24 abril 2008

KILL A BOOK (MTV NUNCA PODRA CON CERVANTES)


(Galería Cubarte)

Un buen día apareció, sin que nadie lo haya invocado, un pantallazo repleto de imágenes hiperactivas, esquizofrénicos y rabiosos flashes, arpegios mongólicos pletóricos de frases cliché. Era el video clip, destinado a convertirse en el guía espiritual de las nuevas generaciones de encandilados consumidores de nuevas emociones. El poder audiovisual empezaba a calar muy hondo en todos aquellos que habían descubierto con maravilla la simplicidad abrumadora de las comunicaciones a través de la televisión. Pero con el auge de las nuevas tecnologías del entretenimiento, la información pasó a tomar un nuevo papel. El saber empezó a dosificar su solidez de hierro y se flexibilizó, al punto que a principios de los años ochenta del siglo pasado, monopolio insustituible en varias de las estructuras televisivas que gobiernan el gusto y la mente de gente de todas las latitudes empezó a regir el imperio del video clip. Un canal destinado exclusivamente a poner en formato audiovisual los últimos éxitos de los grupos de moda inició, literalmente, una revolución cultural y mediática. Era la irrupción de Music Television, MTV.

Un buen día de 1995, MTV decidió declararle la guerra a la cultura, a la literatura y específicamente a los libros. A través de un spot, acusaba a los libros de ser culpables de muchas de las desgracias que han asolado el devenir de la historia. Los libros, según el líbelo difamatorio, constituía una suerte de depositario del germen maligno que incendió nuestra pradera con guerra, xenofobia, racismo e intolerancia. La MTV acusaba por igual a la Biblia y al Corán, por todos los conflictos religiosos que han desencadenado genocidios múltiples, mientras sugería que Mein Kempf de Adolf Hitler era – y es - tan dañino como Así hablaba Zaratustra, de Fredrich Nietzche. Todas las obras científicas que buscaban entender el sentido exacto del hombre en esta vida eran sospechosos del virus de la maldad. Como rematando su coda, señalaba que solo sus lugares comunes y la sabiduría adictiva de sus VJs tornará a nuestra caótica sociedad en pacífica y tolerante.

Lo que faltó decir al mamotreto de marras, aunque no era concreto, era que en el fondo buscaba un mundo adormecido. Tras las desembozadas palabras e imágenes, que demostraban que detrás de su concepción se reunían mentes aquejadas por una arrogancia superlativa, un decidido cinismo y una ignorancia atrevida, tan atrevida como su profunda honestidad. Su deseo por sustituir al libro por cantantes prefabricados y modelitos superficiales ha dado resultados parciales. Y claro, planteaba sin ambages una enemistad que otros tópicos, disciplinas y artes desarrollan hipócritamente, amparados en las sombras y la clandestinidad.

Hace mucho que las computadoras y las nuevas tecnologías informativas, aquellas agrupadas dentro de la convergencia multimedia que busca imponer la internet, buscan convertirse en el sustituto ideal del libro, con muchísimas batallas ganadas en su haber. Es mucho más fácil acudir a una PC bajarse información de la Wikipedia, la enciclopedia use-and-waste del ciberespacio, prefiere mucho más probar las mil y unas combinaciones del buscador Google o prefieren entretenerse las figuritas tridimensionales e infografías que trae la Encarta del momento, antes que abrir una pesada edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (el cual ha debido acondicionarse a los tiempos y abrir una muy concurrida página web). Ello, muy bien lo saben Bill Gates o los cerebros de la Apple Computers, de modo que han enfocado constantemente sus baterías contra el papel impreso y las editoriales, con la esperanza ensanchada de que, en el futuro inmediato, la gente almacenará en memorias USB o IPods fragmentos de la poesía de T.S. Eliot, sin tener que acudir a hojas amarillentas y apolilladas para resaltar toda la grandeza de La Tierra Baldía.



Casi la totalidad del contenido de la “filosofía MTV” parece resumirse en una simple idea: el libro es un viejo traste que ha dejado de tener vigencia ante el avance inexorable de lo que, distraídamente, se considera el “progreso”. Desde este punto de vista, suprimir su influencia no solo implica desarrollar una pluralidad de opciones culturales, sino también expresa un baldón adicional en la consecución de la facilitación de la calidad de vida. Más placer por menos esfuerzo.

