29 octubre 2007

DESDE EL AMAZONAS

Un barco navega a través de las aguas torrentosas del Amazonas. Las siete maravillas naturales del mundo esperan su presencia. Dicen los sabios del bosque que ésta ya existía muchísimo antes de que Dios naciera.



¿Mito o realidad? Dichas representaciones esculpen en nuestras mentes, lo mismo, serpientes monocromas que algunos denominan ríos, concentraciones energéticas en que algunos descubren poblaciones enteras y organizadas, sabanas extensas - casi infinitas - entretejidas con tupidos algodones que todos, absolutamente todos, reconocemos inmediatamente por su incomparable tonalidad: un verde intenso. En esa efigie geográfica, plagada de historia y naturaleza, se concentra, en generosas proporciones, la mayor riqueza biológica del planeta, el más importante reservorio de nuestro futuro global y, sobre todo, la más desconcertante acumulación de magia y misterio de la humanidad entera. Y se encuentra el río más extenso y caudaloso del mundo.

El Amazonas desparrama su belleza y exuberancia alrededor de la mitad del continente y, a lo largo de su travesía, constituye piedra fundamental de nuestras culturas, columna vertebral y arteria mayor de la causa latinoamericana. Yo imagino a Francisco de Orellana, ya en 1542, avizorando algo más que una contingencia geográfica de un territorio fabuloso, habitado por animales salvajes y seres mitológicos, dominado por guerreras de habilidad sobre natural y pechos descubiertos que subyugaban la visión de los aventureros con la exhibición de sus encantos y ferocidad, y de cuya evocación surgió la leyenda y el encanto de la onomatopeya. En este espacio habitado por miles de sonidos que conviven pacíficamente con manierismo utópico, cientos de años atrás se había concebido la idea, grabada en la mente y los devaneos de cronistas y buscafortunas, sobre la existencia de una civilización fantástica, poseedora de una riqueza de oro y especias hasta ahora incalculable, idea de la cual surgió la famosa leyenda de El Dorado, que perdura hasta nuestra actualidad atravesando miles de corazones alrededor de la racionalidad y la burocratización. En este horizonte territorial de voces interiores y ayahuasca, el cronista y jurista español Antonio de León Pinelo, en 1651, ya había descubierto la exacta ubicación del Edén bíblico prometido por la monárquica espiritualidad. Desde ese entonces, todos los habitantes del verde cosmos sabemos que la tierra prometida se encuentra acá.

Ese paraíso multicolor invita a tener una visión optimista de la vida. En esos ansiados dominios del tigre azul, es muy común observar la conjugación simétrica, cual si fuera una cósmica tautología, del tiempo con nuestro destino marcado. La Amazonía significa belleza descomunal. Y en este magma de proyectos latentes, considerado con acertada visión “la despensa del mundo”, conviven en impecable armonía la magia y el medio. Rostros, paisajes, olores y sonidos multicolores transponen velozmente nuestros ojos. Y como en un suspiro perenne, vital y apabullante, imponiéndose al azar y a la necesidad, domando la soledad, la maraña y el acoso de la depredación, experimentando la ira de Dios sobre su lacerada existencia, el hombre contempla el nuevo Reino conquistado, la nueva medida de la gracia con la sabiduría del mitayero que lo ha visto todo y es capaz de sentir que no ha visto aún nada, perenne con su modestia, su mirada cálida y el ciclo meteorológico lunar en sus manos.

Desde el río Amazonas la vida se contempla como un imperio de emoción y magnetismo, donde la mente es capaz de animarse a emprender las más complejas travesías, viajar a través del tiempo y la distancia y descender a un fresco notable de creatividad y paz. Desde el río Amazonas la vida se torna rojizo, luego azulado, más tarde celeste, finalmente luminoso, donde se escucha el rugido del otorongo y destella cada inicio del día los amaneceres más fulgurantes. El Amazonas sin embargo no es, no puede ser, tan sólo un cúmulo de especies, recursos y magia, sino que espera aún su momento indicado para convertirse en una de las grandes razones del ser, donde confluyan de modo sinfónico el amor y la espiritualidad. La Amazonía es el propio latir de los corazones, oprimidos tantas y tantas veces por dolores y frustraciones, pero que, aún así, son capaces de maquinar con todas sus fuerzas la emoción y la nobleza, reiterado a cada implacable golpe del manguaré. A lo mejor todas las respuestas a las grandes interrogantes de nuestro mundo están en la sabiduría de estas discretas y milenarias culturas, escondidas tras el fragor del combate diario entre paisaje y humanidad.

Desde el Amazonas, en suma, la vida es una maravilla incomparable esperando su momento de justicia, pasión y libertad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué te fumaste paquito?

Paco Bardales dijo...

Ni un mapacho, ni un mixto, ni siquiera un Caribe.

Simplemente, fue la inspiración y el torrente de floro que aparece cuando se habla del verdadero Amazonas, maravilla natural más allá de que se la declare por votación electrónica.