad vecina vino para festejar y sobre todo para hacer barra a su equipo y sus respectivas estrellas. Trajeron pancartas, una de ellas decía: “Usnavi está viejo, ahora corre como pelejo”, y la barra local había preparado otro donde pusieron: “Arquero ponguete, Usnavi te romperá el ojete”.

Empezó el partido. Hacía como cuarenta grados cuando el árbitro hizo sonar su silbato. Los jugadores tenían tantas ganas y entusiasmo que rápidamente fue degenerando en pateaduras, empujones, codazos y “planchazos”. Los choques de las canillas sonaban como cuando se corta leña. Las tarjetas amarillas salían con facilidad del bolsillo del árbitro ante los insultos del público, sobre todo de las mujeres que tenía a sus maridos en la cancha.

Terminó el primer tiempo sin goles. Las mujeres repartieron harto masato para darle fuerza a los jugadores.

Durante la segunda mitad siguieron los golpes entre los peloteros y los insultos del público iban en aumento. Había tal furor en el pueblo que ni siquiera detuvieron el partido cuando un niño vino del embarcadero gritando que estaba pasando un mijano de sábalos.

Faltando cinco minutos para que termine el partido, un defensor del equipo visitante “fauleó” a un delantero en el área, con una carretilla en la espalda que lo dejó medio muerto. “¡Penal!”, gritaron a voz en cuello y sin preocuparse de la salud del jugador que estaba desmayado al que sacaron de la cancha arrastrándolo. El árbitro tuvo que cobrar la falta ante los insultos de la barra visitante que le gritaban “vendido” y pedían que al delantero herido lo boten al río.

Después de una larga discusión, los visitantes aceptaron el veredicto del árbitro. “Ponguete”, inmutable y visiblemente concentrado se puso en medio de su arco con los ojos y los brazos bien abiertos. Evidentemente, el encargado de patear el penal no podía ser otro que Usnavi. Era el duelo que todos esperaban durante años.

Se hizo un silencio sepulcral, nadie se puso detrás del arco por temor a los ya conocidos cañonazos que lanzaba Usnavi quien cogió la pelota, la besó, la colocó en el punto indicado por el árbitro y se alejó hasta la media cancha para darse viada. Metió un suspiro profundo y arrancó.

El patadón fue violento, sonó como un bombazo y dirigido hacia un ángulo. “Ponguete” se tiró con la agilidad de un jergón y... ¡atrapó el balón! ...pero, detrás de la pelota venía una champa enorme de tierra con hierba que le cayó en la cara y mandó al arquero con pelota y todo dentro del arco.

Cuentan que desde ese día “Ponguete” quedó medio “shegue” y dejó el fútbol. Usnavi no ha parado de beber para festejar su gol. Hasta ahora lo podemos encontrar en el bar de Elsita donde borracho no para de contar, a todo aquel que se le acerque, como metió aquel gol.

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