No estoy de acuerdo con estas pachotadas proferidas por la MTV. Prefiero mil veces a Emma Bovary y a Lolita, que a la plástica Lara Corft de Tomb Raider. Prefiero la guerra cierta de Tolstoi al festín sanguinoletno de Doom. Prefiero las crónicas marcianas de Ray Bradbury que varios de los monstruos babosos de Hollywood. Aunque siempre he sido uno de sus más encandilados seguidores (no podemos negar que nuestra generación es miembro de su interminable prole), no puedo contentarme con el hecho de que aquel objeto que nos ha transportado a través de la fantasía, que nos ha hecho vivir en la ficción las aventuras que la monótona realidad nos mezquina, sea el culpable de la maldades y miserias que padecemos. Resulta difícil no advertir el empobrecimiento de los referentes y la simplificación de las técnicas de acceso a las tecnologías de la información. Sin dudas ni murmuraciones, el internet ha permitido un acercamiento entre comunidades y entre intereses particulares, así como facilitar nuestros compromisos con la cotidianidad. Sin hablar, obviamente de su infinita destreza para la evasión y el divertimento. Pero, en algo es imposible competir con el libro: en la posibilidad de lo interesante, lo ingenioso y lo divertido, pero, aún más, en la valentía ontológica para desarrollar el intelecto, así como aumentar geométricamente el intenso y deslumbrante poder de la imaginación.

Más de cuatrocientos años atrás, un libro veía la luz bajo los más inciertos caminos. Era su creador un hombre genial pero sombrío; padre genético y metafórico de una criatura destinada al más intenso brillo, muy a pesar de la medianía refulgente del sabio aparcado en los linderos de la apacibilidad. Érase una vez en algún lugar de la Mancha, quizás, en algún campo de Alcalá de Henares de cuyas venturas y desventuras hemos venido alimentándonos espiritualmente por cuatro densas centurias, que nació El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

¿Qué representa el Quijote para nuestra vida colectiva? Mucho, sin duda alguna. En principio, el triunfo de la vida sobre la muerte. La narración extraordinaria del hidalgo caballero que, en ristre con caballo y empuñadura se luce frente al noble caballero Sancho Panza y lucha contra las más inmensas fantasías, se encuentra ahora viva, gozando de inmejorable salud, a pesar del propio Cervantes que vivió sin títulos ni fortuna pero con sufrimiento y frustración, en lo que ha llamado en considerarse "la obra más emblemática de la lengua y la cultura españolas". Esta es, además, la venganza del saber sobre la insidia y la mediocridad, sobre el devaneo intenso de las ideologías y los sloganes, convirtiendo en su ocaso mismo como historia de ficción el triunfo de la lengua castellana. Además, es el elogio del trabajo, la inteligencia y el genio más admirables.

No existe nada más cristalino que el talento para conseguir, a través del asombro, la lógica, la deducción y la posibilidad de asimilar de asimilar y procesar, así como estimular, apetitos y talentos escondidos y acceder al maravilloso mundo de la inteligencia. El libro, el arte, la cultura en general (cine, video, caricatura, música, etc.) incrustan dentro de una caja de Pandora las múltiples alternativas, los múltiples azares, las múltiples existencias y las múltiples contradicciones del ser humano. Cuando alguien va en pos de explicar la esencia de la naturaleza, aunque fracase en el intento, queda en su mente un pastoso sabor agridulce que luego se torna en combustible para reincidir en el propósito. El hombre posee sus propios instintos y su vocación emprendedora. Si falla hoy, insistirá mañana. Probará el fracaso noventa y nueve veces antes de acertar. Disputará las treinta batallas, como el coronel Aureliano Buendía, entrañable personaje de Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez, aún sabiendo que las perderá todas. Persistirá. Solo en esa capacidad casi obstinada por seguir, a pesar de todo, que se configurará el milagro de su éxito.

La cultura es un reto, y muchas veces una empresa que asemeja al viejo caballero que amaba en su delirio a la quisquillosa Dulcinea. La cultura como derecho de todos y no como elección de unos cuantos privilegiados es tarea quijotesca en el sentido de utópica, de esperanzada, de virtual. Pero, al mismo tiempo es un ejemplo mismo de que las más grandes locuras que han creado belleza y han perdurado en la historia de la humanidad, que los símbolos de un lengua y una cultura, que la entraña misma de la magia de la comunicación, que la raíz intrínseca que compone al animal del lenguaje han sido obra exclusiva no de icono semi-divinizado por el respeto y las venias de las generaciones, sino como señalaba Mario Vargas Llosa, esfuerzo titánico de criaturas de carne y hueso enfrentadas, por lo demás, a las emboscadas de un destino incierto. La calidad y el saber no resultan necesariamente del milagro ni el azar, sino de una combinación implacable de voluntad, trabajo, artesanía y, claro está, paciencia. Del genio humano explotado en su más acabado esplendor.

¿Hay futuro, entonces, en toda esta maraña de desencantos, frustraciones y defecciones que nos han colocado en desconsolado sitial del oprobio? Claro que sí, pues esa vocación de humanidad identificable por el hombre común, entre la sordidez militante de la masificación de la vulgaridad, de la pérdida acelerada del buen gusto, del asesinato del sentido común y la dignidad de las personas, es una celebración de la idea misma de la razón y el corazón. La literatura es una rama del árbol opulento de la ficción. Su invento más importante para transmitir dichas emociones con adecuada sinceridad es el libro. Su culto, desarrollo y simbolismo permiten identificar la marcha de la sociedad con la del progreso que, material al fin y al cabo, también entraña una poderosa carga de mente y sensación, lo vívido, la historia privada de las naciones de que hablaba Balzac; la interrelación insustituible sensatez-sentimientos que nombraba Jane Austen; los cien pies, las cien manos y la estrella prendida en la memoria que tanto evocaba el poeta loretano Germán Lequerica.

El libro, felizmente, goza de buena salud y no será sustituido por las varias opciones que la acechan. Convoco, pues, a todos ustedes, a ser parte de esta celebración del libro. Los convoco con humildad, desde una tradición literaria pequeña pero rica como la amazónica, que ha entregado a Arturo Hernández, César Calvo, Germán Lequerica, Percy Vílchez, Carlos Reyes, Ana Varela, que ha dejado cronistas, poetas, científicos y narradores que han brindado diversos esfuerzos, tendencias y pareceres, todos ellos dedicados en cuerpo y alma, a veces sin recursos económicos, a veces incluso luchando contra el reloj y las marañas mismas de un labor tan difícil y sacrificada como fascinante, realmente fascinante. Ya el Quijote supo lo que era luchar contra molinos de viento, en un soplo de vida que es necesario y urgente poseer y actualizar. Navegar es preciso, como señalaba Luis de Camoes, y quien mejor que nosotros para saber de terquedades y bogares incesantes, pensando en el propio Quijote, enfundado con la más hermosa de las vestimentas indígenas, montado a una grácil sachavaca, peleando contra la locura y el amor en la más verde floresta, buscando la utopía en el descubrimiento del río- padre de estos fastos, en carrera indomable hacia la vida eterna.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La última parte del post debería ser independiente; pues cada vez me sorprende más la cantidad de gente amazónica, dedicada a la literatura en general, ayer y hoy.

Sobre tus apreciaciones, considero que la cultura audiovisual actual representa una seria amenaza al libro por el solo hecho de que el principal vector , el hábito de lectura, sigue perdiendo. Cualquiera que checa youtube, MTV ya fue, se puede dar cuenta de la magnitud del poderío del audio y la visión. Desde luego que hay libros on line y diarios. El libro ya está condenado a perder su principal soporte: el papel y la tinta. Primer round.

No basta saber leer y escribir, y tampoco leer de cuando en vez.
Como ejemplo señalo (preferiría otro, pero es el referente más local) y es que en P&C se editorializa enjundiosamente que en Iquitos solo hay 4 ejemplares de reciente (y excesivamente promocionado) libro que parece atañe muy seriamente a vuestro gremio. Y una conclusión, que no lo dice el artículo, cae de pesada que es: La gente no lee, o lee poquísimo y de ahí muchos problemas de la prensa regional. Segundo round.

Entonces, la vigencia del libro dependerá de cuánto nuestra sociedad , local y nacional, haga por motivar la lectura. Tercer round.
Anónimo loretano.

Paco Bardales dijo...

Bueno...respecto de la cantidad de gente, no siempre existe la correspondiente calidad. En todo caso, es cierto que hay un renacimiento de la producción editorial, no solo en la amazonía, sino a nivel general.

El tema educativo es básico. y en verdad, el nivel de lecturas y de comrpensión de lecturas es crítico. Siento que si no inciidmos en ello, el asunto va a ser muy grave, y no solo en el hecho de que nadie lea un libro,sino que ya no comprenda lo que lee, ni siquiera en la tele o el internet.

Preguntas para los expertos, entonces, o para quienes puedan plantear propuestas con el conocimiento o el sentido común necesarios. Sobre todo, proyectos, planes lectores y urgente reforma de la educación nacional (y aún mas, regional)

Jorge García Ayala dijo...

Hola Paco, felicitaciones por tu blog, lo poco que hasta ahora he leído de él me ha dejado una buena impresión.
Al igual que tú, amo la literatura, mas pienso que su grandeza se debe a sus contenidos y no a la forma en que esta ha sido conservada y transmitida.
Muy a pesar de quienes encontramos la lectura en papel más cómoda e intimista, es muy probable que el libro de papel se extinga en un futuro no muy lejano. Pero esto no tiene que significar la extinción de la literatura. Se extingue la forma pero no el fondo. El contenido tendrá que adaptarse a las nuevas formas que nos proporciona la tecnología. Lo importante es preservar el carácter deicida y subversivo (como diría Vargas Llosa) de la literatura, fuente de la grandeza y quizás también de la desdicha humana.